Solidaridad con la matanza de Orlando, indiferencia con el asesinato de la diputada Cox

Si tenemos en cuenta que en la ciudad de Salta se realizó ayer una marcha para recordar a las víctimas de la matanza de la discoteca Pulse en la ciudad norteamericana de Orlando, podríamos decir que el sentimiento universal de fraternidad que aglutina al mundo gay es una saludable realidad en nuestra Provincia.

El gesto humanitario de la comunidad gay contrasta notablemente con la indiferencia -especialmente de las organizaciones que dicen defender en Salta los derechos de la mujer- demostrada por amplias franjas de la sociedad, con ocasión del asesinato en plena calle de la MP del Partido Laborista británico, señora Jo Cox, ocurrido hace dos días.

Esta actitud, entre indiferente y desdeñosa, sirve para demostrar que la consigna #NiUnaMenos es solo un eslogan, un reclamo de marketing, que en realidad no atiende a la condición femenina sino que tiene ocultos otros componentes ideológicos bastante menos nobles, como el nacionalismo (la superioridad nacional) y el clasismo.

Es decir, que mientras las muertas sean extranjeras, el número de mujeres no sufre ningún tipo de menoscabo. Es más importante una mujer violada en Salvador Mazza que una mujer idéntica asesinada en las calles de Londres.

Con el mismo prisma ideológico, las organizaciones pseudofeministas de Salta jamás han emitido ninguna declaración de condena a prácticas brutales, como la ablación genital femenina, o la lapidación de mujeres por adulterio, porque son asuntos que caen fuera de su estrecha competencia territorial.

Tampoco dijeron nada cuando balearon a la congresista Gabriel Giffords, cuando hicieron estallar a Benazir Bhutto, cuando acuchillaron a la ministra sueca Anna Lindh, cuando intentaron asesinar a Malala Yousafzai o cuando mataron a mujeres como Isabel Carrasco, Saado Ali Warsame, Gisela Mota, Zara Shahid Housain, o a periodistas como Marie Colvin o Veronica Guerin.

En los últimos años, han muerto violentamente a manos de hombres miles de mujeres en todo el mundo, y no solo en conflictos bélicos. Pero en Salta las reacciones han sido mínimas, por no decir nulas. Políticas, periodistas, activistas, empresarias, trabajadoras y estudiantes han sido víctimas de crímenes atroces, cometidos muchas veces por el solo hecho de ser mujeres, sin que estas conductas hayan movido a ciertas organizaciones locales ni siquiera a reflexionar.

Desde luego, Salta necesita organizaciones que defiendan los derechos de la mujer, pero decididamente no necesita a organizaciones como éstas, que se han demostrado incapaces de ver -no digamos ya de condenar- los padecimientos de las mujeres que viven fuera de nuestras fronteras.

Si los derechos de las mujeres son universales e inalienables, como se proclama, no existe razón que ampare una defensa selectiva de estos derechos, en función del origen nacional o de la posición socioeconómica de las víctimas de los abusos.