
Porque cualquiera (medianamente entendido) que circule por estas calles y pretenda distinguir las líneas arquitectónicas de cualquier edificio circundante lo tendrá muy difícil, a menos que tenga -como Súperman- visión de rayos X.
A nadie se le escapa que la mayoría de los edificios de las peatonales están hoy ocultos detrás de marquesinas impresentables, carteles chillones y colorinches de lata, del más variado estilo, que sus propietarios o arrendatarios se han esmerado en colocar para que su negocio resalte por encima de los demás.
Las fotografías históricas demuestran que, salvo cuatro o cinco honrosas excepciones, la mayoría de las construcciones que se alzan sobre las calles peatonales de Salta poseen un valor arquitectónico o artístico inferior, casi despreciable.
Ya a principios del siglo XX apenas si existían edificios de estilo colonial en estas calles. Las construcciones que reemplazaron los viejos edificios (la mayoría de ellos, de aires italianizantes) no siguieron ninguna línea arquitectónica en particular y dieron como resultado ese mosaico tan irregular e incoherente que todos conocemos, cuya verdadera apariencia es, sin embargo, muy difícil de averiguar entre tanta mampostería de ocasión, yeso barato y carteles tercermundistas.
Aun así, la insolidaridad de los comerciantes -más preocupados por sus cuentas de resultados que por la belleza del entorno- los ha hecho todavía más feos, con la complicidad activa de los poderes públicos competentes en la materia; especialmente, con la de los «conservacionistas», que desde hace algunos años vienen sumando puntos para obtener el Oscar a la Inutilidad, algo que tiene un gran mérito, dada la enorme competencia que tienen en los gobernantes.
La pregunta que hay que hacerse ahora es si esos mismos comerciantes que han destrozado los edificios, sin respetar alturas ni distancias y con olímpico desprecio del buen gusto; los mismos que han colocado al valor de la rentabilidad por encima del valor estético, tienen derecho a exigir del gobierno que haga sobre la vía pública una obra bonita y visualmente coherente.
¿Deben ser los comerciantes los árbitros de la estética de la ciudad?
Cabría preguntarse también si la cuestión merece ser dejada al criterio disperso y oscilante de aquellos «conservacionistas», cuyo mayor talento en la materia parece ser el de conservar sus puestos de trabajo.
La ciudad -exactamente igual que lo que sucede con la política- es una construcción colectiva de los ciudadanos comunes, no de los expertos ni de los iluminados.
Un tema clave: la limpieza
Puede que nuestras calles peatonales cumplan con algunos estándares si se las compara con las ciudades del entorno geográfico. Pero este dato, que todavía está pendiente de corroborar, no dice mucho en favor de Salta.Es bastante conocido el déficit de limpieza que, por factores casi exclusivamente culturales, arrastran algunas ciudades altoperuanas. Y habría que empezar por admitir, sin complejos, que Salta no es la excepción. Nuestras calles peatonales, además de no ser bonitas, no son limpias.
Aquí la responsabilidad ya no es solo de los comerciantes (aunque de tanto en tanto estos infesten las calles de basura), ni de los poderes públicos, sino de los propios transeúntes, acostumbrados a que el espacio público sea una especie de tierra de nadie donde siempre es posible endosarle la suciedad a otro.
Un reflejo de la sociedad
Las peatonales de Salta son un mero reflejo de la sociedad. Así como los ojos son el espejo del alma, las ciudades y sus espacios son el espejo en el que se puede mirar con mayor claridad la idiosincrasia más profunda del conjunto social.Nuestras peatonales no son mejores de lo que son porque en Salta no hay -ni hubo jamás- una conciencia desarrollada de la responsabilidad individual sobre los equilibrios del sistema urbano. La desigualdad social, la fragmentación, la insolidaridad, que dominan otras parcelas de nuestra vida cotidiana, tienen -cómo no- su traducción urbanística. En Salta, no solo las peatonales hablan de forma elocuente: lo hace casi toda la ciudad.
Si en casi cuatro siglos y medio no hemos aprendido a vivir en orden y con limpieza (para lo cual no es necesario un gobierno autoritario que los imponga) muy difícilmente conseguiremos construir una ciudad limpia, ordenada y previsible.
Que el futuro de las calles peatonales de Salta deba ser decidido por un juez -cosa que a muchos le parece muy normal- es una auténtica barbaridad, una degradación del poder judicial, una desnaturalización de ciertas funciones del Estado, propias de una república bananera.
Hay que darse cuenta de que cualquiera sea el tipo de obra que se realice (al final, será el juez quien lo decida) nada contribuirá a mejorar la estética exterior de los comercios ni la limpieza del entorno. Las peatonales, igual que todo el resto de la ciudad, demanda una intervención mucho más profunda, meditada y duradera. Tal intervención, por el momento, no está en los planes de nadie; especialmente, de ninguno de los 138 precandidatos a Intendente.
Mientras no nos demos cuenta de que las peatonales no son un problema en sí mismo sino que solo están haciendo aflorar las profundas grietas de un modelo urbano atravesado por la insolidaridad y lastrado por la ineficiencia, ningún ángel -por más que se apellide Longarte- podrá traernos soluciones mágicas.