
Amato habla bastante diferente a Calaf, por cierto. No tiene ese acento profundamente barcelonés ni el pelo rojo como la catalana. Su forma de transmitir las noticias es más cancina, mucho más que la de cualquier periodista radial español. A veces llega a exasperarme, no tanto por su lentitud como por su empeño de pronunciar las todas las consonantes con una sonoridad poco habitual para el escuchante hispano medio.
El caso es que a Amato tocó en suerte contar a los españoles la noticia de la condena de Bussi y Menéndez en Tucumán y no exagero si digo que pocas veces experimenté una especie de rubor ajeno como en esta ocasión.
Como buena profesional que es, Amato desempeñó su papel a la perfección, pero ya sea por la estructura de la sentencia o por una casualidad horrible, el orden de los delitos por los que fueron condenados los dos antiguos jefes militares (que, en este caso, sí altera el producto) no guardaba ninguna relación de proporción.
Quizá la norma periodística manda a anunciar siempre la desgracia mayor antes que las menores, si es que éstas existen o agregan algo a la noticia más importante.
Siempre recuerdo un sketch de "La Tuerca", un viejo programa cómico de la televisión argentina, en el que aparecía un falso pronosticador del tiempo que decía: "Para hoy se espera cielo parcialmente nublado, temperatura en sostenido aumento, huracanes de grado 5, inundaciones, terremotos y maremotos de variada intensidad". Para agregar a continuación: "Mejorando hacia la tarde".
Algo muy parecido a esto sucedió con el relato radial de Amato, que -ahora descubro- guarda fidelidad con el orden con que los jueces tucumanos enumeraron los delitos de Bussi y Menéndez.
Con ese acento porteño inconfundible Amato dijo: "los represores fueron condenados a cadena perpetua por violación de domicilio, privación ilegítima de la libertad agravada, tormentos reiterados, desaparición forzosa, homicidio calificado, asociación ilícita y... genocidio".
¡Madre mía! Lo que sorprende es que habiendo tan pocos delincuentes en el mundo condenados por "genocidio", no se hubiera señalado -en primer lugar o exclusivamente- este delito como fundante de la cadena perpetua. Ésta era la noticia y no la condena por violación de domicilio.
Entre el mal lugar elegido por los jueces para mentar al genocidio y el exasperante "tempo" de la Amato, la cosa quedó como si "al pasar" le hubieran enchufado a los dos aguerridos pero ya envejecidos militares una condena de genocidio, que -recordemos- no es otra cosa que un "exterminio de seres humanos en masa".
A veces, llevar a cabo este tipo de exterminios requiere la comisión necesaria de otros delitos "menores" como el homicidio, las lesiones, la falsificación de documentos, la privación ilegítima de la libertad, el hurto, la desobediencia judicial, la utilización de remises truchos o el incumplimiento de los deberes de funcionario.
Otras veces, los genocidios no son reales sino "presuntos", como dijo un senador nacional salteño en la década de los 80, al negarse a rendir homenaje al pueblo armenio, víctima de un feroz genocidio a manos de los turcos entre 1915 y 1917.
Y no quiero parecer irreverente, pero un pasajero cordobés de una línea aérea norteamericana estaba a punto de aterrizar en el aeropuerto Kennedy de Nueva York cuando le fue facilitada una tarjeta de migraciones de aquel país. Una de los casilleros que debía tildar correspondía a la siguiente pregunta: "¿Participó usted alguna vez en algún genocidio?"
En fin, que a veces las barbaridades suenan más bárbaras aún cuando son enumeradas al final de una serie de ellas.