Dos rasgos sobresalientes de la situación actual de la política de Salta

Hace unos días, durante una conversación casual, una persona me pidió que resumiera, en dos rasgos, la situación actual de la política de Salta. A pesar de las excusas -basadas en mi ya largo alejamiento del lugar de los hechos- no me fue posible eludir aquella amable invitación, que, más que a lucirme, fue una convocatoria abierta a meter la pata sin atenuantes. El autor de este artículo junto a Hernán Cornejo durante la visita de Cámpora y Lima a Salta en 1973Mi interlocutor no esperaba de mí una respuesta "a lo gaucho", precisamente. Es decir, no parecía que fuese a conformarle con un análisis emocional de la política lugareña, basado en mis simpatías y preferencias ocasionales o en simples valoraciones de las personalidades políticamente más relevantes. Quería -y a buen monte fue por leña- una explicación algo más técnica, despojada de aquellos adornos gauchescos que tienden a reducir la política -la salteña y cualquier otra- a una caricatura de sí misma.

El propósito de estas líneas es ordenar un poco las reflexiones que siguieron a aquel pedido. Juego aquí con la ventaja de escribir sobre algo pensado previamente, pero no suponga el lector que, al intentar ordenar aquellas ideas, quien esto escribe no ha experimentado el mismo miedo al papelón que precedió a su improvisada exposición verbal de los otros días.

Siempre me ha parecido muy bueno que las personas que, de algún modo, se dedican a expresar y propalar sus ideas, lo hagan despojados de esa asertividad pedante, que es muy propia de algunos intelectuales, y que sean capaces de expresar -o al menos, dejar filtrar- sus dudas e inseguridades. Porque al final, equivocarse, lo que se dice equivocarse, nos equivocamos todos, en mayor o menor medida.

Se me había pedido "resumir en dos rasgos" aquella maraña que conocemos como "política de Salta". A fin de no salirme del guión, se me ocurrió decir sólo dos cosas:

1. Que las instituciones del "régimen político" de Salta, aquellas que están establecidas por la Constitución y las leyes, cada vez forman menos parte del "sistema político", es decir, del conjunto mayor de actores e interacciones que determinan la forma y el fondo del proceso de adopción de decisiones públicas y vinculantes. Que, por tanto, asistimos a un espectáculo de un "régimen político" anquilosado, formalmente vigente pero sustancialmente inútil, frente a  la fuerza, cada vez más dinámica, de un "sistema político" que tiende a identificarse con ese marco ideológico, inusualmente flexible, que se llama "Partido Justicialista de Salta".

2. Que, quizá por consecuencia del fenómeno anterior, la política de Salta cada vez es más incapaz de resolver los problemas del conjunto social. Dejo constancia de que en el curso de la conversación, no utilicé ni por un momento la malsonante frase "los problemas de la gente". E insistiré con ello en este escrito. El "sistema político" ha dejado de elaborar en Salta decisiones acertadas para la gran mayoría de los problemas que afronta su sociedad. Se trata de un fenómeno muy notable en lo que se refiere a los problemas actuales y tangibles, pero que es muchísimo más notable -y grave- cuando hablamos de los problemas de su futuro.

Resumiendo aún más aquella conversación, podría decir que el rasgo 1 es la identificación del sistema político con el marco competitivo del Partido Justicialista de Salta; y el rasgo 2 es la falta de correspondencia entre las decisiones que elabora el sistema político y las respuestas que espera y necesita el conjunto social.


Sobre la identificación del sistema político con el Partido Justicialista


Los positivistas dirán, como siempre, que el sistema político es el que es y convocarán a estudiarlo desapasionadamente. Los otros sostendrán que el que todo, o buena parte, del juego político se desenvuelva en el contexto de una sola fuerza política, anula el pluralismo que debe formar parte del contenido democrático y suprime la naturaleza competitiva del sistema de partidos.

Los dos pueden tener razón.

En mi modesto entender, no hay ninguna norma, ni ética ni jurídica, que obligue a que los partidos políticos se establezcan para no morir nunca. Así como el sistema capitalista de libre mercado prevé que los agentes económicos menos exitosos desaparezcan del mapa, el sistema institucional en el que nos desenvolvemos no prevé que los partidos deban existir para siempre y cualesquiera sean las condiciones políticas o institucionales.

Por tanto, si incorporásemos este rasgo de contingencia a la definición de los partidos, podríamos decir que un partido político es un grupo organizado de ciudadanos que aspiran a mediar entre los ciudadanos y las instituciones públicas, y cuya desaparición individual no debería de traer aparejada ninguna consecuencia institucional disvaliosa.

Quisiera aquí distinguir cuidadosamente entre la extinción de un partido en particular y la supresión de la actividad de los partidos políticos, una de las herramientas totalitarias favoritas del autoritarismo militar. No me refiero a ésto. Tampoco me refiero a la situación política de Salta como un "régimen de partido único", sujeto a reglas bastante bien conocidas.

Me refiero a que si ahora mismo desapareciese el Partido Justicialista de Salta de la escena, se produciría en nuestra Provincia una crisis institucional (de gobernabilidad, de representatividad o como se la llame) de imprevisibles consecuencias. No sucedería lo mismo, por ejemplo, si mañana desapareciese (con todo respeto) la Unión Cívica Radical. Un partido político cuya extinción es capaz de desbaratar todos los equilibrios políticos del lugar, más que un partido es "el sistema" en sí mismo.

