
Cuando parecía que los ciudadanos de Salta habían levantado su voz; que un paladín de la justicia había enarbolado la bandera de los más desfavorecidos en defensa de la belleza mancillada y que un juez valiente había tomado el toro por los cuernos, la ilusión se ha desmoronado de un soplo, como un castillo de naipes.
Tras el amago de rebelión popular -y quizá temiendo ésta- el juez convocó primero a un pool de expertos, luego a una faraónica audiencia pública, más tarde una consulta popular electrónica y de vuelta al pool de expertos. El resultado de esta ronda de consultas, en la que solo faltó la opinión del siempre silencioso Señor del Milagro, es muy pobre.
El mismo juez que con coraje había impuesto la paralización cautelar de las obras ha resuelto este mediodía que estas pueden continuar (también de forma provisoria, pues el fondo del amparo aún no ha sido resuelto) si bien con unas correcciones menores que, bien leídas, provocan cierta risa.
La última resolución del juez, en la que se deslizan ciertas dulzuras hacia las administraciones demandadas («tuvieron una buena predisposición traducida a través de su actitud conciliatoria», dice el magistrado), parece preanunciar el resultado final del amparo: una gran composición salomónica en la que todos saldrán ganadores, excepto el urbanismo y la razón.
El juez ha puesto como condición para la prosecución de las obras, entre otras, que el gobierno «reubique unos bolardos» que interrumpían el paso de las autobombas.
Dos meses de pleito y una movilización pocas veces vista de emociones y de opiniones culmina -aparentemente- con la reubicación de bolardos, una cuestión que se podría haber solucionado pacíficamente con la colocación de bolardos retráctiles (esos que se hunden en la tierra cuando se necesita allanar el terreno y vuelven a surgir cuando se necesita obstaculizar el paso de vehículos), como los hay en muchas ciudades del mundo.
No han sido los misiles rusos desplegados en Cuba en octubre de 1962 sino los bolardos mal colocados en las peatonales de Salta en octubre de 2014 los que han puesto al mundo al borde del colapso.
Mientras tanto, el amparo deja como secuela la gigantesca manipulación de la votación electrónica, cuyos autores parecen haberse entrenado en el arte del hacking en la mismísima Corea del Norte.