
El de soja empezó en la década de los 70, sin que los sucesivos gobiernos acompañaran al campo en esta irrupción que pocos años después sería un negocio fenomenal: Argentina se transformó en el tercer productor mundial e ingresa u$ 25.000 millones al año, luego de Estados Unidos y Brasil. Y como en otras épocas de nuestra historia, el Estado no acompañó, no coordinó, no aconsejó a miles y miles de productores que en definitiva son los autores del boom. Hoy vivimos las consecuencias de esa ausencia. Por su parte, las retenciones empezaron a aplicarse en 2002, cuando las condiciones internacionales hicieron de la soja el cultivo más rentable. La finalidad recaudatoria del gobierno no tenía otro objetivo que lograr superávit fiscal y de allí reestructurar la deuda externa, con las consecuencias políticas tan bien aprovechadas por Néstor Kirchner que ya sabemos. En la columna de la semana pasada sostuve que, en realidad, las retenciones afectan toda producción agropecuaria y la soja fue apenas un pretexto. Así las cosas, las tres semanas de lock out dejaron varias lecciones, y me permito destacar acá algunas -tal vez las más obvias- para que reflexión de todos.
1ª Lección: la unidad de los productores agropecuarios. Las retenciones obraron el milagro. Nadie duda de que no son lo mismo la Federación Agraria que la Sociedad Rural, CARBAP o CONINAGRO. Pero más allá de sus contradicciones internas, los unió un enemigo común: la incapacidad del gobierno para leer la realidad del campo, que -dicho sea de paso- no es radicalmente distinta a la de hace cincuenta años. Este fenómeno revela una vez más la disociación entre la política oficial y las necesidades de la gente, en este caso de los productores, cualquiera fuese el tamaño y condiciones de su explotación. En tal sentido, ellos han abierto un camino que no hay que desaprovechar.
2ª Lección: el gran ausente. Las retenciones se han justificado con la aplicación del Código Aduanero, pero, siendo de hecho un impuesto, deben establecerse por ley del Congreso según la Constitución Nacional. Los legisladores nacionales del palo, tanto los que representan al pueblo llano como quienes representan a las provincias, se sumieron en el ominoso silencio de la obediencia debida. Fue patética la mudez de los legisladores de Salta, provincia marginal a la luz del rinde económico de lo producido. En momentos en que los medios de comunicación se empujaban por obtener alguna declaración sensata, aparte de la remanida invocación al diálogo fructífero, ninguno se calentó demasiado por pedir un informe al PEN o plantar de lleno el impostergable debate por la inexistente ley de coparticipación federal, crucial en los tiempos que corren. Con todo, la ola de reclamos tarde o temprano se hará sentir: ciudadanos a concejales, concejales a intendentes, intendentes a legisladores y gobernadores, en un tsunami que dará a varios más de un dolor de cabeza.
3ª Lección: las retenciones no se coparticipan. En efecto, al no estar planteadas como impuesto, esa es la consecuencia obvia. En realidad los productores no se han quejado de la retención en sí sino de su exagerado porcentaje. No se oponen por la sencilla razón de que ellas se corresponden con el modelo económico sustentado en un tipo de cambio alto, que hace harto rentables a las exportaciones. Aparte de las necesidades recaudatorias imprescindibles para cualquier gobierno, el manejo de las retenciones evita que el tipo de cambio actual haga subir los precios internos: en el mercado interno la soja no se grava con voracidad porque de lo contrario su consumo sería inaccesible para los argentinos. Por suerte, este producto carece de relevancia en nuestra dieta y por eso se exporta el 95 % de la cosecha. Al no coparticiparse, las provincias no pueden invertir en infraestructura (la fotografía de portada de El Tribuno de ayer lo ejemplifica de manera cabal), los agricultores no pueden reinvertir en tecnificación productiva y gestión empresarial. Hay entonces un inmenso bollo de dinero -una caja negra- que desde hace cuatro años sirve para domesticar díscolos y controlar la política prebendaria de bajo vuelo que conocemos.
4ª Lección: ojo con los precios y tarifas. Más que lección un pronóstico que se desprende de varias lecciones. Es un secreto a voces que los precios de ciertos productos y las tarifas no pueden sostenerse por la buena voluntad de sus oferentes ni por los aprietes del tal Moreno. El disparo constante de la inflación va a llevar a un inexorable sinceramiento de ambos con consecuencias imprevisibles, en especial de los combustibles. Cuando eso ocurra nos daremos cuenta del tiempo perdido en materia de inversión hidrocarburífera: ya no hay gasoil suficiente para levantar las cosechas.
5ª Lección, the last but not the least: el regreso de los muertos vivos. DElía es el referente de lo peor del maniqueísmo argentino. Probablemente sobreactúe y disfrute de sus parodias, sin embargo está invocando demonios que nunca terminan de aventarse. Hay una pulseada ideológica recontra superada -y por eso reaccionaria- pero convenientemente alimentada desde el propio poder que puede producir una fractura irreparable en el cuerpo social argentino. Este es tiempo de apaciguar ánimos, de debate honesto y propuestas superadoras. Doña Cristina no puede seguir tensando la cuerda.