
{sidebar id=9}En el prólogo Lelia Area señala que las narraciones de la Historia siempre han constituido grandes relatos que tuvieron que ver con la figuración de esos lugares político-literarios llamados naciones. Edward Said proponía pensar que las naciones eran en sí mismas, narraciones. Las tramas de estos relatos imprimen un modo de ver cada época y señalan como el modo de leerla. La representación de la Nación siempre ha enmascarado el lenguaje de quienes la escriben y las vidas de quienes la viven. De allí la ambivalente y antagónica perspectiva de la nación como narración diseña sus fronteras culturales a fin de que puedan ser reconocidas como umbrales de sentido pasibles de ser cruzados, borrados y traducidos en el proceso de producción cultural.
Añade Area que, si bien la relación entre política y literatura como eje de lectura pareciera ser canónica, ella no sólo resulta necesaria sino también obligatoria cuando implica privilegiar el trabajo de análisis sobre textos fundantes de, en este caso, las cartografías imaginarias de América Latina. Y decimos cartografías imaginarias porque, hay que aceptar que cuando se trata a América Latina como continente, no se lo está haciendo desde una geografía sino desde su imaginación histórico-política y figuración literaria.
De allí que prácticas discursivas afines al ejercicio de la memoria y a la narración sobre la identidad colectiva e individual se constituyan en matrices generadores de sentido. Así, las cartas, las memorias, las historias de vida, los testimonios, los diarios de viaje, géneros narrativos no estrictamente literarios, aunque de ubicación fronteriza entre ficción y no ficción, también son moldes para ficcionalizar el pasado. Explica Area que la literatura "funda", con narraciones, el imaginario de Nación al señalar temas, problemas, protagonistas, antagonistas, a la Historia como discurso, en la misma medida en que le indica qué decir o cómo ver un territorio imaginario. Lo que sigue es un fragmento de la última parte del prólogo de Lelia Area. Los subtítulos de este fragmento son de Noticias Iruya.
Temas, enfoques y autores
El libro tiene su origen en los resultados obtenidos en la labor de investigación desarrollada en el Instituto de Investigación de Literatura Argentina e Hispanoamericana "Luis Emilio Soto" de la Universidad Nacional de Salta al que se le suma el aporte de colaboraciones de otros estudiosos. En su "Presentación", las coordinadoras validan este encuentro de lecturas críticas pertenecientes tanto a profesionales formados cuanto a quienes se inician en la investigación, observando que esta modalidad -además de ser una consecuencia derivada del sistema de investigación exigido (y exigente) que se ha implementado en la academia argentina de la última década- también "abre espacios a la producción de nombres nuevos en el marco de la investigación y la formación de recursos humanos". El volumen se organiza en dos partes. La primera, incluye estudios de Romina Rossa, Edgar Torres Guerra, Elena Altuna, María Laura de Arriba, Raúl Bueno Chávez y Betina Sandra Campuzano. La segunda reúne artículos de Alicia Chibán, María Marta Luján, Leonor Fleming, Gregorio Caro Figueroa, Amelia Royo, Rafael Gutiérrez, Carlos Hernán Sosa, Roxana Juárez, Florencia Geipel y Betina Campuzano. Así, "De cómo acercar las ausencias a cartas de migrantes coloniales" (Rossa), "El discurso criollo y la memoria en Cautiverio Feliz" (Torres Guerra), "Relaciones Peligrosas: ciencia y política en el siglo XVIII" (Altuna), "Escrituras del destierro: La Carta a Españoles Americanos de Viscardo y Guzmán" (Altuna), "El testimonio: texto cultural y emergencia de un sujeto heterogéneo" (Campuzano), instalados en el marco del proyecto de investigación Territorios: representaciones del sí y de los otros en las fronteras discursivas -bajo la dirección de Elena Altuna- dialogan oblicuamente con la colaboración 'visitante': "La vecina otredad: Viajeros hispanoamericanos por el Brasil (1855-1970)" (Bueno-Chávez).
