
Uno de los tantos letrados que ilustran a la audiencia matutina, advirtió que el vestuario que la Presidente suele usar en sus viajes (el de Lima resultó especialmente llamativo) representaría un verdadero escollo para el augusto desembarco en aquel ambiente casi espartano de la capilla y de los mas que modestos tenderetes que la rodean.
No se amilanó don Gerardo y argumentó acerca de las ventajas simbólicas de una ceremonia interreligiosa en aquel santuario agreste y mestizo.
Enterado del debate, aunque no de su desenlace, este cronista decidió imitar a los agentes de la Custodia Presidencial y hacer una previa visitando ayer tarde aquel emblemático pueblito del Valle de Lerma.
El dictamen es concluyente: Doña Cristina no debe ir a Sumalao.
Si bien el Intendente de La Merced, un líder municipal laborioso y eficaz, mantiene en óptimas condiciones las callecitas y el entorno urbano de su pueblo, no ocurre lo mismo con la localidad de Cerrillos que parece dormir una larga siesta de la mano de don Ruben Corimayo que, para desmentir la especie, ilumina a marcha forzada la recta de Cánepa.

El paso por San Agustín, un pequeño y prolijo pueblo donde aun se percibe el influjo del niño Miguel Angel, no merece mayores objeciones.
Sin embargo, el camino que lleva desde San Agustín a Sumalao es doblemente desaconsejable:
En primer lugar por el polvo que levantan los vehículos, los caballos y hasta los peregrinos de a pié; un polvo que no pueden doblegar los camiones aguateros que manda para la ocasión el superior Gobierno de la Provincia.
El incómodo rastro de ese yuyo que es la soja es el segundo de aquellos inconvenientes.
El santuario y sus inmediaciones están suficientemente limpios y bien regados. Afortunadamente, el penetrante olor a sebo que exhalan las miles de velas que los peregrinos ofrendan, parece atenuado respecto de años anteriores.
Hay, además, una barrera no ya estética sino sanitaria: Me refiero al ejército de mosquitos, usapucas, upiteros y sancudos que desembarcan en Sumalao para las fiestas y que atacan sin piedad y sin respetar dignidades constitucionales ni eclesiásticas.
En cualquier caso, hay dos espectáculos que tan ilustre huésped no debe presenciar:
Uno son las precarias carnicerías que exhiben, a plena luz del sol, sin mosquiteros y sin refrigeración, carnes de vaca, de oveja o de pollo, chorizos criollos, hígados, corazones y toncoros (ese alimento de pobres cuyo precio no computa el INDEK).
El otro es el tenderete de la bella hechicera de Tacna, que vende amuletos contra la envidia, semillas que protegen contra las malas visitas y unas habas gigantes y rojizas que curan todos los males de la vista y de los ojos. Doña Elvira asegura que sus habas mágicas enderezan todo tipo de entuertos y suprimen ese molesto lagrimeo.