
¿Es esto normal?
No lo es, en absoluto. Las temperaturas del otoño salteño de 2009 son una anomalía histórica y es obligación, tanto de los científicos como de los políticos, analizar sus causas, así como sus posibles efectos, tanto sobre nuestros ciclos productivos, como sobre la salud de nuestra población, incluida su salud mental.
Ignorar esta anomalía en nombre del turismo o de la ocupación hotelera, como hacen ciertos países (como España), comporta una irresponsabilidad mayúscula.
Sin embargo, si uno analiza el discurso de los políticos, comprobaría cómo las principales ideas (las pocas que han sido puestas en circulación) apuntan más a cuestiones económicas (desarrollo de infraestructuras, desequilibrios regionales, desventajas competitivas, etc.) a cuestiones políticas (promoción de la autonomía provincial, rescate de la esencia federalista...) a cuestiones morales (regeneración ética, familiar, religiosa) a cuestiones administrativas (equilibrio fiscal, excelencia de los recursos humanos) y, a decir verdad, poco más.
Ningún candidato se ha propuesto, al menos de modo firme y decidido, luchar contra el cambio climático. Al paso que vamos, el tema va a seguir siendo omitido o minimizado, aun en el más que probable supuesto de que a los próximos fogones en honor al General Güemes se celebren no alrededor de unos leños ardiendo sino entorno a un aparato de aire acondicionado gigante.
Y no se trata simplemente de decir: "lucharé contra el cambio climático", sino de expresar con claridad y precisión las medidas concretas que se piensa impulsar (por ejemplo, el alcance de la tutela de nuestros bosques, el establecimiento de límites a la frontera agrícola, la renovación del parque automotor, el control de las emisiones que genera el transporte público colectivo, la mejora en calidad de nuestros combustibles, la supresión controlada y progresiva de emisiones de CO2, por sólo mencionar algunas).
La pelota está ahora sobre el tejado de los señores candidatos.