Fronteras imaginarias
Diálogo que actualiza el horizonte de lectura acerca de que si hay un 'lugar' en América Latina donde la diversidad de las representaciones, de los discursos, estalla y se convierte en conflicto de culturas, ese lugar es la figuración del otro; otro que muestra en la superficie de su cuerpo las fronteras imaginarias que le inscribe la ratio local. Porque el tema de las fronteras, que es el de los espacios y el de la identidad, sirve para atravesar distintos niveles del discurso letrado, mostrando cómo al definir quién se es, se define también quién no se es, o no se quiere ser. Vemos, entonces, develar ante nuestros ojos que el pathos escriturario ejecutado por la correspondencia de los sujetos migrantes en las Colonias de Indias "no deja nada librado al azar, lujo que no podrían permitirse ya que equivaldría a desperdiciar la oportunidad de las escasas comunicaciones que podían establecerse" (Rossa); o que el pasaje de soldado a letrado del autor de Cautiverio Feliz, le hará adoptar una mirada denunciante y militante capaz de cuestionar el orden colonial de la Capitanía General de Chile del siglo XVII con palabra criolla (Torres Guerra).
En el plano del imaginario simbólico, la metáfora agónica de una relación peligrosa enmarca el relato de viaje por América meridional de Antonio de Ulloa como una mirada científica distanciada, filosófico-moralizante a través de la cual "[e]l exceso en un aspecto compensa la falta en otro, lo que no deja de ser una ficción tranquilizadora, la construcción de un paisaje que reduce la diversidad mediante una argumentación que oscila entre lo religioso y lo científico" (Altuna).
Criollos y exiliados
Sin embargo, si por un lado la mirada científica se delinea (políticamente) desde un horizonte de borramiento de contrastes, por el otro accedemos a la lectura del conflicto como exacerbación: la que en el siglo XVIII, Juan Pablo de Viscardo y Guzmán, como ex-jesuita expulsado del Perú, ensaya desde su Carta a los Españoles Americanos para "proponer la ruptura con el régimen". Y, en este sentido, Altuna juega a exponer el género epistolar como la matriz perceptiva privilegiada para "rastrear la huella que señala la posición doblemente excéntrica del sujeto, en tanto criollo y exiliado". Otra matriz de percepción: la autobiografía, como grilla de lectura, sirve a las cartas de María Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno, su esposo, y a la Autobiografía de Gertrudis Gómez de Avellaneda para ejecutar un diálogo atravesado por los "mecanismos de construcción de la identidad femenina en el siglo XIX". Desde tal entrecruzamiento, de Arriba expone al narrar autobiográfico como el proceso y el producto de atribución de sentido a una lucha de personas históricas donde cualquier "verdad" que emerge reside no tanto en la correspondencia entre palabra y hecho pasado sino en la imbricación de acontecimientos modalizados como memoria, apología, confesión.
Y si de acontecimientos se trata, observamos que el viaje, por su condición abiertamente metafórica con respecto al vivir, ha tenido siempre algo de simbólico. Digamos algo más: la traslación es iniciática, descubridora, analógica, si bien lo hallado no siempre aparece como locus amoenus. Esto es precisamente lo que Bueno-Chávez apunta -en el doble sentido del término- desde su colaboración visitante al grupo de investigación liderado por Elena Altuna. Al tiempo que atraviesa diversas producciones pertenecientes a la literatura de viajes hispanoamericana comprendidas entre 1855 y 1970, desenmascara la mirada doxica que Hispanoamérica ha operado sobre Brasil desde un condensado de otredad(es) extremas y que dará letra a una lectura cuyo explícito objetivo es hacer saltar "a un primer plano los desentendimientos históricos y discursivos entre nuestros pueblos, que se hagan visibles las construcciones tendenciosas -de desconfiado rechazo o de aproximación artera."
