
En lo que nos interesa detenernos un instante es en las diferentes reacciones populares frente al fenómeno de la escasez alimentaria y energética.
Durante aproximadamente cuatro días, los supermercados españoles estuvieron parcialmente desabastecidos, especialmente de alimentos frescos. Los consumidores vivieron una situación que no se había producido prácticamente nunca en este país y que los más memoriosos relacionan con los duros años de la posguerra civil (1939-1941), épocas en la que no había supermercados.
Otro tanto sucedió en las gasolineras del centro de la península, cuyos surtidores -especialmente los de gasoil- estuvieron vacíos durante algunos días, a pesar de los esfuerzos del gobierno que hizo escoltar a los camiones cisterna por las fuerzas de seguridad del Estado.
Tal vez por aquello de la memoria histórica colectiva o por el consejo de algún mayor, los españoles de hoy (hablamos de, por lo menos, dos generaciones nacidas y crecidas en la abundancia relativa), se lanzaron de un modo frenético a hacer acopio de alimentos y de combustible, pero en cantidades muy apreciables.
Hasta aquí, nada muy diferente a lo que por estos días está sucediendo en la Argentina.
Lo curioso es que los españoles, que durante las décadas pasadas guardaban arroz, legumbres, trigo y conservas, arrasaron con los alimentos frescos, especialmente con frutas, verduras y pescado, en cantidades tan asombrosas que muchas organizaciones de consumidores se preguntan cómo han hecho estas familias para conservarlos en buenas condiciones, teniendo en cuenta la propia naturaleza de estos alimentos y el poco espacio disponible en las viviendas para almacenarlos.
Mientras los supermercados capeaban el temporal echando mano de sus cámaras frigoríficas y de su almacén de congelados, los lugareños prefirieron, según han difundido los propios supermercadistas, atacar los alimentos más frescos, hasta el punto de agotarlos y de hacer que su precio se multiplique varias veces.
Una mujer, entrevistada a la salida de una céntrica galería de alimentación, dijo exultante a la prensa: "Llevo leche como para una boda y alubias como para dos años".
Una vez superada -si acaso, transitoriamente- la situación de desabastecimiento, esta semana los supermercados han vuelto a ofrecer fruta, verdura y pescado a unos precios que, en promedio, superan en un 40% el valor anterior a la crisis.
Pero así como hay nuevos españoles nativos que nunca habían visto las góndolas y los exhibidores vacíos, también están "los otros" nuevos españoles (los casi cinco millones de inmigrantes) igualmente afectados por el desabastecimiento, que se han revelado más cautos y previsores que los propios españoles.
El contraste fue inevitable: Por un lado, las señoras españolas "de toda la vida", atiborrándose de filetes de perca, merluza, gallo, dorada, lubina, cazón o tintorera; por otro lado las inmigrantes bolivianas y ecuatorianas cargando pesadas garrafas de aceite de girasol y haciendo acopio de maíz (morocho partido), de papa, fideos y carne en conserva. No se conoce por estas tierras el charqui; de otro modo, también hubieran arrasado con él.
En la Argentina, seguramente por una cuestión cultural, nuestros hábitos de acopio están más cerca del anterior ejemplo del inmigrante que del español nativo. Nuestra mayor cercanía con la huerta, incluso con carnicerías que disfrutan de cierta autonomía, y nuestra poca propensión a consumir pescado, nos impulsa a acumular bienes tradicionalmente escasos como el aceite, las conservas, los fiambres, por no citar el papel que desempeñan en determinados estratos de nuestra sociedad el maíz, los fideos, el azúcar o la polenta.
Lo que parece cierto es que la abundancia y la prosperidad son capaces de limitar los reflejos de una sociedad a la hora de enfrentarse a crisis de este tipo. Y que, al contrario, la escasez o la amenaza de ella suele hacer aflorar comportamientos solidarios y soluciones ingeniosas.
En el caso español, por lo menos, no todo es abundancia, pues así como el español medio se siente sorprendido y hasta desbordado por la falta de frutas o de pescado en los supermercados, está muy bien concienciado respecto a la escasez de un bien tan elemental como el agua.
En la Argentina, si bien la población siempre ha tenido conciencia del enorme potencial productivo del país en materia de alimentos, conoce también que los malos gobiernos y las malas políticas sectoriales suelen provocar crisis de este tipo, por lo que, de alguna manera, "está siempre atenta".
Sentimentalismo
Otra diferencia entre ambas situaciones se refiere, no ya a las preferencias de los consumidores, sino a los sentimientos de piqueteros y cortadores de ruta. Mientras en España -país en donde se acuñó aquella famosa frase de "no pasarán"- los piquetes de camioneros se han cobrado ya la vida de dos transportistas y los enfrentamientos físicos están siendo muy frecuentes, en la Argentina (por lo menos en Salta) se ha sabido que quienes se hallaban ayer cortando las rutas, tuvieron un momento de "humanidad" que les llevó a desbloquear los caminos "para permitir el festejo del Día del Padre". En España, ni por la selección de don Luis Aragonés, ni por San Isidro ni por San Juan, se hubieran relajado las protestas, ni por un minuto.