
Hagamos algo de historia: Fue precisamente Lehman el precursor de la banca de inversión. Fundado por los hermanos Emanuel y Mayer Lehman, el banco arrancó su larga historia en 1850 en la ciudad de Montgomery, en Alabama. En sus primeros años de operación, los Lehman, emigrantes de Alemania, se dedicaron a la compraventa de algodón. Tras la conclusión de la guerra civil norteamericana se mudaron a Nueva York, donde ayudaron a fundar el Mercado del Algodón.
El pasado mes de marzo, y tras la caída de Bear Stearns, quinto banco de inversión por volumen de ingresos, pocos podían prever, un efecto dominó de semejantes características al observado ayer, fecha hoy denominada lunes negro. Bear Stearns, era conocido como el banco de la inflación de puestos, donde directivos jóvenes de supuesta responsabilidad copaban puestos de dirección. Bear Stearns especuló con dos fondos de inversión libres sobre activos estructurados con colateral hipotecario de dudosa calidad crediticia y cayó fulminado por la propia naturaleza especuladora de dicha clase de activo.
JP Morgan rescató Bear Stearns en una operación diseñada desde Washington con el beneplácito de la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro. En el caso de Lehman Brothers, nadie quiso casarse con la más fea. Ni Barclays ni Bank of America.
Érase una vez un mundo en el que la banca de inversión jugaba un papel necesario de intermediario financiero en operaciones de fusiones y adquisiciones y aconsejaba al mercado siguiendo lecciones de análisis fundamental sobre qué acciones corporativas tenían recorrido alcista. Érase una vez un mundo en que los banqueros de inversión tenían dignidad y honradez. Sus actividades eran necesarias para la operativa de los mercados y la economía.
La banca de inversión se muere, a pesar de los rescates de última hora. La época del dinero fácil, del retorno de dos dígitos, del bonus millonario, pasó a mejor vida, desterrada por sus propios méritos y deméritos, expulsada de un sistema financiero herido de muerte.
Nuestras élites económico-financieras, nuestras élites políticas, buscan un antídoto capaz de sacarnos de un laberinto sin salida que alberga en lugar muy profundo, una auténtica bomba de relojería.
Este caos financiero procede de la irresponsabilidad de directivos dispuestos a pasar por encima del control de riesgos para conseguir sus bonus salariales exorbitantes y de un sistema de supervisión, el de Estados Unidos, que se equivocó gravemente al inclinarse por la desregulación, cuando tendría que haber aumentado la intensidad y la calidad de los controles sobre las operaciones de riesgo. El diagnóstico: CÁNCER. El que causa una avaricia sin límite, el de la inexistencia de controles necesarios, el que genera abusos y desmanes por una concentración excesiva de poder, el de la ingeniería financiera más sofisticada que deforma el sistema, con tal de que cientos de banqueros y ejecutivos logren embolsarse sus bonus anuales de vértigo, y jubilarse ricos y famosos a los 40.
Las primeras lecciones de este CRASH, son que la sofisticación financiera requiere de supervisiones de similar complejidad, y que la intervención del Estado para salvar bancos sólo tendrá justificación si el sistema acepta someterse a un estricto control del riesgo financiero. Si estas lecciones no se aceptan, la economía mundial sufrirá la amenaza permanente de crisis sistémicas causadas por acciones irresponsables y la economía de mercado se convertirá en una ruleta suicida con un colchón de dinero público que intente amortiguar los sucesivos golpes.
Todo el mundo habla de la crisis, de si acaba o no, de a quién arrastrará hoy, o quien resistirá mañana, pero nadie habla de lo que es más necesario: Estándares internacionales que eviten burbujas de crédito, de un FMI que hace de supervisor financiero internacional y ha sido repetidamente incapaz de intervenir preventivamente o reactivamente y curar, de medidas globales que no permitan más excesos ni prácticas perversas con el dinero.
SOLUCIÓN: Más diálogo internacional, más reuniones y medidas de control de las autoridades monetarias del mundo, menos apalancamiento, menos futuros, menos bajistas, menos alcistas, menos fondos de inversión libres y vehículos de inversión estructurada, menos ingeniería financiera y más sentido común. Más banca de personas y para personas, y menos modelos cuantitativos.
Mientras esto no se produzca, la confianza en un sistema herido de muerte no se reestablecerá, y por lo tanto la crisis continuará.