El cuchillo de O. J. Simpson y el ADN de los asesinos de las turistas francesas

El 3 de octubre de 1995, la estrella de fútbol americano O. J. Simpson fue absuelta por un tribunal de Los Ángeles de la acusación de haber asesinado a cuchilladas a su mujer, Nicole Brown, y a Ronald Goldman, un amigo de ésta.

Según la Policía, las pruebas que se hallaron en la escena del crimen sugerían que Simpson era el autor del doble crimen, pero el arma homicida jamás fue encontrada.

La absolución del deportista generó muchas dudas, que se multiplicaron en 1997 cuando un tribunal civil condenó a Simpson a pagar una millonaria indemnización a la familia de su exesposa, al hallarlo responsable civil de su muerte.

El viernes pasado, más de veinte años después del juicio y la absolución, la Policía de Los Ángeles confirmó que está analizando, en busca de posibles rastros de ADN, un cuchillo que fue encontrado hace años en una mansión que perteneció a O. J. Simpson.

La historia del cuchillo es algo confusa y la Policía baraja, entre muchas hipótesis, la posibilidad de que se trate de un fraude. Pero, hasta que alguien con autoridad lo desmienta, el caso dice que el cuchillo fue encontrado originalmente en 1998 por un trabajador que participó en la demolición de una mansión de Simpson ubicada en Brentwood, uno de los barrios más exclusivos de Los Ángeles.

El trabajador le dio el cuchillo a un policía que se encontraba en la zona, fuera de servicio y participando en un rodaje, y éste, en lugar de entregar el cuchillo a sus superiores, lo guardó, lo hizo enmarcar y lo colocó en su casa como adorno. Según el sitio TMZ, antes de enmarcar el cuadro, no se sabe exactamente cuándo, le pidió a un colega que le diera datos sobre el caso Simpson. El otro policía se indignó y le contó la historia a sus superiores. Estos le ordenaron al coleccionista que entregara el cuchillo a la Policía.

Si en estos momentos los forenses de la LAPD analizan el cuchillo es porque, para las autoridades norteamericanas, el caso Simpson no se considera «cerrado».

La absolución del deportista, que en principio impide que pueda volver a ser juzgado, no ha atado de pies y manos a los investigadores, como sí en cambio ha sucedido en Salta, en donde ni la Policía ni los fiscales han tenido el coraje necesario para profundizar en la investigación de la violación y asesinato de las turistas francesas Cassandre Bouvier y Houria Moumni.

El análisis del cuchillo hallado en la demolición de la casa de Simpson demuestra hasta qué punto es más importante conocer la verdad sobre un crimen que conmovió (y aún conmueve) a la sociedad, que las certezas judiciales, por muy firmes que éstas pudieran ser.

En el caso de las turistas francesas no es necesario que aparezcan cuchillos enmarcados para movilizar a los investigadores, pues desde que el Institut Français des Empreintes Génétiques de Nantes hallara en los cuerpos de las fallecidas el ADN de dos hombres y una mujer que aún no han sido identificados (y, por ende, no han sido interrogados), el sentido común impone que, cualquiera sea el estado del procedimiento judicial y las certezas que éste arroje, los investigadores policiales están obligados a avanzar en la identificación de las personas que podrían haber participado del crimen.

Así sucedería en cualquier país civilizado del mundo. Y ocurriría de este modo aunque los jueces llegaran a condenar a dieciséis personas por este crimen. Mientras haya ADN sin identificar en los cuerpos de las víctimas, la condena de dieciséis culpables no puede jamás dejar un caso cerrado cuando resulta evidente que en el crimen han participado diecinueve personas.

Si el caso de O. J. Simpson se puede revolver veinte años después del juicio, al menos una cosa está clara: los verdaderos violadores y asesinos de las turistas francesas en Salta jamás podrán dormir tranquilos.

No podrán vivir o vivirán en una angustia perpetua, porque por más que hayan agotado sus recursos para manipular el proceso judicial y acomodarlo a sus intereses, el momento de su incriminación está cada vez más cerca y llegará fatalmente.

Llegará también un momento en el que aquellos que, hasta aquí, han cooperado en la ocultación y dedicado horas de estudio y maquinación a fabricar impunidad a la carta, ya no podrán sostener sus argumentos frente al peso insoportable de la verdad y a las demandas sociales que pugnan por el esclarecimiento del crimen. Un solo arrepentido que se decida a hablar sería suficiente para que el caso se reavivara y obligara al estudio profundo de las huellas de ADN que aún no han sido identificadas.