Los seres providenciales y la construcción de la democracia en Salta

  • En Salta abundan los personajes y escasean las personalidades. No se trata de un fenómeno que venga cosido al dobladillo de la decadencia sino de una carencia de raíces profundas, que viene de lejos, de un pasado en el que a falta de carácter, de inteligencia y de cualidades morales, los salteños nos hemos visto forzados a elevar a los altares a noctámbulos, a conversadores, a excéntricos y a ocurrentes colocadores de apodos.
  • El marketing de la imagen personal

La necesidad de tener ciertos iconos que representen, bien un pasado glorioso inexistente, bien una imaginaria tradición de fe y piedad, se ha extendido a la búsqueda obsesiva de seres providenciales que hagan las veces de símbolos de todo aquello que viene inscrito en el ADN de nuestra idiosincrasia. La deficiente cohesión de nuestro pueblo se ha forjado en base a exageraciones y deformaciones como estas.


Pero una cosa es la demanda de aquellos seres providenciales, que se ha mantenido más o menos estable a lo largo del tiempo, y otra cosa bien diferente es la oferta de estos personajes multifacéticos, que se ha multiplicado por mil en solo tres décadas.

Hay salteños que desean volverse (o que sus comprovincianos los consideren) imprescindibles. Son los que quieren ser percibidos como los salvadores de la Provincia, como los superhéroes que están siempre listos para acudir al rescate del más cercano, apagando incendios, resolviendo intrincados problemas administrativos y legales o esclareciendo crímenes «aberrantes» a punta de rebenque, como solían impartir justicia los terratenientes del siglo XIX.

Ellos, los de la oferta, tienen por seguro que cuando a los salteños se nos agote la paciencia con el gobierno de turno, tendremos que llamarlos a ellos para que arreglen el desaguisado y devuelvan las cosas a su estado natural de religiosidad y quietud.

Basta con echar un vistazo a la lista de candidatos a senadores y diputados nacionales, y con mirar los titulares de la prensa de sucesos. Ellos, los seres providenciales de la siesta salteña están allí, haciendo fila y ofreciéndose para que sus semejantes los perciban y alaben su coquetería y su buen hacer en un sinnúmero de disciplinas más bien inútiles.

Para lograr su propósito ya no necesitan circular por los cafés que rodean a la Plaza 9 de Julio, la misma plaza multicolor a la que una guía de turismo impresa en inglés caracteriza como «a beautiful square with beautiful palm trees, where the aristocratic gentlemen have their shoes polished by indigenous teenagers».

A algunos de estos personajes no les interesa en absoluto la imagen que los salteños podamos proyectar hacia el extranjero. Ellos siguen haciéndose lustrar los zapatos por los niños pobres de la Plaza, con el pecho henchido de orgullo al tener la oportunidad de mostrar al visitante nuestras clamorosas e injustas diferencias sociales.

Ahora, con tanta mudanza, ya no necesitan peregrinar por las redacciones ni arrastrar su prestigio por bares infectos para conectar con la voz el pueblo: les basta con llamar a las FM, pasearse por los canales de televisión, inundar las webs de opinión con artículos sobre nuestros próceres y mantener así permanentemente ardiendo la llama votiva de la figuración. Y como para cada roto hay un descosido, por supuesto, los comunicadores requeridos no vacilan en seguir echando aceite al tarro para que la llama nunca se apague e ilumine cada vez más.

Pero una democracia no se construye en base a seres providenciales, sino más bien al esfuerzo silencioso y coordinado de muchos iguales, que además de ser conscientes de su insanable igualdad y de su propia pequeñez, son portadores de una virtud muy poco común en la política de Salta: la modestia.

Para estas hormiguitas viajeras, que huyen de la vanidad como de los áspides más venenosos, el enemigo se oculta en las trincheras de las «políticas de Estado» que solo ha definido una sola persona (un ser providencial) en la oscura soledad de su despacho. Políticas 'delineadas' por una especie de Batman que jamás ha salido de la baticueva, que nunca ha combatido el crimen seriamente, pero que debajo de los dobleces de su disfraz lleva prolijamente anotados el teléfono del siniestro Pingüino, de la seductora Gatúbela y del alocado Guasón, con quienes a diario intercambia sonrisas y picardías.

Cuando el pueblo soberano, harto de la manipulación de los seres providenciales anteriores, se rebele contra el orden establecido y contra las lacras que lo mantienen empobrecido y atrasado, Salta tendrá un amplio y variado muestrario de nuevos seres providenciales para elegir a su gusto quién será el que atrasará el reloj para prolongar la siesta o el bostezo. Ellos están por supuesto confiados en que la caprichosa rueda de la fortuna de la política de Salta detenga en algún momento su vertiginosa marcha con ellos en lo más alto. Cuando los cuatro jinetes del Apocalipsis bajen por el Paseo Güemes, ellos lo harán por la loma, asidos a un báculo, como San Pedro por la Roma de Nerón.

Pero nuestros seres providenciales no conseguirán obrar el milagro a menos de que ya mismo vayan ablandando las retinas de sus potenciales electores, colocando su imagen a diestro y siniestro, hablando con su profunda voz chalchalera un día de lo uno y al siguiente de lo otro, para dar a entender así que, más que ciudadanos, son seres sobrenaturales que dominan todas las artes, todas las letras y todas las ciencias y que resumen en un solo cuerpito serrano todas las virtudes y defectos de la gloriosa estirpe salteña.