Libélulas de oro en la política de Salta

Los últimos movimientos de reacomodamiento interno en las alfombradas jaulas del Partido Justicialista de Salta, confirman la impresión de que las candidaturas a los principales cargos electivos -por caso, a diputados nacionales- no se disciernen ya en base a criterios de mérito político, de sapiencia filosófica o de excelencia estética. Libélula de oroEn otras palabras, que para ser candidato a diputado nacional no basta ya con acreditar el máximo mérito político (al que se le da el nombre de "militancia", o de "lealtad", según los casos), ni la máxima erudición, representada por la capacidad de recitar de memoria el artículo 3º del Código Civil referido a la irretroactividad de las leyes, ni el poseer una dentadura blanca y radiante, como la novia de Antonio Prieto.

Hoy lo que se necesita es cash y, si es fluido y abundante, aun mejor. Es decir, no basta con presumir de cédulas parcelarias amontonadas en Gaona ni de sonoros apellidos que simplemente sugieren riqueza; menos efectivo (y mucho menos chic) aún es proclamar que se cuenta con el respaldo de dos mil afiliados: el candidato sólo vale en la medida en que es capaz de demostrar su capacidad patrimonial, como los buenos tahúres del Mississippi, poniendo sobre la mesa sus principales atributos. "Tanto tienes, tanto vales".

Buena ocasión para demostrar aquella capacidad son las fiestas, pero no esos prosaicos locros peronistas en los que los platos de los dirigentes rebosaban de keperí y los de las bases de toncoro, sino unos saraos de guante blanco, con el dueño de casa montado en un descapotable de fabricación alemana, vistiendo un traje color manteca; con chicas tirándose a su piscina con vestidos de los años veinte y mozos vallistos sirviendo a los invitados unos braseados de llama con cebolla caramelizada y emulsificada en arrope de chañar, o sorbetes esferificados de espuma de anchi.

Estas nuevas libélulas de oro que revolotean sobre las candidaturas en Salta están revolucionando el mundo de la política. En rigor, se trataría de la "segunda revolución de la chequera" después de la que iniciara en 1983 aquel acaudalado empresario que formó su agrupación política levantando hipotecas ajenas, encargando fallos judiciales como si fuesen trajes a medida de la finísima sastrería Zilly y creando estupendos trabajos de changadores de bobinas de papel, o de profesores de malambo, para un número no desdeñable de salteños necesitados.

Hasta tal punto ha llegado la sofisticación en este aspecto, que los nuevos candidatos, además de las fiestas, las chicas y la nouvelle cuisine salteña, parecen inclinados a presumir de "nuevos productos financieros" y de ciertos activos en prósperas compañías que cotizan en bolsa. De ahí el -por ahora transitorio- fracaso en su asalto al Congreso Nacional, de un ambicioso joven que en vez de colocar sus ahorros en fondos de inversión mobiliaria de renta variable o en contratos financieros atípicos, los había escondido, como la tía Maruja, en un recoveco de su vivienda.

En suma, que sobre el escaso botín de tres escaños sobrevuela hoy una nube de alados e invertebrados candidatos; sólo los que reúnan las condiciones de una verdadera líbélula de oro llegarán a representar a nuestra Provincia en la Cámara de Diputados de la Nación.