
El semibeso al carrillo izquierdo de Isabel Macedo, que Urtubey consiguió estampar con cierta dificultad el pasado sábado, ha entrado de lleno en la historia de la iconografía política salteña, un poco huérfana de símbolos fuertes desde que se apagara la lánguida mirada del gaucho Murúa.
El fallo de Urtubey no estuvo tanto en el beso (que podría haber sido peor, todo sea dicho) como en la mirada de reojo que el mandatario echó a la cámara que estaba captando el momento para inmortalizarlo en la pantalla gigante.
Tan poco espontáneo fue el gesto del Gobernador de Salta, que algunos lo comparan ya con el de esas parejas de ancianos jubilados de California, que se ven obligados a «morrearse» con forzadas sonrisas cuando, entre punto y punto, las cámaras de Indian Wells recorren las tribunas en busca de aficionados incautos.
En vez de hacer la «ola», como los mexicanos, los aficionados al tenis se besan, más o menos como intentó hacer Urtubey con Macedo en el recital de Ricky Martin.
A pesar de que la actriz, generosa y obediente, ofreció su maxilar, el tiro del Gobernador impactó en el lugar incorrecto. Sus labios y sus ojos no se coordinaron lo suficiente (al menos, no como se lo había pedido Juampi) y la necesidad de comprobar si los millones invertidos habían cumplido con su objetivo publicitario fue más fuerte que el sentimiento de arrobado cariño por la actriz.
Al final, haciendo un balance sereno de todo lo ocurrido aquella noche, se puede decir que la escena del beso fue más bien grotesca. Si el aliento a cebolla frita fue lo que alejó a Vivien Leigh de Clark Gable en «Lo que el viento se llevó», no se sabe qué es lo que impulsó a Macedo a poner tanta distancia entre sus labios y los del insaciable fauno salteño.
Las feministas -que todavía hay alguna en el círculo áulico de Urtubey- dicen que quien puso la distancia fue el Gobernador, que miró a la cámara con los ojos como platos, en vez de cerrarlos en el momento cúlmine, como indica el manual del buen «chapador» salteño.
«Tal vez estaba junando si venía la suegra», ha dicho un experto, que se hallaba en esos momentos en una de las bandejas del Martearena.
Pero lo que es más probable es que Urtubey haya estado pendiente de las pantallas del estadio, más que de Macedo y de la reacción de ésta, ante un beso tan poco galante y tan burocrático como el que le plantó a su novia, pensando quizá, que en vez de estar en la popular del Martearena, estaba en las gradas de Indian Wells.
Para Wells, habría dicho la Macedo, prefiero a Orson.


