¿El regreso de la ortodoxia económica?

La firme y sostenida aceleración de la inflación que experimenta la Argentina casi desde la salida de la Convertibilidad, inflación que está duplicando su tasa todos los años, está alimentando inexorablemente un retorno a la ortodoxia económica: la del tipo de cambio “bajo” y el consiguiente crecimiento del déficit fiscal que a su vez conllevará una importante reducción del gasto público asociada con una importante caída del nivel de actividad económica, en el peor de los casos, y en el mejor, de una brusca desaceleración de la economía. ¿Por qué sostenemos esta hipótesis? Simplemente porque así ha ocurrido siempre en la Argentina y porque para muchos la Argentina no dispone de otra “receta” para reducir la inflación. ImageEn efecto, casi sin excepción, todas las iniciativas de recuperación económica -que algunos aviesamente y otros por ignorancia denominan, despectivamente además, “keynesianas”- se han basado en la expansión generosa del gasto público y la emisión monetaria, las que cuando lo hacen a un ritmo mayor que el de las posibilidades de la oferta agregada necesariamente potencian, como ahora, la inflación. La actual política económica no es la excepción, salvo porque el crecimiento del gasto público no se ha asociado esta vez con el habitual déficit fiscal, a la vez que el sector externo muestra –por ahora, al menos- un superávit en la balanza de pagos, con lo que tampoco está en peligro, excepto claro está por la inflación creciente, el abastecimiento de divisas para la expansión de la economía.

¿Están los “fundamentals” de la economía “bien” entonces y la inflación es una curiosidad que no debería preocuparnos?. Por supuesto que no. Los “fundamentals” no están bien porque, no obstante el superávit fiscal, la inflación se potencia lo mismo simplemente porque, entre otras cosas, la demanda agregada crece a mayor ritmo que la oferta agregada y aquélla lo hace de la mano de un descontrolado gasto público que el año pasado creció más de un 30% en términos reales.

Debería ser claro que las “recetas ortodoxas” son siempre recesivas, pero también deberíamos decir que lo son innecesariamente. En otras palabras, no es necesario pasar por esta medicina amarga, pero para ello es crucial rectificar cuanto antes los “fundamentals”, lo que supone una auténtica independencia del Banco Central y un control del gasto público por el Congreso en forma perentoria para que, manteniéndolo constante en términos reales, se avance en la calidad de este gasto priorizando el gasto social “no clientelista”, incluyendo por supuesto una Ley de Coparticipación que dé a las provincias lo que es de ellas reduciendo el centralismo para eliminar el chantaje del gobierno central a los gobernadores y legisladores nacionales.

La alternativa entonces es de hierro: o se rectifica el rumbo con una estrategia que posibilite el crecimiento genuino a través de una sólida corriente de inversiones al amparo de reglas de juego claras y estables, recuperando las instituciones y en particular el Congreso y resguardando nuestras actividades competitivas, en particular, el campo, o regresamos a la ortodoxia para un nuevo ciclo de frustración y empobrecimiento, y para poder lograr lo primero es crucial que el Congreso recupere su poder, en particular, la absurda y regresiva cesión de sus poderes propios en materia de política económica e impositiva.