'Dialogogía'

En verdad es un problema que padecen casi todas las democracias del mundo, incluso las más estables. La diferencia es que en muchos países hay un respeto riguroso por las reglas de juego, de modo que el diálogo político se canaliza con distinto nivel de intensidad y de resultados en los ámbitos previstos para ello: Congresos y Parlamentos. También es cierto que  gobiernos fuertes con tendencia al autoritarismo o manipuladores de mayorías dóciles, o ambas cosas, no son muy proclives al dicho diálogo. Sin embargo, cuando se trata de países que, como el nuestro, exhiben una calculada incultura cívica, el diálogo pasa ser una herramienta más que necesaria… sobre todo después de las derrotas electorales. Ya lo hemos comprobado en 2001 cuando E. Duhalde urgió aquella Mesa del Diálogo (casi nadie la recuerda), que descomprimió las tensiones acumuladas en esos años. Gustavo BarbaránEn Argentina existe cierta tendencia a un bipartidismo de hecho. Pero la sociedad está fragmentada en una gran variedad de opiniones políticas, representadas por partidos que abarcan un amplio espectro ideológico, muchos de los cuales son realmente expresiones ínfimas pero expresiones al fin. Que esta fragmentación del pensamiento político sea buena o mala, conveniente o inconveniente para un país como el nuestro, es algo que está en permanente debate. Resulta atinado seguir profundizándolo, cuando el justicialismo y el radicalismo se encuentran inmersos en un proceso de adecuación -si no de extinción- en los tiempos que corren. Muchos analistas participan de esta visión al entender que las crisis que viven los dos mayores y más antiguos partidos políticos argentinos, es crisis de identidad. Tal vez la falta de renovación doctrinaria y de dirigencias -un mal que abarca a la mayoría de los partidos- inhibe ese aggiornamiento o su sustitución por otra cosa. Por eso la pregunta “¿qué es el peronismo? ¿Menem, Duhalde, Kirchner, Reutemann?”. O bien, “¿qué es más socialista, el PS o la UCR? ¿Qué son López Murphy, Carrió, Cobos, Stolbizer?”.

Otra cuestión, íntimamente ligada a la anterior, es la falta de diálogo en el contexto actual de la República Argentina atomizada, en la cual los dos partidos mayoritarios fragmentados dirimen sus disputas internas en las elecciones generales. El regreso de Cobos al radicalismo después de todo lo que dijeron de él; la renuncia de Kirchner a la presidencia del PJ y la casi segura dimisión de Scioli, horizontalizando la conducción pejotista, son la prueba. Con partidos debilitados, vaciados de contenido, convertidos en meras empresas electorales que agotan su significancia al día siguiente del comicio, el diálogo ad intra se hace igualmente difícil. Convengamos que así como la sociedad necesita que toda su dirigencia se comprometa en un diálogo franco y sin dobleces, también es importante que los partidos políticos y las organizaciones sociales de todo tipo también asuman igual actitud. La falta de diálogo es apenas la punta de un iceberg, cuyas dos terceras partes está constituida por todos los desaciertos cometidos en veinticinco años de democracia.

En Argentina hemos empezado a practicar por estos días una nueva disciplina, la dialogogía. ¿Es esta otra manifestación del principal deporte político argentino, huir para adelante? ¿Un mero ganar tiempo para retocar algunas cosas antes de que cambie la composición del Congreso y el gobierno pierda la automaticidad de los brazos adictos? Cómo habrá sido de importante y necesaria la convocatoria presidencial, que el diálogo ha sacado a la Influenza A de la primera plana de los medios. Estamos todos persuadidos que éste es consecuencia de un fracaso electoral y en lo particular no me angustia: realmente necio hubiera sido el gobierno nacional si no aprovechaba el traspié electoral de NK para empezar a hablar con la oposición y con los sectores sociales hartos de un estilo confrontativo, esencia del anti-diálogo. Por eso preocupa más que la calidad del diálogo que se está desarrollando, acotado a la reforma política para el ministro Randazzo, cómo sigue esta vaina. La cantidad y calidad de problemas irresueltos está indicando a las autoridades que será inútil acotarlo a ese solo asunto, ya que la sociedad está reclamando incorporar a la agenda temas acuciantes, que van desde rediscutir las retenciones al campo hasta la siempre postergada coparticipación federal de impuestos o los números del INDEC. ¿Qué irá a resultar de todo esto? Nadie lo sabe y por eso mis razonables dudas: no sé por qué estos muchachos me recuerdan permanentemente el cuentito del alacrán que pedía ayuda para cruzar un arroyo.