
También en Salta hubo antecedentes. Tomé en cuenta una propuesta de ampliación de veredas efectuada por la arquitecta Iturrieta de Cruz para Cafayate hace un par de décadas.
Con conocimiento de la historia de la Plaza y con la intención de mantener la fluidez circulatoria perimetral de la que el Cuchi Leguizamón llamara el opódromo hice esta propuesta. En la ejecución se mejoraron algunos temas circulatorios, pero se omitieron casi todas las consideraciones patrimoniales.
Abusar del poder para adjudicarse la autoría intelectual de los trabajos de los subordinados es poco digno. De todos modos encarar la ejecución de semejantes obras no es escaso mérito y en ejecutividad los diversos equipos intervinientes en la puesta en valor del Casco Histórico merecen nuestras felicitaciones. Trabajaron en estas obras profesionales jóvenes como el arquitecto Gustavo Giachero, la arquitecta Soledad Gómez, la ingeniera Da Pena y muchos otros. Todo se hizo en tiempo y con entusiasmo.
Pero la parte patrimonial o histórica del proyecto hace agua. La mayoría de los errores son reversibles y no tienen importancia. Llama la atención el extravagante balcón de durlock del MAC supuestamente basado en una borrosa foto de época. Pero el empedrado de pórfido de la Patagonia puesto en un adoquinado de tradición anglofrancesa, es indefendible. La ciudad que tiene las canteras de arenisca a 1000 metros del centro y que usa la piedra desde la fundación como un hilván de todos los tiempos y como un lazo que la unía a Lima, a Cuzco y a Tarija. Hasta hubo un intento de ponerle laja negra a todo el centro histórico porque estaba de moda.
Me obliga a hacer esta aclaración el evitar daños mayores. Debe quedar claro que por participar en la ejecución de este proyecto nadie debe reclamar para si nominaciones como especialistas en patrimonio histórico, justamente porque la cuestión patrimonial es el lado más débil y más discutible de esta valiosa obra.
Preferiría omitir el hecho casi ridículo de que haya varias personas que en distintos ámbitos se adjudican la autoría de este proyecto. Es la excesiva ambición de reconocimientos de quienes se apropian de méritos ajenos lo que me obliga a escribir estas líneas.
Para que los salteños vayan llegando por su propia cuenta a las conclusiones de qué cosa se hizo bien y qué cosa se hizo mal en este proyecto que me enorgullece haber puesto en marcha pongo a consideración algunos apuntes sobre la historia urbana de nuestra plaza.
La Plaza de Salta
Mientras los tacos de Felipe II resonaban en los mármoles recién colocados de El Escorial, un licenciado en destierro, en un valle boscoso y húmedo de América del Sur, fundaba la ciudad de Salta.
Era 1582 y como indicaban las leyes de Indias la traza fue en cuadrícula y la plaza central un barrial rodeado de calles que serviría trescientos años para las tropas, solar de ejecuciones, mercado, teatro callejero y posta de carretas. Las estrechas plazas secas del viejo mundo que hoy nos parecen tan hospitalarias eran entonces el estigma de ciudades amuralladas, insalubres y peligrosas.
Mucha sangre corrió en Europa desde entonces pero después del levantamiento de la comuna de París en 1848, los europeos demolieron buena parte de sus abigarrados cascos viejos para abrir avenidas y bulevares; parques, plazas y rotondas que harían felices a los ciudadanos y eficiente el ingreso de los ejércitos.
Los americanos, como pudimos y como siempre, los imitamos. La plaza salteña dejó de ser barrial y fue asterisco y tuvo kiosco para músicos, fuente de fundición y más tarde patriota a caballo en bronce y árboles que siempre crecían más de lo debido.
Ángel Guido y la corriente de la Restauración Nacionalista
Fue en 1938 y en una batalla que más que por la arquitectura era por la pertenencia cultural , el rosarino Ángel Guido (1896-1960), arquitecto, ingeniero, urbanista e historiador del arte ;difusor de la obra de los muralistas mexicanos y del arte de vanguardia; prefirió ser parte del declinante historicismo que del primer racionalismo.
Fue miembro de la corriente de origen radical de la Restauración Nacionalista, fundada por Ricardo Rojas (1882-1957) que promovió el neocolonial o indoamericano y que quiso agregar a esa postura un poco neurótica ante la historia que tiene la arquitectura argentina , una vuelta de página hacia lo americano. Guido aceptaba el predominio anglofrancés, itálico o moderno en Buenos Aires como ciudad cosmopolita pero tenía la esperanza de que en el Norte sobrevivieran las raíces criollas.
Con esta posición un poco voluntarista, hizo un plan regulador para la Ciudad de Salta y con cuidado criterio promovió un ordenamiento para los edificios que rodean la Plaza. Logró coser con nueva edificación el antiguo Cabildo Histórico, (cuya restauración por Mario Buschiazzo promovió), y a una decena de edificios historicistas y eclécticos de repertorio neofráncés, italianizante y neogótico construidos entre 1870 y 1920, que se encontraban dispersos alrededor de la Plaza y que estaban mezclados con sencillas casonas coloniales y criollas que no tenían recova.
