
Mañana, cuando se hayan apagado en el firmamento los fuegos artificiales de los debates sin salida, cuando los diputados hayan votado «por sus conciencias», ignorando los mandatos recibidos, en las calles ya no habrá pañuelos blancos, ni azules, ni verdes.
Todos: kirchneristas y antikirchneristas, abortistas y antiabortistas, y cualquier ser humano que viva atravesado por una grieta o por otra, harán una piña alrededor de los colores de la Selección Nacional.
Junio es, como diciembre, un mes muy traicionero. Los solsticios deberían suprimirse del calendario astronómico del Cono Sur, pues sea por exceso o por defecto de sol, nuestras neuronas siempre pagan el pato.
Al menos es un mes traicionero en Salta, en donde la gente más gaucha acostumbra a pelarse de frío pasando las madrugadas al raso, creyendo que así rinde un mejor homenaje a Güemes, cuando en realidad el héroe gaucho, de haber podido elegir, hubiera preferido una terapia intensiva con buena calefacción y una asepsia suiza que morirse lleno de gloria, pero rodeado de alimañas, en el gélido descampado de Las Higuerillas.
Hoy, la vigilia güemesiana -mal llamada «Guardia bajo las Estrellas» por esos gauchos sabihondos- se ha adelantado unos días.
No son las suaves pendientes del Monumento a Güemes las que sirven de escenario para la noche en blanco más famosa de nuestro calendario religioso, sino el llano cívico de la Plaza Güemes, frente a la Legislatura, a donde se ha dado cita una pequeña multitud de ciudadanos (preferentemente ciudadanas) que esperan agazapados frente a la teórica sede de la soberanía popular a que en Buenos Aires se vote de una puñetera vez la famosa ley del aborto.
En el caso de esta concentración popular, no es el Espíritu Santo sino Güemes el que la preside desde las alturas. Con gente emponchada hasta las orejas, guitarreros, coqueros, cuchilleros y bebedores trasnochados, no se puede pensar que sea una fiesta de Dios, sino más bien de los infernales, cualquiera sea la opinión que tengan los asistentes sobre la interrupción voluntaria del embarazo.
En realidad, los manifestantes no están sino intentando adquirir la forma necesaria para cuando toque festejar los goles de Messi hasta altas horas de la madrugada. Es eso y no el aborto lo que en realidad importa. Que el rosarino perfore las redes rivales.
Pero con el tiempo que estamos teniendo, no sabemos si cuando juegue la Selección en Salta harán 4 grados bajo cero o 32 sobre cero, a las tres de la mañana. ¿Y si en la semana en que Güemes agonizó en medio del monte sopló el zonda? Si lo supiéramos con certeza ¿seguiríamos considerándolo el héroe venerable de las noches frías y estrelladas?
Razón tenía la finada Celia Cruz cuando decía que la vida es un carnaval, porque en Salta es así desde hace tiempo. No importan los colores de las banderas o de los pañuelos. Lo que importa es mostrar que somos un pueblo alegre y bullanguero. Lo demás -por ejemplo, la miseria o la injusticia- es, como dijo Jean-Marie Le Pen de los hornos crematorios de los nazis: «Un detalle de la historia».