
Hecha esa breve introducción, corresponde una referencia personal. En efecto, como cada cual es uno y sus circunstancias, remonto mis elucubraciones a una temprana adhesión a la teoría desarrollista. Es más, estoy convencido de su vigencia -Brasil es una prueba- a pesar del tiempo transcurrido y de las transformaciones habidas en el mundo, desde que prendió en los países del Sur con mayor o menor intensidad y fortuna, según se puede balancear hoy. Es que no puede haber progreso social sin desarrollo, desarrollo sin plan y plan sin debate previo y libre de reservas mentales.
{xtypo_rounded_left2}
Artículos relacionados
Gustavo Barbarán (I)
Luis Caro Figueroa (I)
Gustavo Barbarán (II)
Luis Guillermo de los Ríos
Santos Jacinto Dávalos
Luis Caro Figueroa (II)
{/xtypo_rounded_left2}En aquella nota mía aludí a un Plan Estratégico de Desarrollo que el gobernador Juan Manuel Urtubey había presentado por esos días, anunciando además la colaboración de la Escuela de Negocios de la Universidad Austral y de la Fundación Salta. Frente a tanta levedad en nuestra cotidiana y cuestionada política lugareña, no me detuve tanto a reclamar contenidos cuanto a saludar -¡al fin!- alguna referencia a un plan estratégico, más allá de la ocasión de su exposición. Insisto: un plan de semejantes características necesariamente debe involucrar al conjunto de la sociedad. Independiente de quién lo proponga, es importante reconocer al menos implícitamente que no lo tenemos ni lo tuvimos. ¿Lo tendremos? Gustavo Barbarán (I)
Luis Caro Figueroa (I)
Gustavo Barbarán (II)
Luis Guillermo de los Ríos
Santos Jacinto Dávalos
Luis Caro Figueroa (II)
Han pasado 25 años de democracia y ¿qué puede mostrar Salta al respecto, que responda a necesidades del mediano y largo plazos en materia energética, de tecnología de punta, de transportes y comunicaciones, de ordenamiento territorial y poblacional? Lo concreto y real es que en ese lapso un importante porcentaje de la población sigue con necesidades básicas insatisfechas sino debajo de la línea de subsistencia.
Por cierto, la oportunidad de la presentación y la falta de precisiones me generaron las mismas dudas. Pero no emitiré juicio sobre los contenidos de un plan que no fue explicitado y tampoco formularé reparos sobre la calidad de las entidades involucradas (octava razón) ya que, por principio, nada obsta a que éstas y otras se vayan sumando. En mi nota consideré que un plan estratégico requiere la elemental participación de todos los sectores políticos y sociales, salteños primordialmente. En Salta hay materia gris suficiente para sacar provecho. La construcción de un plan estratégico podrá tener propulsores pero no dueños excluyentes; no hay espacio para iluminados ni especuladores. Es más, soy un convencido de que un plan estratégico, en tanto requiere inspiración y transparencia, es un freno a la improvisación, a la incompetencia y a la corrupción. De todas maneras, le corresponderá al Dr. Urtubey asumir la primera responsabilidad si no concreta su anunciado plan; al resto nos corresponderá participar, incidir, controlar y asumir la cuota de responsabilidad que por acción u omisión nos quepa.
Puesto que concuerdo en general con el diagnóstico salteño del Dr. Caro Figueroa, no he de referirme a cada una de sus razones, salvo aquellas que a mi parecer merezcan un comentario, una apreciación crítica o una disidencia. En la segunda de sus diez razones, expresó su profundo descreimiento del venturoso destino de Salta porque descree de los determinismos geográficos. No comparto esa posición. Analizados los procesos políticos, económicos y sociales desde la óptica de la teoría del poder, de la valoración y acrecentamiento de sus recursos tangibles e intangibles, la geografía, los recursos humanos y naturales adquieren una importancia decisiva, especialmente en estos tiempos en que tanto se los ha degradado. El poder no es un atributo natural cito a Celestino del Arenal- sino el resultado de recursos tangibles e intangibles a disposición de un actor (Salta, en este caso), y el uso de ellos depende de los objetivos trazados. Hay numerosas experiencias históricas que lo certifican, más allá de los abusos que las grandes potencias cometieron en distintas épocas (muchos de los cuales la humanidad sigue padeciendo). La historia del capitalismo, en la que estanos inmersos desde su origen hasta sus repetidas crisis, ha pivotado alrededor del control de las materias primas, su aprovechamiento industrial y el comercio internacional de ambas producciones. Ríos de tinta y de sangre han corrido durante más del un siglo en nuestro diablo mundo, configurando un esquema de poder que muta regularmente en torno de aquellos ejes.
