
En principio, no parece estar prohibido que los sanitarios que conducen una ambulancia paren a comprar bebidas (para ellos, o para sus transportados). Pero a los agentes de la Policía de Salta les pareció una actitud sospechosa y tomaron la decisión de seguir a la ambulancia, porque calcularon que aquello no era una emergencia médica y quisieron confirmar sus sospechas.
La crónica periodística dice así:«Los dos ocupantes no estaban al servicio de la salud y el vehículo que utilizaban había sido desviado de su función pública y estratégica en tiempos de pandemia, para uso personal y, peor aún, para realizar una fiesta clandestina, supuestamente».
Hasta aquí, todas estas comprobaciones son impecables, además de poéticas, ya que se habla de que los dos ocupantes de la ambulancia debían estar «al servicio de la salud» (es decir, no podían enfiestarse), y la propia ambulancia «había sido desviada de su función pública» (hasta ahora se sabía que la «función pública» la desempeñaban las personas, no los vehículos) y, además, que esta «función» es «estratégica en tiempos de pandemia».
Sobre esto último, es mejor consultar al Presidente de la Nación y a la señora Fabiola Yáñez, pues nadie mejor que ellos para explicar qué tan estratégica y patriótica puede resultar la lucha contra la pandemia.
Servicios públicos enfrentados
Que los ambulancieros de Salta están sometidos, desde hace algún tiempo, a una sutil y velada persecución, no es ninguna novedad.La novedad es que su labor está siendo controlada estrechamente por la Policía, una institución que también acostumbra a realizar movimientos «no estratégicos» con sus patrulleros, en cualquier época del año, y sin importar que hayan revueltas, refriegas, terremotos o epidemias.
Pero, ¿quién controla a los policías que hacen sonar las sirenas cuando se les enfría la pizza?
Imaginemos a una nube de ambulancias cortando el paso de los patrulleros en la avenida San Martín, para preguntarles: «Y ustedes, ¿adónde llevan esos pollos y esas cervezas?».
Si ponemos las cosas en un plano estrictamente teórico, veremos que los ambulancieros no pueden hacer fiestas clandestinas pero los policías sí podrían hacerlas, pues a ellos nadie los controla.
Si aplicamos el mismo criterio «represor» empleado en el caso de las ambulancias, a aquel agente de policía que se dirija a la comunión de su hija montado en un patrullero, alguien le podrá decir que su deber es estar «al servicio de la seguridad» y que su transporte benevolente supone que el móvil policial «ha sido desviado de su función pública», que además es «estratégica» porque en ese momento se disputaba el partido entre Atlético Mitre y Sportivo Comercio.
Del incidente de la ambulancia solo quedan tres cosas: 1) el hecho de que no se ha establecido con certeza que el transporte de asado en la ambulancia haya dejado en la cuneta a ningún enfermo necesitado de transporte; 2) que la Policía llegó a establecer que se trataba de «buen asado»; 3) que la prensa considera escandaloso que a bordo de la ambulancia se haya encontrado alcohol.
Esto solo quiere decir que la Policía, cuando abre una furgoneta, está más acostumbrada a darse con carne en mal estado, con chorizos rancios y con chanchos abombados, pero no con un asado recién descolgado de la ganchera.
La calificación de «buen asado» también puede provenir de las habilidades forenses de los policías, pero esto es un punto bastante discutible.
Hallar «alcohol» en una ambulancia no solo no es grave sino es lo que se espera de un vehículo bien equipado. Lo complicado es hallar «bebidas alcohólicas», que no es lo mismo.
Lo bueno sería organizar un servicio público ad hoc que vigilara que policías, ambulancieros, basureros, operarios de EDESA y voluntarios del Servicio Sacerdotal de Urgencia no lleven en sus vehículos nada más que cachiporras, suero, cepillos, destornilladores y agua bendita, respectivamente. Allí donde se encuentren humitas o costillares, lo que corresponde es «labrar» una buena acta de infracción.