
Pero si la situación es compleja a nivel mundial, los problemas a que debe enfrentarse esta bimilenaria construcción son mucho más graves -si cabe- en Salta, en donde se suceden las malas noticias.
Una de ellas, sin dudas, es la intervención de la periodista argentina Inés San Martín en la rueda de prensa posterior a la celebración de la cumbre vaticana sobre la pederastia, organizada por el propio Papa Francisco.
La periodista, jefa de la oficina romana y coeditora de @Crux, preguntó a los sacerdotes si se podía confiar en la sinceridad del final de los encubrimientos de casos de pederastia por parte de la Iglesia “cuando al final de la jornada resultó que el mismo Papa Francisco en persona encubrió a un obispo en la Argentina que tenía pornografía gay en su teléfono”, nombrando en ese mismo acto por su apellido al exobispo de la Diócesis de Orán, Gustavo Zanchetta.
Según informaciones de diferentes fuentes, las fotos denunciadas en poder de Zanchetta eran de jóvenes seminaristas salteños, lo que agrava aún más la situación, toda vez que el Gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey -tradicional aliado de la Iglesia en Salta- facilitó al exobispo sospechado de abusos sexuales (y a cambio de nada) los recursos necesarios para construir en Orán un edificio para el seminario.
Pero el mal fario no se ha detenido aquí.
Ayer se ha sabido por los medios de comunicación que uno de los pilares del proyecto socioeducativo de El Alfarcito, en el Departamento de Rosario de la Frontera, el francés Jean-Pierre Bourin ha decidido abandonar su mecenazgo a la fundación que sostiene al colegio.
No se trata de una renuncia mezquina ni mucho menos, sino de un acto serio y comprometido, ya que Bourin ha denunciado por escrito que El Alfarcito es hoy «una organización que ha desnaturalizado por completo el proyecto original que teníamos con Chifri de un colegio público de manejo privado, transformándolo en un centro eclesiástico».
De averiguar cómo El Alfarcito ha pasado, en poco tiempo, a ser El Altarcito, se ocupará la historia. Por el momento, las circunstancias indican que el impulso transformador y vanguardista de Chifri se ha perdido por el camino de la burocracia de las sacristías, y que, si nadie lo desmiente, es probable que los esfuerzos del fallecido cura se hayan perdido para siempre, a manos de gestores ineficientes, más interesados en construir seminarios al estilo Zanchetta, que de dar oportunidades a los jóvenes pobres de aquella zona.
Según Bourin, su decisión no es producto de un arrebato, pues se tomó su tiempo para meditarla y madurarla. «Esperé y tomé el tiempo confiando en que habría algún cambio. Pero a pesar de una visita del Arzobispo y de una auditoría, no hubo ninguno. Frente a esta situación, prefiero simplemente olvidarme del colegio de El Alfarcito y dedicar mi tiempo, dinero y energía a otros proyectos. ¡Hay tanto para hacer por el mundo!», ha dicho el desilusionado benefactor.
Evidentemente, las discrepancias de Bourin no se han producido con los alumnos o con los docentes, sino con los puntos altos del Arzobispado de Salta, quienes tras la repentina muerte de Sigfrido Moroder, Chifri, ocurrida a finales de 2011, decidieron tomar las riendas del asunto.
Estas discrepancias quedan muy claras en el siguiente párrafo, atribuido a Bourin: «Poco a poco se fueron apoderando completamente del colegio y de ese modo fueron cambiando el organigrama diseñado por su fundador, el padre Chifri, que era el de cualquier colegio privado en la Argentina, convirtiéndolo en un centro eclesiástico en donde el representante legal se convirtió en director y gerente general absoluto, reduciendo la función de directora de colegio a su más simple expresión, destruyendo la organización eficiente de la institución».
Quizá lo más notable, es que este avance de la Iglesia sobre el colegio que ideó Chifri ha sido concretado con la abierta complicidad del gobierno de Urtubey, que así como ha mandado a construir un seminario en Orán para deleite de los sentidos de un obispo sospechoso, ha mandado también a colonizar un proyecto vanguardista para convertirlo en uno de esos centros férreamente controlados por el poder religioso y, por ello mismo, mermados en su eficacia.