No coincido para nada en que hablar en términos de geoestrategia sea una rémora decimonónica, absurda para un mundo globalizado. Una estrategia de desarrollo -o geoestrategia, según expuse en la revista Claves (nº 176, diciembre de 2008, Un proyecto estratégico para Salta) dista de ser una antigualla. Los principales países del planeta configuraron su geopolítica durante el siglo XIX, mientras acontecían las sucesivas revoluciones industriales. Los procesos de unidad nacional europeos, en especial de Alemania e Italia; Estados Unidos afirmando su condición bioceánica, y Brasil son entre otros ejemplos la comprobación histórica. En ese proceso de integración física y espiritual los argentinos estuvimos demasiado retrasados. La Constitución Nacional de 1853 consolidó nuestra unidad política, la territorial se concretó con la Campaña del Desierto que nos permitió incorporar definitivamente a la Patagonia, y la económica con el proyecto de la Generación del 80, que nos quedó demasiado corto y pasmado hacia la crisis del 30. Como sea, racionalmente o a los ponchazos, cada Estado fijó una geo-estrategia. Los más coherentes y perseverantes hoy cobran los dividendos.
Coincido con la necesidad de cohesión social y territorial (tercera razón de descreimiento): El desarrollo de Salta no es una tarea que pueda acometerse sin resolver previamente el principal problema de nuestra provincia [ ], que no es otro que tal deficiencia. Al sostener esto, Caro Figueroa identifica dos indicadores del subdesarrollo estructural de nuestra provincia periférica y subdesarrollada; pero, ¿previamente? No he de sucumbir en la disyuntiva del huevo o la gallina, sin embargo ¿cómo construir esa cohesión (que desde luego hoy no existe)? Eso depende en gran medida del nivel de preparación y compromiso de cada gobierno que por turno corresponda. De hecho, la cohesión social y territorial no se construye de la noche a la mañana, pero por una cuestión de tiempos cabe armarla, por tres razones: 1) el plan no puede esperar más tiempo, 2) se puede concretar en plazo razonables y 3) porque la cohesión -esto es la integración- social y territorial es un efecto directo de su causa: el desarrollo integral. Las dádivas preelectorales y las prebendas poselectorales, naturalmente, profundizan el modelo de anti-cohesión en que vivimos.
En lo que respecta a la cuarta razón, relacionada a la anterior, LCF parte de una observación para tener en cuenta: [ ] cualquier aumento de la riqueza al que se le pueda dar el nombre desarrollo, sin una política previa de reducción efectiva de las desigualdades, no hará otra cosa que profundizar esta últimas. La teoría del desarrollo tomó impulso en los difíciles años de la Guerra Fría y no por casualidad varios de sus destacados expositores provenían de países latinoamericanos. Pero no fue solo teoría; la teoría llegó a la práctica con diversos resultados. Brasil con Juscelino o México con López Mateos, por caso, iniciaron ese camino de marchas y contramarchas manteniéndolo hasta ahora. Hoy los invitan a sentarse en la mesa del G8 y andan tras un G7 con los otros emergentes. Nosotros frustramos torpemente ese proceso iniciado por Arturo Frondizi, discontinuándolo hasta el olvido.
También parece oportuno precisar un concepto básico, útil para diferenciar una estrategia de desarrollo de otra clase de plan. Digo esto porque no se puede dar el nombre de desarrollo al mero aumento de riqueza. Un proceso de desarrollo -decía el profesor H. Jaguaribe- procura el crecimiento de la renta real y se caracteriza por el mejor empleo de los factores de producción, en las condiciones reales de la comunidad y de las ideas de la época; diferenciaba así el crecimiento económico (simple aumento de la riqueza o del producto per cápita), del desarrollo como perfeccionamiento cualitativo de la economía a través de una mejor división social del trabajo, del empleo y de una mejor tecnología y de una mejor utilización de los recursos naturales y del capital; a lo cual Marcelo Lascano le suma la diversificación productiva entendiendo a su vez que el desarrollo se consuma en el progreso de una comunidad, asociado al comportamiento de la economía en el largo plazo. En suma, una sociedad progresista es necesariamente una sociedad desarrollada, y no es concebible una economía desarrollada y progresista -me animo a agregar- que no esté al servicio del hombre, siguiendo el esquema de ser más antes que tener más. La habilidad de un estadista residirá, pues, en hacer que la economía de un país o de una provincia se desarrolle y la sociedad progrese, todo en un tiempo y por vías simultáneas, fijando prioridades en función de un equilibrio regional.
