
La irritación crecía en Olivos cuando alguna cámara mostraba los carteles que flameaban en las tribunas con consignas adversas al gobierno. Kirchner ya había hecho marcar el número del celular del secretario de Agricultura, Javier de Urquiza, para ordenarle que no leyera ningún discurso en el acto. Explotó cuando vió a su funcionario aplaudir protocolarmente el discurso de Miguens. "¡Llámenlo y díganle que salga de ese palco inmediatamente!", gritó. De inmediato en la pantalla se reflejó la fuga del secretario.
El presidente Kirchner no quedó conforme con ese gesto. Instruyó al jefe de gabinete para que él, Aníbal Fernández y el sucesor de Felisa Miceli respondieran con dureza los conceptos de Miguens y para que se lanzara a intendentes propios y dirigentes empresarios y gremiales amigos a golpear contra la Sociedad Rural Argentina en particular y el campo en general. "Hay que aislarlos rápidamente", reclamó.
El manual de instrucciones incluiría, como es habitual, conversaciones con autoridades de medios y periodistas de la plantilla y la tercerización de mensajes telefónicos anti-campo a los programas de radio más difundidos.
En la mesa de arena de Olivos no se trabaja con la idea de "la victoria abismal" que predicen las encuestas electorales, sino con la de conjurar aceleradamente las amenazas de crisis política que se multiplican, alentadas por la inflación y los conflictos abiertos y avivados continuamente por la práctica confrontativa del presidente.
El enérgico discurso de Miguens, que refleja el malestar del campo, es interpretado por la Casa Rosada en clave política: la estrategia del miedo, que fue útil para amordazar al empresariado durante un largo período, comienza a perder eficacia a medida que la sociedad incrementa su hastío y a, medida que más amplios sectores sectores descubre el paulatino debilitamiento oficial. Kirchner necesita que le teman y hará lo posible para conseguirlo.