
Asombra la falta de conciencia crítica y de objetividad, la obnubilación ideológica y el oportunismo que destilaban ambos discursos. Así se podría arengar en tren de campaña electoral, no en un recinto en el cual se supone que el debate entre los pensamientos diversos debe expresarse en otro nivel, con otra dimensión y perspectiva. Para el caso, uno estaba abordando la ausencia de políticas de contención social y de seguridad, nada menos, imprescindible para una provincia que linda con otras seis y con tres países y exhibe índices de pobreza escalofriantes. La otra, bueno, a ella le recomendaría una nota de Martín Caparrós (cuya ideología no deja resquicio de dudas) publicada en la contratapa del diario Crítica, titulada El peor acuerdo (25/07).
Ya que estamos, empezaré con un breve comentario sobre el artículo de Caparrós. Con su reconocida pluma, comunica que él nunca había pensado que coincidiría con Luciano Menéndez, cuando en su alegato final el represor sostuvo que las fuerzas armadas ganaron la guerra a la subversión marxista y que los derrotados de ayer gobiernan nuestro país. Su reacción -la de Caparrós- le viene desde que oyó a Firmenich sostener en 1993 que la lucha montonera era por la restauración de la democracia. Lo niega; sostiene, por el contrario, que la consigna con las urnas al gobierno/ con las armas al poder no dejaba lugar a dudas: querían una revolución socialista contra la democracia burguesa. Y en cuanto a los setentistas actuales, es lapidario: A propósito: es la misma falsificación que se comete cuando se dice, como lo ha hecho Kirchner, que este gobierno pelea por realizar los sueños de aquellos militantes: esos sueños, está claro, eran muy otros. En esa falsificación, Kirchner y el asesino se acercan; ayer Menéndez decía que los guerrilleros del 70 están hoy en el poder, sin ver que si acaso los que están alrededor del gobierno son personas que estuvieron alrededor de esa guerrilla en los setentas y que cambiaron como todo cambió, tanto en los treinta últimos años que ya no tienen nada que ver con todo aquello, salvo para usarlo como figura retórica.
Menos visceral y más a fondo, el pensador y ensayista Tomás Abraham (cuya ideología tampoco deja resquicio de dudas) se largó con todo en un largo reportaje publicado en la revista cultural ADN (31/05), [ ] sin temor a pisotear lo políticamente correcto ni a enemistarse con las vacas sagradas de la intelectualidad, los derechos humanos y los medios. Abraham hablaba del daño educativo que no es solo un asunto de escolaridad sino de cómo se organiza una sociedad. Y una sociedad organizada desde el engaño es una sociedad corrupta: Cuando vivís donde la trampa es la ley, también el sistema cultural y educativo se sostiene sobre eso, afirma. Tras cartón abordó la renuncia cultural que él constata en datos que van desde el confuso observatorio de medios hasta el uso de la simbología de los derechos humanos. Así, el poder fabrica una memoria para legitimar la ilegalidad de hoy. Textualmente: Si hablás de la piratería que hicieron con los derechos humanos para estos fines, te dicen que estás con los genocidas. Hay una apropiación política de los derechos para legitimar la construcción de poder. Ese fue el pacto que hizo Kirchner en 2004 con las organizaciones de derechos humanos: Yo les abro los juicios y ustedes me apoyan en todo .
Hay todavía mucho dolor, odio y resentimiento (Bonafini es el paradigma) que aún arrastra una lucha en la que no hubo héroes sino víctimas, como dice Lilita Carrió. Y nadie tiene derecho a manipular algo tan sensible. Al fin y al cabo, no hay mayor intolerante que quien se siente dueño de la verdad. Por eso en estas ocasiones suelo acordarme de Pasolini cuando, al ser expulsado del PC italiano, concluyó: Ahora entiendo: hay dos clases de fascismos, el fascismo y el antifascismo . Los dos autores mencionados, reconocidos referentes del pensamiento progresista argentino, han empezado a desmitificar y a denunciar desde sus respectivas trincheras las acciones y declamaciones de los que desde la antimemoria, la hipocresía y el cinismo pretenden construir una Argentina de perfil distorsionado y a la medida de, para los próximos bicentenarios.