El dilema K

Es probable que Néstor Kirchner sepa de qué habla cuando considera que ceder a los reclamos de "racionalización del gobierno" equivale a retroceder frente a esas fuerzas adversarias que los intelectuales oficialistas designaron como "destituyentes".  Está claro que, sin duda, los pedidos de mayor "racionalidad" oficial que arrecian desde los más variados sectores (sin excluir a corrientes internas del propio gobierno) son eufemismos para  impulsar el drástico alejamiento de Kirchner del poder. Para el ex presidente  cualquier muestra  de debilidad frente a esas presiones es, por lo tanto, sinónimo de capitulación. Se indigna especialmente cuando alguno de los suyos insinúa la necesidad de rectificaciones que sintonicen con ese reclamo generalizado: "¿Con quién estuviste hablando?", interroga entonces, sugiriendo la posibilidad de una traición. KirchnersEsclavo de la lógica confrontacionista e intransigente que le resultó redituable durante varios años, Kirchner se ve ahora sometido a un dilema que sólo le permite elegir entre dos modalidades de derrota: o retrocede  haciendo concesiones a la presión adversa o retrocede dándole batalla.

Frente al campo, el gobierno eligió el segundo camino: cavó trincheras para defender a muerte la resolución 125, se desangró en la batalla y eso indujo a  la señora de Kirchner a retroceder parcialmente (al parecer contra el consejo de su esposo) y a enviar el asunto al Congreso confiando en que la relación de fuerzas le permitiría  amurallarse allí  en una posición  inconmovible.  La apuesta  falló y sobrevino la derrota.

Múltiples testimonios señalan que, inmediatamente después de esa derrota (que para él marcaba rotundamente el inicio de una etapa nueva) Néstor  Kirchner  planteó la conveniencia de que su esposa renunciara al gobierno de una vez  "para no irlo perdiendo con cuentagotas". Que ese hecho no se haya producido, aparentemente no se debió sólo a los argumentos disuasorios del  entorno político más cercano, sino, probablemente, a  una natural reticencia de la señora de Kirchner.

Una figura principal del círculo que  desaconsejó  con vehemencia la  retirada dimitente –Alberto Fernández-  terminó renunciando él mismo.  Fue una baja significativa en el balance de la derrota kirchnerista, pero no la única. La consecuencia más notoria de la caída en la batalla por la 125 fue la insidiosa introducción de titubeos en el campo del oficialismo: muchas figuras tomaron distancia abiertamente, otras lo hicieron en la intimidad: comenzaron a sospechar del equilibrio y la capacidad de conducción de la jefatura; empezaron a preguntarse si no convendría  tomar en cuenta los reclamos de la opinión pública, si no sería bueno  un retroceso táctico para recuperar fuerzas. ¿No era razonable, acaso, introducir cambios en el INDEC, cuyas cifras se han vuelto increíbles para todo el mundo? ¿No  era conveniente, quizás, ubicar en la Secretaría de Comercio a una figura  prestigiosa y sin las filosas aristas de Guillermo Moreno, un funcionario universalmente cuestionado? Estos razonamientos dejaron de ser  voceados tan solo por la prensa, los consultores, los productores agrarios, los líderes opositores o el vicepresidente Julio Cobos y pasaron a ser silabeados en voz alta por el jefe de gabinete (y alcalde Tigre en uso de licencia) Sergio Massa, por el jefe del bloque de diputados oficialistas, Agustín Rossi, por la cordobesa  Patricia Vaca Narvaja y hasta por Carlos Kunkel ("¿Tú también, Bruto?").

En apoyo de la postura de Néstor Kirchner se han pronunciado Julio De Vido ("Yo formo parte del gobierno. Yo creo en las cifras del INDEC") y Luis D'Elía ("Yo le creo a Moreno. Moreno es un buen Secretario de Comercio Interior, es eficaz . Hay una drástica baja en los precios").

Nadie ignora que Moreno ha sido un alter ego de Néstor Kirchner, que  los dos miembros del  matrimonio presidencial  han sostenido con firmeza tanto su continuidad como su sedicente gestión antiinflacionaria, incluyendo todas sus andanzas y manoseos en el INDEC.