Literatura e imaginario político. De la colonia a nuestros días cierra su primera parte exponiendo el revés de la trama del género testimonial; revés que no puede disimular las tensiones que lo traducen en textos heterogéneos, asumidos en la emergencia de subjetividades, también heterogéneas, migrantes, resistentes donde "el testimoniante manifiesta un accionar activo, ya que es él quien, a pesar de ser traducido por el letrado, selecciona lo que ha de revelar y lo que ha de silenciar a su interlocutor" (Campuzano).
La segunda parte
La segunda parte del volumen, convoca -en un primer estadio- a voces lectoras (valga aquí más que nunca, el oxímoron) enmarcadas por el proyecto de investigación Independencia y surgimiento de las naciones: fundación, celebración y elegía en el discurso poético, dirigido por Alicia Chibán, las que expanden aquí los resultados de sus estudios. De esta forma: "La impronta conflictiva en los escritores de la Independencia" (Arias Saravia); "Belgrano en el discurso elegíaco de la lira independentista" (Chibán); "Ecos heredianos en el discurso de la Revolución cubana" (Luján) y "Los viajes de La Lira Argentina y sus secretos contrabandos" (Fleming) muestran -y se muestran- como modos de leer los ideales patrióticos ligados a un destino comunitario. Recordemos: el letrado criollo de la época de la independencia y las posindependencias -al menos hasta algo más allá de la mitad del siglo XIX-, estuvo directamente involucrado en la cresta de los manejos de los poderes sociales y políticos. Fue el nuevo sacerdote laico y el legislador cuando tuvo ocasión. Su juguete nuevo sería la utopía: diseñar y edificar la nación, impregnarla del sentido de sí mismo y marcarla con su impronta.
Desde esta perspectiva, la memoria como un conjunto de estrategias y marco a través del cual la realidad presente se visualiza, es percibido como una fuerza política que actúa sobre la realidad presente. Y, entonces, la ficción se vuelve una fuerza política potencialmente desarticuladora que puede actuar en cada momento para alterar un colectivo social dado actuando sobre la memoria de los individuos que lo conforman.
En este contexto, asistimos al despliegue explícito de los ejes de conflictividad que, Arias Saravia, adopta como línea lectora para dar cuenta del ágora generacional, conflictivo, polémico y desautorizante encarnado, equidistantemente, desde las escrituras críticas de Alberdi y Gutiérrez, particularmente, para dar cuenta de la búsqueda de una literatura nacional: una "literatura militante, ancilar, caracterizada por un discurso preformativo".
Parnaso fundacional
Por su parte, la atención que Chibán dedica a la producción elegíaca que, en ocasión de la muerte de Belgrano, La Lira Argentina, o colección de las piezas poéticas dadas a la luz en Buenos Aires durante la guerra de la independencia, cristaliza como "parnaso fundacional" tiene por objeto advertirnos acerca de "los modos por los cuales, tempranamente, se fue buscando construir y prestigiar el origen de una genealogía colectiva capaz de dotar de identidad y de marcar un rumbo a la patria naciente". Desde otra orilla, real e imaginaria a la vez: la orilla cubana, la mirada atenta de Luján nos alerta acerca de un mito de origen: "En el principio fue Heredia, el verbo Creador de la territorialidad cubana, el que anticipa y acelera -a través de las palabras "Patria", "Pueblo"- la fundación consciente de Cuba"; una fundación a la que esta lectura le agrega un corpus: la escritura poética del pater patrias, y un legado: el mapa anticolonial del cartógrafo revolucionario.
Concluye el primer estadio de la segunda parte, con una historia de filibusteros a través de la cual, la lectura de Fleming, reinstala un saber: la Biblioteca es un espacio que se visita pero que no se habita. Si bien este espacio es físico, el mismo implica, también, la imagen de un determinado paisaje, una determinada topografía en la medida en que puede constituirse en metáfora de una cierta identidad colectiva.
