Doble atentado multinacional contra el choripán y la higiene popular

Un importante supermercado propiedad de capitales extranjeros logra expulsar al kiosco donde se vendían los mejores choripanes del mundo.
ImageLos hinchas de Central Norte, los vecinos del Gran Bourg, los devotos de San Cayetano y los fieles que concurren a la iglesia que inaugurara el Reverendo Padre Escobar Saravia, los alumnos de la escuela técnica Alberto Eistein, los deportistas que utilizan las instalaciones del Legado Güemes, los obreros que construyen casas y caminos en las inmediaciones y los consabidos y decadentes sesentistas que imaginaban retornar a tiempos mas felices, se han visto -todos- desagradablemente sorprendidos por la erradicación del kiosco que funcionaba al final de la Avenida Entre Ríos.

Iruya.com se ocupó, tiempo atrás, de destacar las excelencias del carrito llamado de “San Cayetano”, de sus viandas y de su propietaria. Relató además la costumbre de ciertos habitantes de “El Tipal” que, cuidadosos de las apariencias, se acercaban por la calle Siria para consumir (sin ser vistos por otros pudientes) los manjares de kiosco.

Hace no más de 10 días el local desapareció de su sitio, sin dejar aviso de lo sucedido.

Ayer y luego de un largo peregrinaje, este cronista descubrió que el afamado kiosco funciona sobre la calle Siria, a cargo de su misma propietaria y ofreciendo la calidad y los buenos precios de siempre. La única novedad, además de la nueva dirección, consiste en el reemplazo de las precarias pero imparciales instalaciones anteriores, por el típico tinglado que proporciona la bebida cola de fórmula secreta.

Consultada por Iruya.com acerca de las razones de tal mudanza, la propietaria se limitó a responder con su habitual parquedad: “El súper ese no nos quería y nos ha echao”.

Quede constancia aquí de este atropello de una empresa que, entre otras razones, pretende condenar a los salteños del barrio a consumir sus horribles chorizos (que saben unas veces a comida sintética y otras a soja y se presentan recubiertos de plástico en vez de la clásica tripa), su pan sin grasa (que dura no más de ocho horas) y sus gaseosas a precio de champagne.

La multinacional de capitales franceses, abjurando de sus lejanos orígenes en Carapachay en donde naciera como un pequeño almacén familiar, pretende y logra imponer la más descarnada lógica del mercado, convirtiendo en pura retórica su enfática declaración acerca de la responsabilidad social empresaria.

Hay que decir, para finalizar, que la nueva ubicación perjudica al kiosco (sus ventas están cayendo) y a sus clientes (sobre todo a los automovilistas que deben dar una complicada vuelta viniendo por la Entre Ríos para tomar la calle Siria y luego desandar el camino para continuar viaje hacia el oeste).

Y, lo que es peor, ha eliminado de los últimos tramos de la Avenida Entre Ríos, el aroma penetrante que emanaba de las brasas y de los manjares que allí se asaban, y ha suprimido esa ligera bruma producida por la combustión del carbón de Anta (recuérdese que el humo que producen la leña o el carbón encendido es utilizado por muchos vecinos en reemplazo de los inalcanzables desodorantes de axilas y de pies) en perjuicio de una forma local de higiene.