De modo que alrededor de este tema se reproduce el dilema de la resolución 125 (caer concediendo o caer dando batalla), sólo que en condiciones de mayor fragilidad del  frente interno oficial. Entregar a Moreno y  revisar las manipulaciones del INDEC representa para Kirchner  una gravísima capitulación, una  nueva y notable derrota. Y una obvia presión para que él  mismo sea apartado de las decisiones, mucho más allá del discreto segundo plano y el refugio en Olivos por los que optó en las últimas semanas.  ¿Reaccionará otra vez como al día siguiente a la caída en el Senado?

"Salvando las distancias – analiza un hombre que conoce bien al ex presidente-, Néstor  no puede sino evocar lo que ocurrió entre 1975 y marzo de 1976: Isabel  Perón fue forzada  a desprenderse de José López Rega con el argumento de que el gobierno necesitaba depurarse y normalizarse sin la presencia de López,  a quien se acusaba de  manejar  el gobierno y también sus fuerzas de choque.  La mayoría del  peronismo político y gremial contribuyó a separar a Isabel de López Rega.  Sucede que, mal  o bien, López era  la columna vertebral  del gobierno de Isabel.  Todos los demás querían que ella quedara como una figura decorativa, haciendo la política de otros. Ella primero se deshizo de López y a los pocos meses fue destituida".

El paralelo entre ambas presidentes mujeres y los dos hombres fuertes cogobernantes es curioso y audaz. También tiene su costado sofístico: insinúa que la causa del derrocamiento de Isabel Perón  fue la vulnerabilidad creada al no haber sostenido a su "columna vertebral".  ¿Acaso la permanencia  del cogobernante hubiera cambiado el curso de los acontecimientos?

Un conocido analista financiero neoyorquino  -el jefe de investigaciones de BCP Securities, Walter Molano- al analizar los nubarrones financieros que se ciernen ahora sobre Argentina, los adjudica a la situación política: "Los mercados anticipan un default – sostiene- porque los cambios abruptos de poder en la Argentina tienden a ser caóticos". Y para Molano,  "dada la intransigencia de los Kirchner, sólo es una cuestión de tiempo  que sean echados".  En un artículo que acaba de publicar en  Latin Business Chronicle, el analista sostiene que  "la pregunta ya no es si  los Kirchner serán derrocados, sino cuando lo serán".

Para el oficialismo esos pronósticos  forman parte, sin duda, del "clima destituyente" que en su momento denunciara. Sucede, con todo, que la propia acción del gobierno y la combinación de intransigencia y vacilaciones de sus hombres, contribuyen a  generar esa atmósfera.  La tasa que el gobierno argentino reconoció a Venezuela  al colocarle la última partida de bonos  soberanos  admite un índice de riesgo país de 1.100 puntos. No es sorprendente que la deuda argentina  haya descendido  otro escalón en la calificación de Standard and Poor's  (se encuentra cinco niveles debajo de la brasilera y la chilena). En cambio no se entiende la indignación de la señora de Kirchner con las calificadoras ("tal vez nunca nos perdonen haber renegociado nuestra deuda externa"),  ante la  verdadera confesión de peligrosidad  implícita en la tasa para obtener un  financiamiento al que la Argentina no  tiene otro acceso  que la Venezuela de Chávez.

Después de varios años con viento de cola, en los que la Argentina pudo beneficiarse de la oportunidad que le ofrecía la economía mundial, se llega a un punto en el que el llamado modelo oficial exhibe sus  flancos más débiles: alta inflación, pérdida de mercados, obstrucción a los sectores más competitivos, gasto que crece por encima de la recaudación, crecimiento de la pobreza. Quizás el rasgo más dramático de ese cuadro sea el que confesó esta semana la ministro de salud, Graciela Ocaña, ante periodistas extranjeros: la mortalidad infantil creció notablemente en el año 2007. El "modelo" económico  no sirve para mejorar nuestra calificación financiera, ni para extender nuestras exportaciones, ni para atraer inversiones. Menos que menos sirve para  ese objetivo que el gobierno no cesa de invocar en vano: la redistribución de la riqueza. 

El fracaso del  "modelo" K en economía  contribuye a enturbiar el dispositivo político oficialista y por cierto no ayuda a eludir el dilema en el que parece atrapado.