Años turbulentos
A partir de ella, es posible observar la coexistencia de distintos escenarios y protagonistas, agónicos, unos, antagónicos, los otros, que identificamos alternativamente con esa configuración llamada "memoria nacional. Es por ello que, del mismo modo que podemos imaginar a la Nación como representada por una geografía, sea esta rural, urbana, o aspectos más específicos de estos paisajes, también podemos representarla desde la perspectiva de esa construcción cultural, memoriosa llamada Biblioteca.
No hay que olvidar que el período que ocupa este estadio cubre los años turbulentos que siguieron a la independencia y encuentra a los prominentes hombres de estado-escritores luchando para definir la naturaleza del estado emergente. Como defensores de la nación tratan de corregir los deslizamientos de los materiales culturales extraños de los márgenes absorbiéndolos del metafórico centro de la sociedad, ellos llenan los vacíos y resquebrajamientos del panorama cultural con sentimiento patriótico e identificación nacional.
Desde una alteridad extrema donde la relación literatura / política exacerba los tonos de la memoria patria contra-canónica, el volumen convoca al revisionismo histórico como modo de leer la (alter)ación de los márgenes. Bajo la dirección de Amelia Royo, el proyecto de investigación Proyecciones literarias del revisionismo histórico sabe de inclusiones y exclusiones en la medida que aborda, sin distracciones, una de las incrustaciones teóricas más polémicas de la historia cultural argentina del siglo XX.
Revisionismo revisado
Así, "Las derivas del revisionismo histórico" (Gregorio Caro Figueroa); "La narrativa subsidiaria del archivo documental del siglo XIX (Royo); "La caída de Dorrego en el mundo de Gálvez" (Gutiérrez); "Interrogar el pasado con la mirada apremiante del presente. David Viñas su revisión de la figura de Dorrego" (Sosa); "Batallas discursivas de la memoria en torno a la figura de Juan Facundo Quiroga" (Juárez); "Nuevos mecanismos de recuerdo colectivo en Una chaqueta para morir de Pedro Orgambide" (Geipel) y "(Re)visiones de la historia en Una chaqueta para morir. El fusilamiento de Dorrego de P. Orgambide" (Campuzano) instalan un alter locus lector que exhibe la emergencia desembozada de una subjetividad cultural des-centradora de las versiones oficiales de la historia.Desde un horizonte que refiere a modos interpretativos de la historia argentina al tiempo que inscribe polares figuraciones del nosotros, sus protagonistas y antagonistas frente a los otros, el revisionismo histórico emplazó en y con la historiografía argentina la pretensión de una nueva ética histórica. No hay que olvidar que la evidencia de la crisis mundial de 1930 y sus efectos en la Argentina-país habían conducido a un núcleo intelectual importante a modificar su perspectiva sobre la historia nacional.
Para ambas corrientes -la liberal y la revisionista-, la historia era una historia política de la nación, los actores principales de esa historia serían los grandes personajes, mientras que la utilidad de la historia radicaba en su función pedagógico-política. Sin embargo, se opusieron polarizadamente en el contenido de esa "pedagogía de la nacionalidad", que para ambos constituía la historia.
La violencia de los 70
Ubicado en este mapa cultural y sus bifurcaciones, desde una colaboración medular que persigue dar luz sobre una problemática no cerrada aún, el último estadio de la segunda parte se planta en el desentrañamiento de una hipótesis fuerte: "a finales de los '60 y a comienzos de los '70, al profundizarse la crisis interna de la Argentina y al combinarse ésta con la radicalización ideológica y la violencia armada imperante en el contexto político latinoamericano, la izquierda populista encontró en el neo revisionismo un tema sensible y polémico que utilizó como "una autoridad para la crítica presente". También lo usó como eficaz recurso para reclutar prosélitos y, en definitiva, para legitimar su lugar dentro de una historia la cual, simultáneamente, se proponía escribir, protagonizar y modelar" (Caro Figueroa). Por su parte, en diálogo político y literario, atravesando la figura de Dorrego como excusa teórica a fin de poder leer a través de ella cómo "la ficción adopta frecuentemente la verdad liberal y una verdad otra, que la contradice a la hora de investir semánticamente a los actores del proceso constitutivo de la nacionalidad", Royo asalta una Biblioteca conformada tanto por textos-fuente (Memorias de Aráoz de Lamadrid y José María Paz) cuanto por escrituras beligerantes (Dalmiro Sáenz, Rivera, entre otros) con el objeto de descubrir las huellas de la versión revisionista en la configuración literaria.
