
Es así como existen tratamientos de cortesía u oficiales que son propios, por ejemplo, de las monarquías, de las repúblicas laicas o confesionales, de los sultanatos, y de los regímenes islámicos o tribales.
A su vez, un repaso a la historia de estas formas institucionales nos advierte de las mutaciones que, a lo largo del tiempo, se han producido en las reglas de trato; unas veces para crear denominaciones nuevas y otras para restablecer categorías del pasado.
Recordemos, antes de proseguir, que se entiende por tratamiento a toda palabra que, antepuesta o no al nombre civil de la persona o a su cargo, sirve para identificar rangos y jerarquías (Su Majestad, Alteza Serenísima, Magnífico Rector, Excelentísimo Señor Presidente, Reverendísimo Arzobispo, Magnífico Sultán).
Pero tan importante como el tratamiento oral y escrito, es el tratamiento gestual que reciben las personas: besos, abrazos, apretones de mano, inclinaciones de la cabeza, reverencias, flexiones de rodillas (leves o profundas), saludos marciales, completan aquel panorama identificatorio de culturas y estadios institucionales.
Por supuesto, cualquier clasificación política que se atuviera solamente a estos símbolos culturales inducirá a error.
Piénsese sino en el caso del dictador Juan Carlos Onganía que concurrió al acto de su asunción como Presidente de la Nación montado en un carruaje monárquico, y que recibía un trato protocolar similar al de un Jefe del Estado de cualquier república democrática.
Hay que añadir aquí un segundo elemento corrector, y es el tratamiento que mas allá de las formalidades oficiales otorga al público a sus gobernantes; bien de forma abierta, bien solapadamente.
Fue, por ejemplo, el caso de nuestro anterior Gobernador a quién buena parte de los salteños llamaba coloquialmente El Príncipe; unos con dejo irónico, otros de manera reverencial. La elección de este apelativo, abiertamente contrario a la naturaleza republicana de nuestra Provincia, se correspondía con el estilo mayestático, solmene, sobrecargado y distante de quién ejerció hasta ayer la mas alta magistratura de la Provincia.
Sin embargo, en materia de tratamientos, el fenecido régimen salteño reconocía incoherencias, mestizajes, contradicciones e influencias exóticas, que desbordaron las mejores intenciones de la jerarquizada Oficina de Ceremonial y Protocolo de la Provincia, cuya trayectoria, dicho sea de paso, estuvo lejos de igualar a la de su ilustre fundador, don Sergio Iratzsoff, un auténtico Príncipe ruso exiliado en Salta.
Así, por ejemplo, aquella solemnidad acartonada coexistió con la costumbre del beso en la mejilla, importada del sindicalismo peronista porteño; con los dedos de la mano en forma de V, en un inútil intento de emparentarse con el Tío setentista; con las palmadas en el hombro, de rancia estirpe conservadora; con el pulgar hacia arriba (señalando el ingreso, real o inminente, en el paraíso) o hacia abajo (expresando la condena a cualquiera de las listas negras)
Coexistió también con apelativos tucumano-salteños como papá, hermanito, changuito, "jefecito", "vo" que se infiltraban en las campañas electorales y en las (escasas) caminatas que, con intención proselitista, realizaban los jerarcas y sus candidatos. Incluso, algunos egresados de ISICANA preferían el ambiguo "one" para referirse al máximo responsable de cualquier área.
Como se ha referido en una nota anterior publicada en este mismo sitio, un alto funcionario judicial fue uno de los pocos que, invariablemente y para eludir el incómodo beso, estiraba pronto la mano derecha marcando distancias y satisfaciendo así sus aprensiones higiénicas.
Atrás, muy lejos, quedaba la consigna setentista, pretendidamente revolucionaria, de anteponer la palabra compañero al cargo oficial: Compañero ministro, Compañero gobernador, Compañero intendente, ingresaron rápidamente al desván de las frases inútiles.
Ignoro si existe o no (en cualquier caso no he pedido encontrarlo) un Decreto que, al igual que sucede en la mayoría de los Estados modernos, regule el tratamiento que debe darse oficialmente a los funcionarios locales. Es posible que el celo del encargado de la Oficina de Ceremonial y Protocolo de la Provincia no haya sido suficiente para lograr la aprobación de una norma de estas características.
El cambio de gobierno al que hoy asistimos (muchos ilusionados, otros expectantes, y unos pocos cegados por el rencor), representa una oportunidad para introducir tratamientos republicanos y gestos sobrios.
Contando con la benevolencia del lector, me permito enunciar aquí, sin ninguna pretensión, un deseo personal:
Ojala que el próximo 25 de mayo, mientras el locutor oficial anuncia (con una voz cívica que imite la de don René Alejandro Herrera) el arribo del Señor Gobernador de la Provincia, los asistentes al Palco AA se saluden con un cívico apretón de manos.
O sea: nada de voces marciales, ni de besos impropios, ni de excelencias.
Al menos para las autoridades civiles, ya que aquel tratamiento formal radicalmente republicano es compatible, se me ocurre, con el beso al anillo episcopal y con las varoniles órdenes militares a la formación de ceremonias.
Decía un adusto Procurador, varias veces candidato por la Unión Provincial, desmintiendo a una bella empleada de los Tribunales que se empeñaba en doctorearle: Llámeme señor, que doctor es cualquiera y señores quedan pocos.
Pese al carácter extremo, aristocratizante, de la frase, es cierto que la palabra Señor encierra significados suficientes para denominar al Gobernador y honrar su investidura democrática.