Hace décadas ya que el Partido Justicialista de Salta no explicita ni establece, con carácter estable y razonablemente objetivo, ni su ideología ni sus propuestas para la sociedad. Decir, en pleno siglo XXI, que una formación política persigue "los sueños de Evita y de Perón" no resulta suficiente. Hace falta un compromiso más estrecho con los problemas actuales, que no son ni remotamente parecidos a los que enfrentó la Argentina durante la etapa más onírica de Perón y de Eva Perón.

Pero nadie demanda ni siquiera una actualización doctrinaria. Lo cual, no quiere decir, sin más, que dentro del PJ de Salta no se generen (y de un modo intenso) ideas y actitudes políticas, muchas de las cuales están muy bien conectadas con el presente y con el futuro. ¿Que me estoy contradiciendo? Creo que no.

Quiero decir que el PJ genera ideas y actitudes políticas pero no "unitarias" como se espera de cualquier partido político. Son ideas interesantes, pero enfrentadas, contradictorias y que normalmente se excluyen entre sí. Este fenómeno también es indicativo de que el PJ de Salta, es un ente bien diferente a un partido político, en donde sus militantes "comulgan" con ciertas ideas. En el PJ, con ninguna. No hay "comunión" posible. Se trata de ideas sueltas, generadas en círculos de confianza muy pequeños y que, quizá por ello mismo, se traduzcan luego en decisiones que nacen sin el suficiente consenso como para resultar efectivas.

El carácter omnipresente del PJ y la asunción de hecho del rol de "sistema político" convierte al resto de las fuerzas políticas en satélites del justicialismo lugareño. Los demás, se mueven a impulsos del PJ, imitando sus giros y rotaciones e intentando vivir de la luz que aquel proyecta.

Los partidos que admiten este rol exorbitante del Partido Justicialista de Salta juegan dentro del "sistema político" que el PJ encarna y representa, no sólo porque entre todos se prestan prácticas y practicantes, sino porque el partido pequeño -aun con sello propio- aspira a formar parte de la interna del partido mayor. Sólo algunas fuerzas muy minoritarias y con un sesgo ideológico demasiado marcado se hallan fuera de esta ronda. Son los "partidos antisistema".

¿Por qué se ha llegado a este extremo? Pienso que se debe a que los partidos, urgidos por razones económicas y políticas de sumar militantes a cualquier costa, han perdido su capacidad de decir "a este señor no lo queremos". Aunque resulte paradójico, influye aquí el pensamiento de Marx, pero en este caso de Groucho. El genial cómico pasó a la historia por frases como "jamás sería miembro de un club que me aceptase a mí como miembro". Los partidos políticos están "demasiado abiertos" en nuestro sistema, no funcionan como selectores sino como colectores o agregadores de opinión, hasta el punto de que muchos, como el PJ, han hecho de esta política de puertas abiertas la clave, no tanto de su éxito electoral, sino de su desproporcionada influencia sobre los procesos políticos locales.

Por este motivo y no por otro es que el Estado ha advertido que las internas de los partidos políticos son cosa suya, es decir, que ha encontrado un campo en donde intervenir por vía legislativa. El disenso interno partidario es muy delicado y crítico como para dejarlo en las débiles manos de los partidos. Esta inusual influencia estatal sobre la autonomía organizativa de los partidos políticos forma parte también del "sistema", por muy monstruosa que nos parezca.

La última vez que el PJ de Salta rechazó una afiliación por razones morales y políticas, fue en 1972. Diez años más tarde, el Partido Justicialista de Salta comenzó a incorporar a lo más granado del gorilaje lugareño, especialmente los que se hallaban a su derecha. No es necesario dar nombres, pero en el PJ de Salta conviven hoy miembros de nuestra burguesía más prominente con obreros organizados sindicalmente, oligarcas con inmaculado pedigrí antiperonista y clases medias universitarias ascendidas en los años sesenta y setenta; procesistas que han mantenido estrechos lazos con la dictadura militar y ciudadanos perseguidos y reprimidos por ésta. Aquí no hay sentimientos comunes. El pegamento que liga a todas estas partes tan diversas no es la ideología ni los principios sino la ambición común por "el espacio".

Un "partido" que pierde su "parcialidad" (porque avanza sobre la totalidad del espectro de opiniones y se siente cómodo conteniéndolas a todas) pierde su esencia, subvierte su rol y -como en el caso de Salta- tiende a sustituir peligrosamente a otras instituciones más formales, más necesarias, más inextinguibles.

En conclusión, el que un partido ejerza como sistema político no parece malo de suyo, sino en la medida en que este partido tenga "dueños" (y no dirigentes) como los tiene. Algunos amantes de las simetrías entre la realidad política y los textos fundamentales podrían proponer constitucionalizar el rol preeminente del Partido Justicialista de Salta y consagrarlo como una institución atemporal, imprescriptible y visceralmente atada a los destinos de nuestra Provincia como ente público estatal. Quién sabe si de este modo las cosas pueden llegar a funcionar mejor.

Otros, en fin, pensarán -y no les faltará razón- que los partidos son un precio muy elevado para mantener una democracia que podría sustentarse tranquilamente en la dinámica del tejido social asociacionista y en las Nuevas Tecnologías. Que mientras las campañas electorales sigan consumiendo dinero público que podría destinarse a mejorar las prestaciones de nuestro Estado del Bienestar, ni los partidos ni las campañas ayudan a mejorar la democracia sino más bien todo lo contrario.

Dejaré el desarrollo del segundo punto para otro momento.