Dorrego y Facundo Quiroga
Así, siguiendo con la línea de investigación propuesta, el siguiente artículo instala la lectura del otro de Facundo -ya que precisamente es otro Facundo el convocado-, el Juan Facundo Quiroga de David Peña al tiempo que rasga 'ciertas' certezas del canon nacional cuando se interroga: "por lo tanto, al aceptar que el revisionismo es una nueva lectura de la imagen del caudillo y Facundo Quiroga lo es por definición, ¿cómo no recurrir a las inserciones y recepciones que experimentara este referente si de sus textualizaciones se alimenta el genotexto de la literatura argentina más re-ligado a los íconos de fundación?" (Royo).Ubicado precisamente en esa trama, el trabajo de Gutiérrez se propone mostrar en detalle el lugar ocupado por Manuel Gálvez -y su novela El gaucho de los cerrillos- en la Biblioteca; lugar que ejecuta una versión revisada de la historia en tomo a la narración-Dorrego canonizada por la visión-Mitre. Ocupando otro anaquel en el archivo de facción, el Dorrego de David Viñas sabe de subterfugios y escamoteos, como el que Sosa descubre sagazmente al puntualizar que "en la lectura de Viñas se dibuja el vacío de un gran ausente: Rosas.
Juan Manuel de Rosas
Si buena parte de la historiografía argentina interpretó la muerte de Dorrego, aunque naturalmente en conjunción con otros factores, como la liberación de un estorbo en la carrera política de Rosas al poder, en la lectura que Dorrego practica sobre los mismos asuntos, apenas se sugiere al inminente gobernador de Buenos Aires, en una mención accesoria, cuando se alude a la "gente de don Juan Manuel". Viñas, quien ha ponderado decisivamente el desempeño de Rosas, casi como garante del nacimiento de la literatura nacional, en Literatura argentina y realidad política, ante la posibilidad de representarlo literariamente opta por un prudente silencio, en el que escamotea de plano cualquier tipo de enfrentamiento con los postulados de la historiografía tradicional y los del revisionismo rosista. La figura de Juan Facundo Quiroga, otra incrustación que no cesa de dar voces a versiones literarias (y no tanto) del conflictivo mapa narrante de la Argentina imaginaria servirá contrapuntísticamente para que el trabajo de Juárez se plante en una encrucijada y tome la novela Él, Juan Facundo de Abelardo Arias para hacerla dialogar con el monumental Facundo sarmientino y con un texto de Femando Sabsay.
Lavalle, Dorrego, Perón
Finalmente, el volumen se cierra entrecruzando dos lecturas de Una chaqueta para morir: El fusilamiento de Dorrego de Pedro Orgambide; lecturas actuantes de un estado de alerta; en principio porque el texto elegido persigue la desestabilización del canon oficial, sin lugar a dudas. Pero también -como resulta del trabajo presentado por Campuzano- porque se busca exponer la serie de alteraciones que la narración ejecuta con las figuras de Dorrego, Lavalle, Perón, un condensado (casi) imposible y sin embargo... las "inversiones que emergen en la novela de Orgambide son uno de los aspectos centrales de esta lectura".Desde otra re-versión de la trama -que señala asimismo la revisión- narrativa, literaria, política Geipel apuntará a leer un texto figurado por una "lengua exiliada, oral, proscripta, [plebeya; la que] abre un espacio para los contradiscursos, las visiones otras no contempladas por la historia escrita, discursos que retóricamente utilizan otro tipo de estrategias para vincularse con el hecho histórico, un modo lateral, alegórico, cifrado de organizar el relato".