
Muchos argentinos, sin embargo, nos habíamos ilusionado con el retorno de la democracia. La experiencia democrática habría de llevarnos a ir seleccionando las mejores alternativas, corrigiendo los errores y enderezando paulatinamente nuestro camino. Se suponía que en un plazo de 20 años íbamos a estar en el grupo de países desarrollados, o muy cerca de ello. Pero las cosas se dieron de forma muy diferente.
No sé si no quisimos o no pudimos, pero el autoritarismo, la concentración del poder, la destrucción de las instituciones democráticas y republicanas, la manipulación política de la justicia, la supervivencia de maquinarias clientelares y el capitalismo de amigos que concentra los mercados y aumenta las desigualdades, no sólo subsistieron, sino que increíblemente se acentuaron.
Dos partidos, que son presentados por los intelectuales partidarios del régimen existente como los constructores de la democracia argentina, el radicalismo como autor del sufragio universal para hombres y el peronismo como autor del sufragio universal para las mujeres, son los que han dominado la vida política argentina durante los últimos cien años, deteriorando las instituciones republicanas, siendo cómplices en diversas ocasiones de golpes de Estado anacrónicos y siendo parte de un sistema formalmente democrático, pero que en la práctica ha sido totalmente contrario al bien común, a la educación y a la verdadera libertad política.
La última dictadura fue la más dura para los argentinos. Terminó en 1983 con miles de desaparecidos, profesores exiliados, una guerra inútil y una economía destrozada. Y a partir de entonces la democracia. Gobierno tras gobierno fueron alternándose el radicalismo y el justicialismo. Pero estas alternancias no fueron en absoluto pacíficas. Debajo de la imagen política nacional se encontraban punteros políticos, intendentes y gobernadores que habían logrado perpetuarse en sus respectivos cargos a base de discrecionalidad, clientelismo, ignorancia y pobreza.
Fue así que el sistema autoritario permaneció intacto, con los mismos partidos de siempre, las mismas estructuras y los mismos intereses, a pesar del rechazo por parte del pueblo argentino de los antes reiterados golpes institucionales. Ahora los epicentros del poder radical y justicialista se han unido ante el avance electoral de nuevos partidos con contenido republicano, es decir, verdaderamente democráticos. Se han unido por el interés que tienen en común de evitar que la experiencia democrática posibilite la liberación espiritual, política y material del pueblo argentino.
El Frente para la Victoria no sólo ha hecho retroceder al país aún más en materia de institucionalidad, sino que ha dado un paso gigantesco hacia la aniquilación de todo resabio de legalidad. Se dedicó a alentar la anarquía, primero desde el plano intelectual, defendiendo que los derechos son relativos y rechazando la premisa básica de toda convivencia que indica que los derechos de uno terminan en donde empiezan los derechos de los demás.
Luego, una vez que todo el pueblo estuvo convencido de ello, cuando el que reclamaba por la aplicación de la ley ante un atropello era tildado de insensible y reaccionario, se dedicaron a cooptar grupos de choque que habrían de ser usados para lograr que en la anarquía reinante triunfen siempre los intereses de la clase gobernante.
El líder piquetero Luis DElía fue acumulando subsidios por ejercer la violencia contra sus conciudadanos, luego fue nombrado funcionario público por haber tomado e incendiado una comisaría, se prestó como buen mercenario para desalojar y disolver manifestaciones opositoras al gobierno y por último apareció en todos los canales invocando el artículo 21 de la Constitución Nacional, llamando al pueblo a armarse en defensa de las instituciones y del gobierno.
He aquí un cambio radical, por más previsible que haya sido, que implica nada menos que el reconocimiento por parte de la cara visible y vocero del gobierno, de que están dispuestos a usar el dinero público para formar escuadrones de choque y armarlos para que atemoricen a la población.
Cuando un gobierno es inescrupuloso, es muy probable que aliente a sus clientes para agredir a quienes se manifiestan en su contra. Pero esto suele ocurrir, por lo menos al principio, de manera muy esporádica y cuidadosa. Lo grave es que ahora lo han reconocido, por lo que la violencia irá en aumento.
Hemos pasado de un Estado autoritario a uno totalitario, de uno formalmente democrático a uno estrictamente policial. Han llegado tan lejos que ya no tienen miedo de decir cualquier barbaridad. Son capaces de hacer cualquier cosa porque son concientes de que pueden disciplinar a los jueces y evadir la justicia.
Cuando se llega a una situación así, lamentablemente, el pueblo ha sido dejado a su suerte, la anarquía permite que los más violentos y mejor organizados sojuzguen a la gente honesta y trabajadora y ya no queda otra alternativa que luchar, y mantenerse firme en una lucha que por la misma razón por la que es indispensable es también prolongada y difícil.
Sé que es indigno de un pueblo dejar que una minoría inescrupulosa detente el poder. Sé que deberíamos avergonzarnos por el hecho de que tras más de dos décadas de democracia ininterrumpida no hayamos podido evitar la instauración de un régimen policial.
Pero a pesar de todo mantengo esperanzas en este día gris y violento. Porque el pueblo argentino ha salido a las calles a defender al campo, a defender el federalismo y la democracia. Y lo ha hecho en un período de pleno crecimiento económico. Eso quiere decir que estamos pensando a largo plazo, que estamos pensando en las instituciones. Y eso es un avance.
El autor es Presidente Pro Universidad Rosario y Presidente Centro de Estudios de los Intereses Nacionales (CEIN) filial Rosario. Este artículo se publica en Iruya.com por expreso pedido escrito de su autor.