
No le ha sido posible al Gran Poder instalar a su no tan dilecto sucesor en las Sillas del Grand Bourg y de Las Costas.
El enorme esfuerzo desplegado por el Régimen para, de alguna manera, conectar la lógica democrática con la lógica sultanesca (o, mas precisamente, para subordinar la primera a la segunda), no alcanzó frente al hartazgo de la mayoría.
A partir de la situación inaugurada por el resultado electoral y, sobremanera, por el canto a la Libertad lanzado por don Juan Manuel Urtubey desde los balcones del hotel desde donde siguió el escrutinio, la encarnación terrestre del Régimen puede elegir una de estas dos vías:
Intentar embarrar inmediatamente la cancha, dejando hacer a sus expertos en fraude; incluso y, de fracasar estas maniobras, podría temporizar a su nutrida artillería para hacer imposible la vida al preferido por la ciudadanía, o
Reconocer sin cortapisas los resultados y mandar a sus huestes (mediáticas, bancarias, corporativas y jurisdiscentes) a someterse lealmente a los resultados.
Si elige el primer camino, pasará a la historia local como un Gobernador ciertamente no republicano, pero como un Gran Sultán.
Si, desafortunadamente, prefiriera lo segundo, comprobaríamos que durante doce años fuimos gobernados por un Pequeño Sultán.