Una cocina para dos bloques

El título de "Una cocina para dos bloques" bien podría servir para una obra de Neil Simon, pero en este caso es útil, como ningún otro, para describir una situación de llamativa degradación institucional, como es la que padece la Municipalidad de Cerrillos, atrapada en su incapacidad de poner en marcha la Convención que dará forma y contenido a su Carta Orgánica municipal. ImageConozco a la Gringa Jora desde que el célebre Retamozo fuera el despachante de nafta más famoso de la estación de servicio de su padre, justo enfrente de mi casa. Y ésto es hablar de varias décadas.

Me fío de ella y de su palabra como en su momento me fiaba de los certeros diagnósticos del Ñato acerca del motor de mi coche. Conozco de su responsabilidad cívica y de su calidad de buena vecina, que -fíjense ustedes por dónde- son las mejores cartas de presentación de cualquier político que dedica su vida y sus esfuerzos a los asuntos municipales.

Por eso no tengo dudas de que es auténticamente cierto que la mayoría justicialista de la Convención cerrillana ha resuelto asignar una cocina como espacio de trabajo de los convencionales de dos bloques minoritarios.

Este gesto, entre despreciativo y antidemocrático, es suficiente para juzgar el talante de los que mandan en aquella Convención. Como suficiente también lo es para demostrar que, pese al puntual ejercicio del voto durante cinco lustros, las instituciones cerrillanas se quedaron ancladas en los logros -bastante modestos por cierto- del intendente Julio Argentino San Millán Figueroa, que lo fue de un gobierno militar, allá en los lejanos años sesenta.

Pero el insulto que supone confinar a representantes electos popularmente a una cocina, para que desde allí se elaboren ideas y propuestas cual si fuesen empanadillas de dulce de cayote, no alcanza a configurar una injuria grave, toda vez que, siguiendo los particulares "códigos" de la "mayoría", se les podría haber confinado a un baño o, incluso, a una parte aún menos noble de la casa.

Se podrá decir que "en todos los sitios se cuecen habas", pero en la cocina de la Convención cerrillana parece que comienza a cocerse algo más.

Y mientras la pesa de la olla a presión sube y baila al compás de los repetidos atropellos contra las minorías, pende sobre la Convención y sus precarias autoridades la sospecha de haber "habilitado" las sesiones del cuerpo haciendo uso de una energía eléctrica malhabida.

Para que no se diga que quienes dirigen aquella titubeante asamblea tienen "pocas luces" o para que nadie se atreva a dudar de su carácter "soberano", algún "iluminado" con larga experiencia en organización de corsos de flores decidió que era más fácil autoconectarse a la red y pasar de los molestos y a veces nerviosos medidores de EDESA.

Todo esto es posible porque en Cerrillos hay mucha gente que piensa que el intendente del lugar ejerce un poder puramente nominal. Que quien realmente rige los destinos del pueblo es el Dios Momo, amo y señor de las voluntades cerrillanas durante el prolongadísimo carnaval. Esta particular teocracia no reconoce a "delegados terrenales" de ningún tipo y, desde luego, el señor Corimayo bien lejos está de Momo como de cualquier otro dios conocido.

Pero, según su particular filosofía, que nada quede por hacer en el intento de acercarse al supremo poder del dios del carnaval. Porque sólo la convicción de encarnar un poder teocrático, más que absolutista, puede empujar a alguien a asignar una cocina como lugar de trabajo de dos representantes del pueblo y decirles "que 'dios' los ayude".

Como cerrillano exijo a los señores "cartorganizantes" que en el artículo 1 de la futura Carta municipal, que normalmente se dedica a las grandes declaraciones relativas a la forma de Estado, se exprese, con la solemnidad del caso, que Cerrillos es un municipio en el que se reconoce el papel de las minorías en el proceso democrático y se garantiza su existencia, en condiciones de dignidad política, así como su aptitud para convertirse en mayorías.