La sexta razón apunta a la presunta incompatibilidad de un plan para el largo plazo con la necesaria alternancia republicana. La planificación estratégica encuentra sentido sobre todo cuando se proyecta al mediano y largo plazos. Fueron las economías socialistas las primeras en planificar, pero el concepto se trasladó luego al capitalismo, tomándolo Keynes, partidario como se sabe- de la intervención del Estado para paliar los efectos negativos del ciclo económico. Esta visión se contrapone con la de quienes prefieren librar a la espontaneidad del proceso económico la atracción de inversiones, la asignación de recursos y la distribución de la renta. Lo expuesto tenía mayor sentido en aquellos años en que empezó a difundirse la teoría del desarrollo. En la actualidad podría debatirse largo sobre la fuerza del mercado, pero la planificación es algo asumido hasta por las grandes corporaciones transnacionales.
Un plan estratégico de desarrollo requiere una meta: sostengo la de ubicar a Salta en el grupo de provincias que equilibren el poder nacional. Definida la meta, trazar objetivos claros y precisos, cada uno con sus respectivas consignas. Todo ese bagaje de propuestas tiene que ser respetado por cualquier grupo que acceda al gobierno y asumirse como políticas de estado. Por lo demás, la alternancia está definida en la Constitución de Salta y quienes se sucedan en el poder formal serán un resultado del juego de fuerzas políticas y sociales, de la lucidez y capacidad de los candidatos. Está claro que en un contexto de incultura cívica se hace difícil sino imposible planificar con seriedad y responsabilidad. Dicho de otro modo, a quienes medran con esa incultura no les conviene la planificación estratégica por su incompatibilidad con la visión de la política como negocio de vivillos. Allí están los índices del deterioro social para recordárnoslo.
Particular atención merece la séptima razón histórica- de LCF para desconfiar de un plan estratégico cuando sostiene: Aún antes de que el Gobernador de Salta naciera, vengo escuchando hablar de los tesoros ocultos de Salta, de la perfidia del puerto como explicación única a nuestros atrasos estructurales, y de las promesas que nunca han pasado de ser sólo eso- promesas, de los zicosures, los nortesgrandes, los geicos y las ferinoas y toda una serie de experimentos grandilocuentes, cuyo mayor logro hasta el presente ha sido alcanzar la yuxtaposición teórica de varios modelos de subdesarrollo, o para mejor decir, la elaboración colectiva de un completo catálogo de frustraciones colectivas. Este descarnado diagnóstico lo lleva a sostener que como salteño aspira a que nuestras metas estratégicas (insisto: para mí hay solo una) nos involucren con un mundo caracterizado por la explosión de las nuevas tecnologías, las cuales permitirán elevar nuestro bienestar material y mejorar la calidad institucional porque van de la mano. Por mi parte creo que no hay incompatibilidad entre su aspiración y un modelo estratégico, el cual no sería tal sin un capítulo para la ciencia y tecnología de puntas, expresión de una economía desarrollada en estos tiempos de globalización.
