A Eduardo Ashur: lo que se deja en la vida

El acto de apertura de las IX Jornadas de Filosofía del Centro de Estudios Filosóficos de Salta (CEFISA), fue hoy un homenaje a dos de sus socios fundadores: Ethel Mas de Ashur y Eduardo Ashur, recientemente fallecidos. Ambos fueron recordados en un panel integrado por Yolanda Fernández Acevedo, Mercedes Vázquez, Lila José y Zulma Palermo, autora del texto que aquí incluimos. Creo que a Eduardo, si nos escuchara en este momento, no le resultaría para nada difícil reconocer al autor de estas líneas, tres veces repetidas en uno de sus últimos escritos:

Se atumulta la sangre en el termómetro.
No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que se deja en la vida.

Seguramente hubiera dicho algo así como “ese es Vallejo y lo sabe decir con todo”. Si Eduardo tuviera hoy la posibilidad de mirar esta sala y repasar nuestros rostros y saber que sabemos lo que dejó en la vida, su sangre se atumultaría con el mismo calor que lo impulsó en sus acciones.

Es este el momento necesario para dar un testimonio, el que reclama su pasión honesta puesta en la búsqueda de un horizonte fecundo para el futuro de su país y su provincia, horizonte sólo posible se si asienta en una clara perspectiva de la historia a la que entendía como una construcción cotidiana hecha por todos.

Eduardo fue lo que en los tiempos del combate por las utopías llamábamos un “comprometido”, algo bien distinto de la llamada “militancia” designación cuya misma etimología sería para él inaceptable. Fue alguien que actuaba bajo la convicción de que la realidad podía transformarse y que esa transformación no era alcanzable sólo con la fuerza intelectiva, sino también –y en gran medida- con la acción sobre las instituciones.

Por eso, desde muy temprano, casi adolescente, y hasta muy pocas horas antes de dejarnos, no cesó en la brega para construir los espacios necesarios y después re-construir una memoria con cuya fuerza generar proyectos de futuro.

Tengo en mi recuerdo a un Eduardo, casi adolescente, apasionado dirigente estudiantil de un puñado de jóvenes salteños aunados por una misma gana: la de dar forma y realidad a una Universidad aquí localizada, a una Universidad distinta, atenta a las instancias de su tiempo y abierta a los reclamos de un mundo nuevo, el que ofrecía el espacio latinoamericano.

Hace algunos meses, puesta en la tarea de editar finalmente las Bases Fundacionales de lo que es hoy la Universidad Nacional de Salta, me reencontré a través de esos papeles amarillos con aquel joven en diálogo intenso y constructivo con los consultores invitados cuyo magisterio era inobjetable.

El mundo universitario de occidente acababa de pasar por experiencias decisivas en su historia: allí muy cerca estaba la memoria del mayo francés y un poco más cerca todavía en el tiempo y el espacio socio-histórico la revuelta de Tlatelolco. Síntomas claros de una protesta generalizada que reproducía a escala académica la reacción de la sociedad ante los horizontes a los que se orientaba el mundo y cuyas consecuencias padece hoy la humanidad.

Es necesario regresar a esos momentos para comprender hasta qué punto Eduardo entendió la función fundante de la memoria –que no de la “tradición”- en la formación de una sociedad equilibrada y solidaria. Pues fue por esos años de fundación que se orientó a rebuscar en las arcillas del pasado las huellas de las sociedades originarias aquellas que precedieron a los avances de la hispanidad.

En aquél momento –corría el año 1973 cuando ya la Universidad Nacional de Salta era casi un hecho- genera, junto a Osvaldo Maidana, el Museo de Arqueología y Folklore que, tutelado por el Instituto de Arte y Folklore (ahora Instituto Raúl Cortazar) inició las primeras experiencias en ese terreno, el que pocos años después, bajo los efectos destructivos de la opresión militar, fuera de hecho destruido.

En esos largos y negros años que muchos de los que acá estamos compartimos, debió buscar el sustento de algún modo y lo encontró dentro de otra forma de la ins0titucionalidad: la promoción y venta de bibliografía, costado por el que seguía en contacto subrepticio con la educación formal y con la gente a la que orientaba.

El regreso a la Universidad no fue precisamente fácil para ninguno de nosotros y no encontró allí el espacio suficiente para seguir gestionando sus búsquedas y construyendo sus propuestas de futuro. Se orientó entonces, y por un largo tiempo, a refundar la gestión cultural en la provincia, con la mira puesta en la reconstrucción de un patrimonio vaciado de sentido no sólo en la década recién superada, sino en el largo tiempo en el que se fue inventando una salteñidad con muchas exclusiones.

Y allí estuvo, empecinado en volver a hacer de uno de los edificios más deteriorados por la burocracia, un Centro que albergara la producción simbólica del pasado y el presente. Y en la designación con la que se instaurara, apareció reinscripto el proyecto fundacional de la Universidad que más de una década atrás contribuyera a parir: Centro Cultural de las Américas.

Ese compromiso no cejó y fue en marzo de hace un año atrás que se concretó, por su gestión, un nuevo espacio en la Universidad, cuando el Consejo Superior dio su aval para la creación de su Museo Histórico responsabilizándolo de su puesta en funcionamiento y consolidación.

Entre el Museo de Arqueología y el Museo de la Universidad pasó un poco más de medio siglo, tiempo en el que Eduardo con admirable coherencia nunca dejó de creer, de mantener viva la esperanza de fortalecer y dar forma a una memoria social sin exclusiones.

Porque el Museo no era para él el lugar de las cosas inánimes y detenidas en el tiempo, sino otro en el que cupiera una nueva forma de la esperanza: un espacio dinámico en el que creciera la memoria chiquita, la de la vida cotidiana, la que hiciera posible comprender que la Salta del futuro sería aquella en la que no sólo perviviera el ropaje de los techos de tejas rojas y de calles empedradas, sino también la presencia activa de las comunidades originarias a las que destinó sus iniciales inquietudes académicas junto a las diversidad inmigratoria que, proveniente de los más distantes y diversos espacios del mundo, convergieran acá, para hacernos lo que somos: una sociedad heterogénea, con distintos rostros y diversas, legítimas manifestaciones.

Para Eduardo, sólo una perspectiva crítica, esa que debe construir la Universidad en todos sus espacios y desde todas sus funciones hará visibles los rincones olvidados por los mandatos de una sola forma de mirar y de mirarnos. Ese es su legado, que no es poco, porque como desea Vallejo, en su muerte todo es posible por lo mucho que dejó en la vida.

(*) Profesora Emérita de la Universidad Nacional de Salta. Especialista en Teoría Literaria. Publicó, entre otros libros, Escritos al margen: la región, el país. De historia, leyendas y ficciones. Hacia una historia literaria del Noroeste argentino y Desde la otra orilla (2005)