
Tim Whatley, el dentista de las estrellas, es un personaje ficcional al que dio vida el actor Bryan Cranston en la serie Seinfeld.
Originariamente católico, el dentista neoyorquino se convirtió inesperadamente al judaísmo y, nada más ser aceptado en el seno de esta religión comenzó a contar chistes de judíos, argumentando que ahora que había cambiado de religión se podía mofar de los suyos.
Esto motivó que Seinfeld, ofendido (no como judío sino como comediante) acudiera al confesionario del padre Curtis a denunciar a Whatley, diciendo que el dentista, a pesar de su reciente conversión religiosa, le andaba contando a sus amigos un chiste sobre el Papa con Raquel Welch a bordo de un bote.
Como quiera que el sacerdote no se inmutó ni por la conversión ni por los chistes, Seinfeld pensó que estaba ante una situación muy grave, ya que -según él- el dentista Whatley (un inesperado competidor) ya «tenía las dos grandes religiones cubiertas» y que si obtenía la nacionalidad polaca no habría quien lo detuviera.
Algo parecido pasa en Salta con algunos transexuales (nacidos hombres) cercanos al poder del gobierno.
Es necesario advertir que la crítica que sigue a continuación se dirige a estas personas exclusivamente por su opción política de adscripción al gobierno y no por su opción identitaria o por su orientación sexual, aunque ellos mismos algunas veces se encargan de confundir a las personas insinuando que las tres cosas son prácticamente lo mismo. Concretamente, se dirige hacia aquellas personas que en los últimos días han pretendido convencer a la sociedad de que ellas son las supremas juezas de la sexualidad y de la identidad de género de las personas, y se han erigido en consecuencia en supremos intérpretes de las leyes que rigen en nuestro país.
Si en algunos contexto no se admite que se dirijan a estas personas críticas por sus preferencias de género, lo que no puede admitirse de ningún modo es que se las considere inmunes a toda crítica, especialmente las políticas. Cuando alguien hace una opción política, del tipo que sea, inmediatamente queda expuesto a la censura de sus semejantes, y en esto no tendría que haber distingos ni privilegios ni por edad, ni por sexo, por domicilio, por orientación sexual, por raza o por capacidad económica.
Lo que se advierte en Salta es que las llamadas «políticas de género», que comprenden las medidas que los poderes públicos adoptan para eliminar los factores de desigualdad que hacen que las mujeres disfruten de una ciudadanía incompleta, en lugar de ser dirigidas por mujeres (nacidas mujeres) lo son por mujeres que nacieron hombres y que, como el dentista Whatley, se convirtieron ya de mayorcitas. Y peor que eso es que las mujeres (natural born women) no dicen nada y parecen encantadas.
No hay por supuesto nada de malo en que aquellas señoras dirijan lo que les apetezca dirigir (Seinfeld diría aquí aquello de not that there's anything wrong with that), como tampoco hay nada de malo en que Whatley cuente chistes de las religiones que más le guste contar.
El problema es de otra naturaleza y está más vinculado con los amplios espacios de poder que el gobierno provincial de Salta otorga y sigue otorgando a los hombres, ya sea a los que nacieron como tal y perseveran en el intento, como aquellos que -mediante auto o heteropercepción- han optado por el género contrario.
Y vamos a precisarlo aún más: ¿por qué entre los transexuales con poder en Salta no hay ningún hombre que haya nacido mujer y son todas mujeres que nacieron hombres? ¿No es esta una forma un poco confusa de luchar por los derechos, las libertades y la igualdad de la mujer? ¿Por qué las mujeres que antes fueron hombres aspiran a gobernar solo a las mujeres? ¿Es que no se animan a luchar por el poder con los hombres?
Dicho lo anterior, es obligado reconocer que hay en Salta, y más todavía en otros lugares del mundo, personas que han cambiado de sexo cuyo poder social nace de su voluntad, de su inteligencia, de su valentía, del respeto que inspiran sus luchas, de sus ideas expresadas en libertad, y no de una ciega adhesión a los dictados de un gobierno.
En Salta también hay personas que han cambiado de sexo, que no se han cobijado bajo el paraguas protector del gobierno y que bajo ningún concepto se creen los dueños ni los albaceas de instituciones como la identidad de género o el matrimonio igualitario. Es decir, que hay personas de cualquier orientación sexual y apariencia física que creen en la libertad y que por ello mismo no andan por ahí secuestrando las leyes que se han hecho para todos.
Pero, ¡qué se puede esperar de una sociedad en la que los gauchos de Güemes se creen los dueños de la memoria histórica, los intendentes de los monumentos y lugares históricos y los guardianes de las costumbres de sus semejantes!
El próximo paso es que las asociaciones protectores de animales se declaren, previa asamblea de socios y simpatizantes, «autoridades de aplicación» de las leyes que el resto de la sociedad ha sancionado para evitar la crueldad con el resto de los seres vivos.
Y volviendo al ejemplo del dentista Whatley, que se falsificó como judío purely for the jokes, hoy 24 de marzo, día en el que se celebra la memoria, no estaría mal recordar que uno de los máximos exponentes del terrorismo de Estado de los años 70 y 80 en la Argentina -el capitán Alfredo Astiz- se falsificó a sí mismo para infiltrarse en los grupos que frecuentaban sus futuras víctimas. Por tanto, no es descabellado pensar que entre los transexuales y los protectores de animales (y por qué no también entre los dentistas), aficionados al poder y devoradores del presupuesto del Estado, hay también gente no demasiado sincera que mediante su «militancia» y aparentando pretender todo lo contrario, solo quiere regresar al machismo, torturar a los perros y arrancar las muelas sin anestesia.