Más allá del anacronismo de diseñar en estilo hay una fuerte racionalidad en los criterios morfológicos propuestos por la norma y el hilo conductor fue la escala, la recova corrida, los balcones en la primera planta y el material que atravesó todos los estilos y criterios desde la fundación de Salta: la piedra arenisca cuarcítica de las canteras de los cerros que la rodean.
De esta etapa nos quedaron obras como el Hotel Salta de Aslan y Ezcurra, el Teatro Victoria y su confitería anexa de Alberto Prebisch, la Galería Continental del cordobés Jaime Roca.
Sólo una casa colonial de patio y dos plantas se salvó frente a la plaza sobre la calle Caseros oculta detrás de una recova nueva. Allí, funciona un barcito tradicional en donde antes del mediodía el músico Cuchi Leguizamón probaba empanada y vino, miraba la Plaza y susurraba: el opódromo, o lugar donde los opas de a pie o a motor giraban con fines amorosos o erráticos.
Las intervenciones recientes
En la última década se hizo una importante puesta en valor de este delicioso conjunto del historicismo argentino, proyecto que tuvo el cuidado de dejar intacto este opódromo que fue parte del imaginario popular de nuestras ciudades, permitiendo una circulación vehicular restringida perimetral.
Se limpió, reparó, iluminó y pintó la totalidad de las fachadas. El cableado fue enterrado y se eliminaron los kioskos precarios y los estacionamientos.
Se redescubrió un conjunto arquitectónico de tal calidad que sólo demandaba un poco de cuidado para deslumbrar. Pero la carencia de profesionales que, además de tener entusiasmo, supieran los delicados avatares de la conservación del patrimonio puso en riesgo el proyecto. Una cosa es la zamba y otra es el tango. Los errores en la policromía del conjunto son menores, porque son reparables. El lavado de todas las puertas de los edificios historicistas que estaban pintadas en colores pasteles en los originales, tal como eran en las tendencias europeas que estos edificios imitaban, también denota poco rigor, pero también es reversible. Los maceteros de chapa negra en supuesto estilo francés no merecen comentario. En cuanto a las faroles coloniales de hierro fundido empecemos por decir que no había hierro fundido en tiempos de la colonia. Pero el conjunto no carece de gracia. Lo que es casi irreparable es la colocación de un solado de piedra traída desde 4.000 Km. en vez de la arenisca cuarcítica y el levantamiento de casi todos las veredas de losas originales, incluyendo la vereda de lajas ciclópeas de la obra de Alberto Prebisch contigua al teatro Victoria y que tenía continuidad con esta y el agregado de adoquines de pórfido, que parece que están de moda y están bien tal vez en la ciudad de Buenos Aires que no tiene otra piedra y que tiene otra historia , pero que no son culturalmente neutrales, ni tienen ningún sentido en una ciudad en donde otra piedra de otro color y otra estética atraviesa todas las épocas y cuyas canteras originales se encuentran en los cerros a menos de 1km. de la plaza fundacional.
Reflexionando
Suma tras suma se hace la identidad. Copia tras copia, pero mucho más con vida propia. Ser contemporáneo en conservar el patrimonio no es detener la historia que no puede dejar de suceder diga lo que diga Fukuyama, pero es mirarla con ojos actuales, es decir ya no pelear por la pertenencia cultural.
Que en pleno inicio del tercer milenio se le haya dado un fuerte giro anglofrancés a la Plaza 9 de Julio no tiene sentido. Es como si alguien le diera un toque barrio chino a San Telmo. El nuevo look ya le ha costado al entorno de la Plaza sobre la calle Caseros la demolición de una casa colonial y de otra neocolonial para construir edificios en estilo Barrio Norte es decir un neofráncés disneyficado. La pintoresca apertura de un pub irlandés en frente exactamente en frente de la ventana del despacho de la Secretaría de Cultura de la Provincia debería hacerle reflexionar.
No escribo esta nota para desalentar a los gobernantes a invertir en puestas en valor masivas que producen resultados excelentes para el turismo y la autoestima de la población, por el contrario, en términos generales debe felicitarse a las autoridades de Salta, pero es indispensable que los funcionarios comprendan que los contenidos culturales son sumamente vulnerables y complejos y demandan refinamiento en el diseño y conocimiento de la historia de la cultura humana.
No deben ponerse en riesgo estas inversiones confiando en personas que se autodenominan especialistas por entusiastas que parezcan. Los especialistas verdaderos poseen formación posgradual universitaria y el país posee una interesante oferta de los mismos. De lo contrario se cae irremediablemente en el kitsch y en un historicismo cada vez más barato en la medida en que se aleja hasta la caricatura de los modelos originales.
(*) Arquitecta especializada en patrimonio arquitectónico y escritora.