
A diferencia de lo que sucede en otros países, los políticos en la Argentina se empeñan en exagerar -no digamos ya ocultar- dos de sus carencias más fundamentales: la falta de capacidad para rendir cuentas (la famosa accountability) y la falta de una fecha cierta de caducidad. Hay quienes piensan que el ejercicio de la política sin responsabilidad es lo mejor que le puede pasar a nuestro sistema político; hay quienes piensan también que un político debe durar "toda la vida", cualesquiera sean sus condiciones de salud, especialmente las de su salud mental.
No está mal recordar que en los países que lo hacen mejor que nosotros la mayoría de los políticos enfrentan la doble limitación de la accountability y de un "tiempo razonable" para el ejercicio de su vocación ciudadana.
Un político que se sienta liberado de estas dos ataduras fundamentales valorará a la virtud política de la moderación como una mariconería de mucho cuidado. Juntos o separados, siempre intentarán convencer a los ciudadanos de la superioridad ética de la dudosa virtud de la intransigencia y la infinita inferioridad de la moderación. Que se rompa pero que no se doble.
Si no existiera este hueco en nuestro sistema político (un hueco que cada vez se parece más a una madriguera) los ciudadanos nos veríamos privados del espectáculo que supone ver a ciertos gerontes echando sapos y culebras por la boca, sin importarles si con ello contribuyen a la concordia mínima que requiere la gobernabilidad de una sociedad, si se atropellan los derechos de las minorías o si se pone en serio riesgo las buenas relaciones de la Argentina con determinados países extranjeros.
Es imposible pensar que sea bueno para nadie que la jefa de las madres de Plaza de Mayo, sostén del gobierno nacional, se dirija a unos manifestantes de origen boliviano llamándoles hijos de puta o bolivianos de mierda. Es preciso reconocer que a nuestros vecinos del norte les entra por un oído y les sale por el otro un insulto tan poco original, pero estoy advirtiendo que el nuevo titular del INADI, señor Claudio Morgado, jubilado sabia y oportunamente de su oficio de humorista infantil, tiene ahora una patata caliente sobre su escritorio.
¿Procederá el INADI contra la señora Bonafini por su agresión verbal discriminatoria? ¿O confirmará el INADI su naturaleza de comisaría ideológica y dejará a esa paloma de la paz que es doña Hebe sin su merecido castigo? ¿Será esta señora uno de los políticos a los que el gobernador Urtubey está exigiendo la jubilación?
No queda otro remedio que reconocer que debemos una disculpa al pueblo boliviano. Y una felicitación, porque después de varios siglos de malos gobiernos, por no tener, Bolivia no tiene en su seno a esta clase de políticos soberbios, malhablados, xenófobos y educados en una carrería o en los tablones de la popular de All Boys.