
Digo a medias, porque si mañana se inaugurase en las oficinas del Correo Argentino una nueva terminal para recibir telegramas codificados en lenguaje Morse, tal adelanto no llegaría sino 150 años tarde a Salta y no sería un motivo de orgullo, precisamente.
En lo que respecta a las emisiones del Canal 7, la excitación del gobierno es comprensible porque tal parece que los estrategas locales han acertado a acordar con la emisora del Estado nacional una suerte de grilla de "desconexión regional", es decir, la posibilidad de que el gobierno de Salta "inyecte" contenidos locales en la señal de Canal 7, en determinados horarios, sustituyendo temporalmente a la programación nacional.
A nadie le amarga un dulce y al gobierno de Salta tampoco: Dentro de poco dispondrá de un medio "propio" de gran penetración, aun sin disponer de una estrategia de comunicación específica para este medio y de profesionales adecuadamente formados para llevar adelante esta tarea.
Es de esperar que, en caso de concretarse la posibilidad de que el gobierno de Salta llegue a controlar directamente una parte de los contenidos del Canal 7, aquellas carencias, humanas y organizativas, sean suplidas rápidamente.
Sería interesante para los salteños en general y para quienes ejercen la oposición política, en particular, conocer cuál será el coste real de esta operación.
Lo es no sólo por un imperativo de transparencia republicana sino también por una razón vinculada a la eficiencia en el empleo de los recursos públicos.
Cuando todo el mundo conoce ya que la conquista de la candidatura demócrata a la presidencia de los Estados Unidos por parte del senador Barack Obama se cimentó en recursos casi gratuitos como YouTube y, en buena medida, prescindiendo o colocando en un segundo plano a las grandes operaciones en gigantes cadenas mediáticas (tan características en las campañas de aquel país), resulta oportuno preguntarse acerca de cuánto costará a los salteños que el gobierno utilice para sus necesidades de comunicación pública un medio que se está revelando cada vez más antiguo y menos efectivo a la hora de influir sobre la opinión de una amplia franja de la población.
Señor ministro de Ambiente
La información oficial señala que el ministro Marocco se trasladó ayer a la cima del cerro 20 de Febrero "lugar donde se instalan los equipos necesarios para la captación de la señal, que será distribuida en forma gratuita para la ciudad de Salta y el Valle de Lerma".
Una mala noticia, sin dudas.
Porque así como el vecino Cerro San Bernardo es objeto de leyendas, de veneración popular, de peregrinaciones, promesas y cabalgatas, y ha dado pie a una abundante y muy culta literatura, nuestro cerro 20, ese "segundo pecho" del imaginario busto femenino que custodia y acuna a esta parte del Valle, desde tiempos inmemoriales, parece un gigante olvidado.
Si en la cima del San Bernardo se respira santidad en forma de brisas perfumadas de lapacho, en la cima del 20 se absorben campos electromagnéticos y ondas cortas por doquier, en una cantidad que ya convendría medir de una vez para saber a qué se exponen quienes por allí trabajan a menudo.

Nadie sabe muy bien por qué nuestro cerro 20 de Febrero se ha convertido en un remedo natural de las estilizadas Fernsehturm de Berlín y de Stuttgart, del Pirulí madrileño (Torre España), de la Oriental Perl de Shanghai, de la CN Tower de Toronto o la Останкинская телебашня de Moscú.
Mientras estos monumentos, en su mayoría bellos y bien construidos, se hallan perfectamente integrados a sus ciudades y hasta forman parte de su identidad, la proliferación de antenas, muchas de ellas indocumentadas, del cerro 20 de Febrero nos sigue pareciendo una muestra acabada de la más perniciosa polución estética, sin contar con los daños que aquel "brasero" electromagnético está provocando a la flora y a la fauna del lugar.
Quizá nuestros arquitectos estén más preocupados por resolver los problemas que plantea la "estética residencial" o crean que un espacio, visualmente impactante pero alejado del entramado urbano, como la cima del cerro 20, no merece un lugar en las reflexiones éticas y las especulaciones científicas de lo que algunos llaman "urbanismo".