Una realidad que no podemos ocultar

Cuando escucho a un legislador o funcionario cualesquiera usar esa frase para referirse a temas como el de la prostitución, me pongo frenético porque ya sé como sigue el resto del cuentito: que la hipocresía de la sociedad, que preservemos las libertades, que no se debe discriminar, que es un problema muuuuy complejo, y pretextos por el estilo. Lo apabullante es que -tal vez por lo políticamente correcto o, peor, por desconocimiento- nuestros referentes políticos no quieren ubicarse en el ojo de la tormenta por temor que ésta los maltreche. Entonces, ¡a zafar como sea! Gustavo BarbaránAlgo así me ocurrió en la tarde del miércoles pasado al escuchar un reportaje radial a un diputado (que tengo por hábil y preparado), a quien el periodista le indagaba su posición respecto del reclamo de vecinos del Barrio Hernando de Lerma, plantados contra un grupo de prostitutas y travestis que por allí “trabaja”. El diputado argüía, palabras más palabras menos, que los primeros tenían todo el derecho a protestar y vivir en paz, pero los travestis también tenían derecho a ejercer su añejo oficio; por tanto la solución debiera ser juntar a las partes y negociar una salida que contemple los intereses de ambas. Mal, mal, mal. Si ese es diagnóstico y remedio a la vez, me parece que el conflicto (¿puede haber conflicto de intereses en este supuesto?) no solo no se arreglará sino se agudizará. Esto suele ocurrir, por lo demás,  cuando sectores enfrentados utilizan idiomas distintos: guste o no, no se trata de una cuestión de intereses contrapuestos sino de valores en pugna. Es más, me parece que -en lo que al tema respecta- siempre ha sido así y por eso carece aún de solución perdurable.

A la presión vecinal le siguió una movilización de trabajadores/as del sexo, quienes, según el diputado, llevan el sustento a sus familias. De aceptarse este razonamiento lineal, los chicos que se enfrentan día a día con la policía a causa de la venta del paco en sus propias villas, están proveyendo sustento para sus familias. Un desatino. Si se aceptara que la prostitución es un trabajo como cualquier otro y cabe protegerlo reformando el Código Contravencional (el INADI ya le notificó al gobernador Urtubey que el nuestro es anticonstitucional por discriminador: eso reclamaba aquella marcha), ya no se entiende nada. No sé quiénes vendrían a ser los progresistas y quiénes los reaccionarios.

Es verdad que Salta tiene una larga historia en esta materia, como también es cierto que durante los últimos doce años venimos ocultando la progresividad de la miseria, esa que llegado un punto deja de ser material y se cualifica en miseria moral. Tampoco digo que sea el caso de estas prostitutas y estos travestis recientemente movilizados, pues en verdad no tengo datos (¿algún organismo público tiene datos precisos?) acerca de su cantidad, sexo, edad, orígenes, etc. Para colmos, una visión reduccionista de los derechos humanos impide asumir que no hay libertad con estómagos vacíos y que la mejor manera de satisfacerlos es con trabajo digno. ¡Claro que el fenómeno, a más de cruel, es complejo!, pero lo menos que pedimos a nuestros dirigentes es que vayan más allá de la complacencia y del mangueo de votos sin horizonte. Cuando no se abordan políticas para mitigarla -erradicarla exige otro temple-, la miseria material-moral deviene inmanejable y caldo de cultivo para cualquier fantasía. Y mientras no haya un cambio cultural que asuma políticas de desarrollo integral en defensa de la vida, de la familia, de la educación, de la seguridad, esta problemática seguirá engordando, sí, al clientelismo político.