Y en este punto una salvedad: realicé aquel trabajo para Claves como un modo de contribuir o apurar la elaboración de uno que potencie a nuestra provincia para tallar fuerte en el rediseño de la Nación del Bicentenario. A lo mejor no fui lo suficientemente explícito pero acá lo digo con todas las letras: creo fervientemente en que reconfirmaremos la viabilidad histórica de aquel proyecto que arrancó en Mayo de 1810, pese a nuestras acciones y omisiones. En esta concepción no puede haber islas en el marco del proyecto nacional. La Nación Argentina se ha construido con el aporte de las crueles provincias, actoras centrales de los pactos preexistentes, pero nada impide que éstas diseñen su proyecto particular en función del interés nacional. Que Salta promueva el comercio internacional por el Pacífico y que sea una bisagra continental para Brasil, Paraguay, Bolivia y Chile, hace al interés nacional; que expanda su frontera agropecuaria, industrialice su materia prima, diversifique su producción, reorganice su territorio y producción, hace al interés nacional; que incentive las tecnologías de punta, hace al interés nacional. ¿Es esto irrealizable, inalcanzable, utopía pura? Mientras se despejan las incógnitas, dudas y rémoras, pensemos un poco en el aporte de Salta para la reconstrucción de la Argentina en su destino suramericano, y lo que también puede dar para apurar el nuevo diseño. En nuestra lucidez y amor al terruño radica la posibilidad de hacerlo en función de aquel otro interés mayor y totalizador.
Precisamente, esta posición de privilegiar el todo sobre la parte me involucró en una polémica -ya superada pero nunca tratada a fondo- cuando en los años 70 criticamos los intentos de un empresariado desangrado por las políticas de Martínez de Hoz, que buscaba una vía de escape en la integración subregional, advirtiendo que una suma de pobrezas no constituiría una riqueza y por eso había que combatir acá adentro las recetas procesistas. La aceleración de los tiempos no permitió ni afianzar la integración nacional ni concretar una relación subregional sobre bases sólidas: el centro oeste suramericano sigue siendo como entonces un área marginal.
Aquella cuestión quedó postergada indefinidamente cuando los presidentes Alfonsín y Sarney apuraron el entendimiento argentino-brasileño. Sería largo explicar las múltiples razones por las cuales el Mercosur aún hoy es más una expectativa que una realidad; sí tengo claro, como lo dije en mis notas, que el norte grande argentino, el norte de Chile y sur de Perú, el sur de Bolivia, Paraguay y el área de Mato Grosso do Sul están fuera del cuerno de oro del Mercosur y expuestos a un abandono espiritual.
Y así como en el momento inicial del desarrollismo hubo un gobierno que bregaba por un modelo basado en las industrias de base, autoabastecimiento de hidrocarburos y sustitución de importaciones, la dinámica del mundo globalizado impone actualizarlo sin perder de vista las consignas fundacionales de la unidad nacional. Salta debe proponer un proyecto estratégico, síntesis de los grandes movimientos históricos del país, y ese proyecto debe elementalmente considerar todos los recursos humanos y naturales disponibles, ¿Cómo no tener en cuenta los tesoros ocultos de una provincia que es la sexta en extensión territorial y la octava en población de la Argentina? Allí siguen esperándonos, hay que sacarlos a la luz en función del corto, mediano y largo plazos. Todo ello tiene un inmenso valor por sí mismo.
Finalizo esta contribución a un debate sustancial aludiendo a la novena razón de desconfianza de Luis: [ ] las planificaciones rígidas corren el riesgo de estrellarse al más mínimo desvío del rumbo. Las rígidas o las flexibles, convengamos. Para resolver los problemas estructurales de la provincia urge primero identificarlos con precisión; esto a su vez permitirá separar las cuestiones que necesitan soluciones para el corto, mediano o largo plazos. Realizada esa tarea, aparecerán temas de abordaje diferenciado por cuestiones intrínsecas a ellos. Encarar problemas coyunturales como el hambre que hoy padecen miles de niños y jóvenes salteños, la gripe A o el dengue, también necesitan planificación adecuada y centralizada. Esos flagelos requieren más de una hoja de ruta para estímulo de los agentes económicos y sociales, incluido el Estado. Si se trata de coyuntura (los mencionados o un alud como el de Tartagal) la presencia del Estado es insustituible. De allí a confiar que la solución pase solo por el estímulo a esos agentes económicos sociales, es otro tema, que termina derivando en la sacrosanta ley de la oferta y la demanda, es decir el mercado decidirá qué hacer, dónde y cómo. Estamos viviendo una monumental crisis económica mundial a causa de ello. Por último, habiéndome referido antes al sentido de la planificación de las estrategias de desarrollo, aclaro que no reniego de la fuerza del mercado, simplemente advierto que cuando hay planificación (porque hay proyecto) los actores sociales encuentran cómo canalizar legítimamente su interés y sus beneficios favorables al conjunto de la sociedad.
Y esto es cuanto tengo para decir, por ahora