
La pregunta que se deben de estar formulando los salteños en estas jornadas posteriores a la Navidad es si vale de algo lanzarse a construir escuelas, como si en ello nos fuese la vida, si al mismo tiempo se condena a los maestros y maestras a la ignorancia y a la incapacidad más impresentables y el gobierno no invierte en una formación de calidad para los enseñantes.
En Salta se arrancan de cuajo las escuelas rancho y se las reemplaza por edificios más o menos decentes a los que sin embargo se puebla de maestras rancho. La ecuación no termina de cerrar.
Puede que Juan Manuel Urtubey, a quien tanto le emociona ver su nombre tallado en las placas que se colocan en las escuelas para recordar su construcción, se haya trazado como objetivo llenar el territorio de edificios escolares. Lo mismo, quizá, que aquel visionario que planeó para su territorio una tupida red de estaciones de servicio, a las que sin embargo nunca llegaría ni una sola gota de combustible.
Confundir la política educativa con la política de obras públicas es sumamente peligroso, y ello ocurre generalmente cuando el gobierno se preocupa más por el continente que por el contenido.
El gran problema de la educación de Salta no son las infraestructuras sino los recursos humanos, cada vez más descuidados, cada vez más postergados. Solo si el gobierno de Urtubey hubiera destinado el equivalente de lo que cuesta un solo metro cuadrado construido para la formación docente, hoy no estaríamos presenciando el espectáculo de miles de aspirantes a maestros con serios problemas de cálculo, de redacción y de comprensión lectora.
Pero el gran problema no son las carencias intelectuales de los que estudian para enseñar a los pequeños en el futuro, sino la escasa capacidad profesional de quienes están encargados de formar a los futuros maestros. Si los que van a enseñar el día de mañana no tienen hoy las habilidades necesarias para desempeñar esa crucial tarea, no es porque sean brutos o incapaces de nacimiento: es porque quienes les están enseñando a ser maestros ahora tampoco saben lo que tienen que saber.
Y lo más preocupante de todo, en términos de rentabilidad de la inversión social, es que mientras peores sean los maestros que van a llenar las nuevas escuelas, menos van a durar los nuevos edificios; es decir, más pronto que tarde van a caer en la obsolescencia y el abandono, ya que tampoco -y todo hay que decirlo- han sido construido con criterios arquitectónicos de avanzada.
El diseño de las infraestructuras educativas está, o debería de estar, relacionado estrechamente con la cohesión del territorio. Una escuela rancho aislada, reemplazada por otra de material, no será mejor que la anterior -en términos estrictamente educativos- mientras siga emplazada en un lugar aislado; es decir, lejos de los centros poblados con provisión de servicios suficientes para llevar una vida razonablemente segura y enlazada con el mundo.
Dicho en otros términos, que vale de poco construir escuelas en el monte, o en parajes a donde a veces solo se accede por helicóptero. Antes que decidirse a gastar dinero en una escuela, es preferible trazar caminos y diseñar una red de transporte, para que los alumnos se puedan desplazar de forma segura y rápida, aunque sea varios kilómetros. Pero es mejor no dar ideas, porque si a alguien se le enciende la lamparita en el gobierno, antes de lanzarse a construir carreteras, lo que harán será distribuir mulas para que los niños pobres -a los que ya se les ha provisto antes de cocinas a leña- acudan a la escuela a su grupa.
Desde luego, es preferible desarrollar las redes de datos (que son más baratas que los caminos y los transportes) y hacerlas accesibles para las poblaciones aisladas, como una forma de romper su aislamiento y fomentar la aparición de herramientas y voluntades capaces de superar el atraso.
En suma, que los resultados educativos que ha obtenido el gobernador Juan Manuel Urtubey en Salta son realmente para echarse a llorar.
Gracias a él y a su política de «donde hoy se levanta un rancho mañana habrá una escuela de bloques y chapa», hoy cientos de miles de salteños tienen su futuro mucho más complicado que los mismos salteños que nacieron 30 años antes que ellos. Si en vez de plantearse el cemento como meta, el Gobernador se hubiera propuesto mejorar la capacidad pedagógica de los maestros y se hubiera trazado como objetivo irrenunciable el desarrollo del conocimiento, esta es la hora que en Salta habría quizá menos escuelas en parajes recónditos pero niños mejor preparados y maestros más satisfechos.
Estos son los problemas que asoman en el horizonte cuando se prefiere a los maestros mayores de obra que a los maestros de aula. Para los primeros, todo; para los últimos, ni justicia.