
Durante este periodo, si bien Internet ha ganado en empuje y multiplicado su utilidad, también ha perdido importantes batallas y su rumbo no parece tan claro hoy como lo fue en sus comienzos.
Si comparamos la Red de mediados de los 90 con la actual, desde un punto de vista no exclusivamente técnico, no tardaremos mucho en darnos cuenta de que la diferencia más notable entre aquella Internet y ésta se encuentra en la desaparición, cada vez más acelerada, de las principales herramientas globales. Lo que llamamos aquí la desglobalización del ciberespacio.
No se trata de que Internet haya dejado de producir herramientas útiles o de que hayan desaparecido las que existían. Lo que está en vías de extinción es el carácter unitario y la utilidad global de estas herramientas.
La globalización ha cedido importantes posiciones a causa del acelerado proceso de regionalización que afecta, desde hace un lustro, más o menos, a algunos gigantes de la Red como Google, Yahoo, Microsoft, Amazon, E-Bay/PayPal o Wikimedia Foundation.
Se trata de un proceso involutivo que está transformando la esencia de unos servicios que comenzaron siendo unitarios (el mismo para todo el planeta) y auténticamente globales.
A muchos de los pioneros que soñaron con una Internet sin fronteras nacionales ni culturales les preocupa que las razones que avalan la existencia de un Google argentino y otro búlgaro, de un Yahoo australiano diferente al alemán o de un PayPal norteamericano y otro europeo, no estén relacionadas tanto con el deseo de estas empresas dar mejores servicios a sus usuarios como con su apetito por ganar cada vez más dinero.
Esta estrategia de segmentación no tendría nada de censurable si, al mismo tiempo, no se hubiera producido una sensible pérdida de calidad de los principales servicios de estos gigantes , especialmente en algunas áreas periféricas del planeta.
Algunos casos concretos
Bien es cierto que en muchos casos el usuario puede escoger en qué idioma visualizar una web determinada o qué buscador nacional habrá de satisfacer sus necesidades, pero hoy existe una serie importante de utilidades (en Google, PayPal o Amazon, sólo por citar tres casos) que no permiten al usuario cambiar el idioma del servicio y, menos, elegir desde dónde se le dará soporte y se resolverán sus problemas.
Nuestra dirección IP (o sea, nuestra localización geográfica) determina hoy si podemos comprar o vender a través de Internet y a quién, si podemos o no acceder a determinados productos, si podemos alcanzar los contenidos que realmente deseamos, en el idioma que queramos, sin pasar por filtros o sugerencias "nacionales"; determina también la publicidad que veremos o no veremos y decide si podemos colocar o no nuestros contenidos en los motores de búsqueda que nos plazcan.
Es hasta cierto punto comprensible que la existencia de factores legales, sobre todo relacionados con la fiscalidad nacional, con las regulaciones del comercio electrónico o con la protección local de la propiedad intelectual, determinen una buena parte de estas restricciones, pero esta constatación no deja de percibirse como una derrota de la globalidad de la Internet y como la certificación de la -hasta hace poco cuestionada- vitalidad de los Estados nacionales y de su poder para imponer fronteras.
Estos argumentos no alcanzan, sin embargo, a explicar fenómenos como la alarmante pérdida de calidad de los servicios de soporte al cliente.
Por sólo citar un caso clamoroso, resulta imposible obtener una explicación razonable de por qué PayPal que tenía un servicio de soporte aceptable- está destruyendo aceleradamente su reputación con soportes periféricos de ineficacia tercermundista.
Otro caso particular que preocupa en casi todo el mundo hispano es la expansión global de Google, pero a nivel físico, con la apertura de oficinas y sucursales en muchos países importantes del mundo, incluida la Argentina.
Casi todo el mundo sabe que la base del sostenido éxito de Google está constituida por su secretísima tecnología PageRank, que es la que en definitiva asigna el lugar de una web en los resultados que ofrece este buscador global frente a una búsqueda por palabras. Google siempre ha presumido de la transparencia de esta tecnología y de su virtual inmunidad frente a manipulaciones humanas, sean externas o internas.
Precisamente la expansión física de Google a algunos países está poniendo en duda la automaticidad de sus procedimientos de indexación y la falta de intervención humana en la determinación de la importancia de las webs.
Es paradigmático el caso del servicio de noticias Google News, pues, cuando menos en el caso de la Argentina, se sospecha, no sin fundamento, de que son personas de carne y hueso las que deciden qué medios de noticias se indexan y bajo qué condiciones, así como también son humanos los que determinan la importancia o el ranking de estos medios.
Google News otorga tratamiento de nacionales a medios que se consideran globales, y lo hace por el mero hecho de estar escritos en un idioma determinado o el de tener su domicilio principal en un país determinado, y esto sólo puede hacerse en base a una intensa intervención humana.
Son seres humanos y no robots los que deciden cuál debe ser la estructuración de contenidos de un sitio web para ser considerado web de noticias como humanos también son los que en la Argentina deciden a quién poner o a quién quitar, en función de sus propios criterios y preferencias y sin mostrar un especial respeto por la libertad que tienen los medios para crear las estructuras de contenido que deseen. Una libertad que, dicho sea de paso, se integra en una libertad mayor: la de expresión.
Conclusión
En síntesis, que el proceso de desglobalización del ciberespacio está erosionando los pilares sobre los que se asienta la Internet que conocimos. El nuevo modelo de servicios parcelados por nacionalidades o por idiomas es coherente con el proceso de re-valorización de los atributos del Estado nacional y con las necesidades coyunturales del capitalismo, pero al mismo tiempo es poco respetuoso con los usuarios de los países menos favorecidos, en la medida en que se tiende a desconocer o a minimizar su derecho a beneficiarse de una Internet con una calidad homologable a lo largo y ancho del planeta.