Fiestitas de apostasía de las seguidoras de Urtubey

  • Apostatar es un acto sofisticadísimo de la conciencia humana, uno de los más complejos que un ser humano puede otorgar en toda su vida. Pero esas mismas conciencias apostatadoras no reaccionan con la misma virulencia ni con la misma finura filosófica contra el gobierno de Urtubey, patrocinado y bendecido por la misma Iglesia a la que acusan de corrupta e inmoral.
  • La doble moral en Salta

En Salta no solo se celebran baby showers, housewarming parties, trick or treat nights, black fridays, pijama parties y cyber mondays, sino que ha empezado a echar cuerpo una costumbre festiva muy saludable y tanto o más criolla que las anteriores: la de los divorce parties.


A pesar de que los divorcios puedan acarrear terribles consecuencias patrimoniales y provocar ingente sufrimiento a hijos y parientes próximos, hay quien ve en la ocasión un motivo especial para comer torta e invitar a los amigos y amigas a un ágape por todo lo alto.

Por esta razón es que es fácil suponer que muy pronto habrá en Salta fiestitas para celebrar la apostasía, que vendría a ser como una especie de bautizo inverso. No exactamente como el que protagonizó los otros días el diputado Olmedo, segundos antes de que por debajo de sus pies se hundiera la tarima en la que estaba siendo bendecido, sino como una especie de bizarro baptism, en el que todo se hace al revés.

Es decir, en vez de que un sacerdote celebrante unte al neófito con óleo y crisma y le refresque la mollera con agua bendida, habrá un comparsante algo entonado que esparcirá sobre el cuerpo del apóstato o de la apóstata arenas de la dunas de Cafayate, grasa pella en estado semisólido junto con confeti del Caburé. Todo ello, antes de que la organizadora del evento reparta unas estampitas de color negro, con leyendas satánicas diseñadas e impresas por expertos en tatuajes de la zona de Salvador Mazza.

Una contracelebración como esta es perfectamente posible en Salta, en donde las chiquillas que han acudido al ecuánime juez eclesiástico Pinto y de Sancristóval para perfeccionar su apostasía trabajan en su mayoría para el gobierno de Urtubey. Es decir, son parte activa del mismo gobierno que transfiere enormes recursos patrimoniales a la Iglesia; la misma Iglesia que discretamente, como viene haciendo desde hace varios siglos, influye hasta en las decisiones más intrascendentes del gobierno y mantiene atenazada a la sociedad.

Es realmente curioso, porque apostatar es un acto sofisticadísimo de la conciencia humana. Quizá uno de los más complejos que un ser humano puede adoptar en toda su vida. Pero esas mismas conciencias apostatadoras no reaccionan con la misma virulencia ni con la misma finura filosófica contra el gobierno de Urtubey, patrocinado y bendecido por la misma Iglesia supuestamente corrupta e inmoral, y llevado en volandas por unos gauchos que son incluso más perversos que los curas.

A ninguna de estas niñas se les ha visto -y no parece que se les vaya a ver- protestando contra las políticas liberticidas del Gobernador; contra las decisiones de su gobierno que han hundido a las mujeres en la desigualdad y las exponen a la muerte; contra las políticas de manipulación de la pobreza infantil y adolescente, bendecidas por la Iglesia; contra el cepo a la libertad de expresión, contra el amiguismo y la venalidad y un largo etcétera de abusos.

A estas apóstatas de la doble moral, que provienen casi todas ellas de familias ultracatólicas, no le caen bien las sotanas, pero sí -al parecer- los guardamontes, sobre todo cuando quien se sube al caballo es ese adonis del integrismo religioso que se llama Juan Manuel Urtubey.

Pero como es el Tata Miguel que nos paga el sueldo, de él no decimos nada. Nuestros enemigos son los curas. Y no solo los pederastas y los de espermatozoides alegres, sino los que no han roto un plato en su vida.

Para decirlo en cristiano (y perdón por la expresión), ser apóstata y empleado del gobierno de Urtubey al mismo tiempo es una contradicción filosófica más bien profunda.

A Urtubey, por supuesto, le importa un pito que sus pichonas decidan hacerse apóstatas o que quemen corpiños frente al Santísimo. Entre otros motivos, porque él se ha declarado no creyente, ha apoyado in extremis el aborto, y es casi un hereje folklórico, salvo por el pequeño detalle de que goza del cariño y la complicidad del Arzobispo, que le perdona casi todo, siempre que no afloje con las donaciones, por supuesto.

Para esas y esos pequeños infieles que a lo mejor les habría gustado nacer en Santo Domingo, en Sudáfrica, en las Islas Seychelles, en Panmunjom o en Vladivostok, nada más inteligente ahora que organizar una fiestita de apostasía, con muchos invitados. Solo uno no puede faltar: Urtubey.

Apostatamos 500 pesos a que no faltará.