Salteños: Demos la bienvenida a los elegebetefóbicos

El sustantivo «homófobo» ya resulta insuficiente para referirnos con él a aquella persona que profesa aversión hacia quienes poseen una orientación sexual diferente.

Hay homófobos que desprecian y atacan a los gays pero que simpatizan con las lesbianas y bisexuales. Del mismo modo, hay lesbófobos militantes que sienten aversión por las personas trans, y así un montón de situaciones en las que el uso poco cuidadoso de las etiquetas puede llevarnos a cometer injusticias.

Los que entienden de este asunto afirman que la palabra «homosexual» no solo recorta la realidad y limita su extraordinaria gama de matices sino que conduce a «invisibilizar» (pecado mayúsculo donde los haya) a las lesbianas y a los trans.

Ésta es la razón por la cual la homofobia ya no es lo que solía ser. Ahora ser homófobo no asegura automáticamente un rechazo hacia las lesbianas, los bisexuales, los transexuales y hacia toda la comunidad «arco iris».

Pero como todavía hay gente que se dedica a perseguir a todos ellos, que los odia, que los desprecia o los discrimina, ha nacido la LGTBfobia (pronúnciese elegebetefobia) y con ellos, por supuesto, los LGBTfóbicos (elegebetefóbicos) o LGBTfobos (elegebeteófobos).

Sin dudas, son palabras más difíciles de pronunciar, pero que son intachables por su radical potencia «no invisibilizadora».

La homofobia está al borde de la extinción, porque para muchos es una expresión sesgada, parcial, antigua, discriminatoria y, sobre todo, «heterosexista».

El problema es que el mundo de la diversidad sexual (y el de las fobias) es cada vez más ancho y existe una marcada tendencia a agregar más letras a las tradicionales LGTB. Lo cual es un auténtico peligro, pues si las palabras se siguen haciendo más largas y más complicadas de escribir y pronunciar, llegará un momento en que no habrá forma de referirse a estos fenómenos y la invisibilidad será entonces total.

Y Dios nos libre de que ocurra eso.