
Alguien ha tenido la poco feliz idea de «hacer una demostración de boxeo al aire libre», en pleno centro de la ciudad de Salta.
Se trataba de una actividad «promocional», que de paso que mostraba las bondades de los púgiles y de sus maestros, intentaba inculcar a los transeúntes buenos hábitos para «erradicar la obesidad, hipertensión y enfermedades cardiovasculares».
Pero esta actividad promocional tenía también su lado proselitista, ya que los demostradores invitaron a los que se acercaron a ver las piñas en el lugar, a «integrarse en uno de los 30 gimnasios municipales gratuitos».
Si la intención fue loable -sin dudas- no lo fue tanto el escenario elegido y mucho menos el vestuario de los púgiles.
La actividad consistió en un combate (o varios) librado en un ring improvisado, que por cuerdas tenía a las gruesas cadenas de hierro que cercan la zona reservada del exterior del edificio del Centro Cultural América y como elementos demarcadores de las esquinas, unos conos naranja de los que utiliza la Policía de Tránsito para señalar su territorio.
A la falta de cuadrilátero se sumó el hecho de que los púgiles -al menos lo que aparecen en la fotografía oficial- iban ataviados de calle, con camisetas y pantalones largos comunes. La escena final solo se distinguía de una pelea callejera por el hecho de que sus protagonistas calzaban guantes y manoplas de vivos colores.
Al no permitir distinguir entre una cosa y la otra (especialmente por la aglomeración de la muchedumbre, que también sucede en los acometimientos callejeros), la «demostración promocional» pudo haber pasado a los ojos de los espectadores desprevenidos como una especie de apología de la violencia a pie de calle, más que como una invitación a prevenir la diabetes. De hecho, la circunstancia de que los boxeadores aficionados no llevaran protectores (ni bucal, ni de cabeza, ni coquilla) hace pensar que a los instructores de las escuelas de boxeo les importa mucho la obesidad y muy poco las conmociones cerebrales o las lesiones faciales.
Lo más llamativo de todo no ha sido la inadecuada combinación escenario/vestuario, sino la revelación de que en Salta existen treinta gimnasios gratuitos dedicados, casi exclusivamente, a la práctica de este deporte. La cifra, que es inusual hasta para las ciudades más grandes del mundo, debería haber logrado ya alguna de estas dos cosas: 1) que desaparecieran la obesidad y la diabetes de entre las patologías juveniles, y 2) que Salta tuviera un campeón mundial de la categoría welter.