
Hay una manera más sutil y de alta política para superar los traumas que dejan tanto la victoria (soberbia) como la derrota (revancha): recomponer convenciendo precisamente con un proyecto superador, amplio, generoso y responsable, que contemple las urgencias de la coyuntura pero mirando al largo plazo (una generación, 20-25 años).
Esa visión-tarea posee la ventaja de no pretender empezar de cero, es decir implica el rescate de lo que está bien hecho para seguir construyendo para arriba. En tal caso el realineamiento logrará una síntesis, un nuevo tiempo: para imponer un proyecto duradero previamente hay que estar convencido de su bondad, y ello implica que esté al servicio de todos, del bien común, empezando por los más débiles y desamparados.
¿El gobernador electo de Salta, Juan Manuel Urtubey, y su equipo están preparados para la hazaña? ¿Podrán hacerlo solos en la Argentina y Salta actuales? ¿La dirigencia salteña en su globalidad, no solo la política, está preparada para acompañar los cambios? ¿Habrá participación ciudadana sin condicionamientos ni cooptaciones? ¿Habrá cambios, finalmente?
Eso vive Salta en estos días febriles, previos a la inminente asunción. Por ahora las expectativas se centran en el futuro gabinete, dentro del nuevo marco legal que ya se anunció. Por lo pronto, el gabinete nacional prácticamente sigue igual, con algún enroque; los transversados no pudieron colocar ningún ministro. Mala señal.
En ese marco genérico descrito, ¿hay margen para la coloratura, para los semitonos o se impondrá el pensamiento único, lo transversal? ¿Es Cristina Fernández de Kirchner garantía de tolerancia, de respeto a las ideas de los otros, de apertura al diálogo? El antecedente marital indica exactamente lo contrario. No me parece descabellado que cada presidente sueñe con su tercer movimiento histórico (como en sus momentos Raúl Alfonsín y Carlos Menem), pues de tanto buscarlo pareciera que la Argentina lo necesita.
¿Lo necesita Argentina o cierta dirigencia política de la Argentina? Un poco por aquello de que la función hace al órgano... Lo que todavía no logramos, y eso está claro, es construir ese famoso proyecto del Bicentenario en función de la diversidad de matices, sin perjuicio de que en materia de gobernabilidad se hagan y deshagan acuerdos y alianzas. La experiencia francesa y norteamericana, por citar dos casos, es rica al respecto. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que a nuestro futuro lo terminen delineando el divulgador histórico Felipe Pigna y los animadores televisivos Mario Pergolini y, por qué no, tal vez lo sumen a Tinelli.
(No sé por qué mientras escribo estas líneas me galopan en la cabeza los versos del Poema Conjetural, de aquel Borges antes detestado). Chantal Mouffe es una politóloga belga de creciente predicamento en su país y en el resto de Europa, autora de En torno a lo político (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005). En ese libro, la autora rescata la dimensión antagónica de la política, ya que, contra la corriente, ella sostiene que las democracias cosmopolitas actuales están vaciando de contenido a las sociedades occidentales. Entonces, ¿cómo se compagina esta hipótesis con la tendencia a acordar, consensuar, construir en común?
Tal parece que la sabiduría está, por un lado, en devolverle a la política su sentido agonal, rescatando el debate de ideas y a las definiciones doctrinarias precisas para lo cual los partidos son instrumentos imprescindibles. Por otro, construir sí un proyecto perdurable, pero en el pleno respeto de las ideologías y doctrinas.
El peronismo y el radicalismo, los movimientos políticos más amplios de la historia nacional, transitan una etapa de lixiviado que, si no es bien conducida en esta crucial etapa histórica nacional, puede vaciar de contenido lo que vinimos haciendo mal, regular, bien y muy bien, desde hace 200 años. ¡Ah, me olvidaba! La senadora-primera-dama-presidente-electa ha leído a Mouffe y la recomienda. Vayan sabiéndolo.