
A la presión vecinal le siguió una movilización de trabajadores/as del sexo, quienes, según el diputado, llevan el sustento a sus familias. De aceptarse este razonamiento lineal, los chicos que se enfrentan día a día con la policía a causa de la venta del paco en sus propias villas, están proveyendo sustento para sus familias. Un desatino. Si se aceptara que la prostitución es un trabajo como cualquier otro y cabe protegerlo reformando el Código Contravencional (el INADI ya le notificó al gobernador Urtubey que el nuestro es anticonstitucional por discriminador: eso reclamaba aquella marcha), ya no se entiende nada. No sé quiénes vendrían a ser los progresistas y quiénes los reaccionarios.
Es verdad que Salta tiene una larga historia en esta materia, como también es cierto que durante los últimos doce años venimos ocultando la progresividad de la miseria, esa que llegado un punto deja de ser material y se cualifica en miseria moral. Tampoco digo que sea el caso de estas prostitutas y estos travestis recientemente movilizados, pues en verdad no tengo datos (¿algún organismo público tiene datos precisos?) acerca de su cantidad, sexo, edad, orígenes, etc. Para colmos, una visión reduccionista de los derechos humanos impide asumir que no hay libertad con estómagos vacíos y que la mejor manera de satisfacerlos es con trabajo digno. ¡Claro que el fenómeno, a más de cruel, es complejo!, pero lo menos que pedimos a nuestros dirigentes es que vayan más allá de la complacencia y del mangueo de votos sin horizonte. Cuando no se abordan políticas para mitigarla -erradicarla exige otro temple-, la miseria material-moral deviene inmanejable y caldo de cultivo para cualquier fantasía. Y mientras no haya un cambio cultural que asuma políticas de desarrollo integral en defensa de la vida, de la familia, de la educación, de la seguridad, esta problemática seguirá engordando, sí, al clientelismo político.