Viacrucis gaucho off-season en la Plaza Belgrano

  • Preocupados por el abrupto final de la Semana Santa, los gauchos quieren seguir la penitencia, por lo menos hasta junio
  • Tropa rebelde
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Los gauchos de Salta -o, para mejor decir, una parte muy significada de ellos- viven unos días amargos, luego de que un sector de los emponchados decidiera salir del armario y reconocer (implícitamente) que cuando en el país llovían las balas, las cunetas apestaban a cal viva y cuerpos anestesiados se desplomaban de los aviones en medio del río de la Plata, ellos estaban de ese lado del mostrador en el que nadie quiere estar.


El reconocimiento es loable, porque en el fondo se trata de saldar una vieja deuda de sinceridad con la sociedad que durante tantos años y con tanta ingenuidad los ha aplaudido en los insulsos desfiles que suelen protagonizar.

Pero esta toma de posición frente a la historia ha dejado a más de un gaucho con ganas de más guerra. Son aquellos que han visto amenazado su monopolio simbólico por la proliferación de pañuelos blancos pintados sobre el asfalto. El dibujito ha indignado a los gauchos, mucho más que si a alguien se le hubiera ocurrido segar los cojones del caballo de bronce de Güemes o pintado en los labios del general un carnoso pene.

«El pañuelo blanco ofende al héroe gaucho», braman enfurecidos. Podrían haber dicho también que insulta al Señor del Milagro, que hubiera sido lo mismo. El pañuelo va en contra del hard core de la salteñidad, según los códigos no escritos que ha instaurado el Gobernador de la Provincia, Juan Manuel Urtubey.

En alas de esta ofensa, los gauchos encabritados cabalgan por imaginarios montes de espinas, buscando inundar con disolvente las plazas públicas. A tales efectos ya han pedido permiso al intendente Sáenz para llenar con thinner la descomunal cisterna que se construye en la plaza Gurruchaga, otro patriota seguramente ofendido por la alba pañolada, toda vez que él fue el mecenas fundador de esa venerable fuerza armada, propietaria de los ya citados aviones que sobrevolaban el río de la Plata con lastre para soltar.

A pesar de que el Arzobispo ha dado por concluida la Semana Santa -no sin antes bendecir una cruz que tenía colocado un poncho, pero no a la manera litúrgicamente aceptable, sino con la punta del patibulum atravesando el paño por el agujero que sirve para pasar la cabeza- los gauchos siguen golpeándose el pecho en la plaza Belgrano y en otros «santos lugares» en donde aquellos herejes y herejas de la memoria torcida han pintado los pañuelitos antigüemesianos.

Si el día de la Mujer dura en Salta todo el mes de marzo, ¿por qué motivo la Semana Santa no puede celebrarse durante todo abril? Al diablo con el calendario litúrgico, con San Mateo y esos mentirosos evangelistas. Aquí no se ha pensado que un desfile de gauchos pasadas las Pascuas, con cambio de guardia, rebenques y taleros por doquier, puede ser un atractivo turístico de primera magnitud.

De hecho, ya hay algunos que están calculando nuestras posibilidades de ocupación hotelera y el esperado impacto económico de esta eternización del lamento gaucho, que para algunos debería «enganchar» con la celebración de la pasión del General (a comienzos de junio), para lo cual habría que convertir a mayo -el mes de la fiesta nacional- en un puente festivo sin fin.

Para que podamos alcanzar el cielo -turísticamente hablando- es preciso, pues, que se sigan pintando pañuelos blancos en la ciudad y que siga habiendo gauchos ignorantes, pero sinceros, que al tiempo que aplauden los genocidios, consideran que el ilustre militar no debe mezclarse con esas viejas histéricas que representan la grieta. Porque ellos, los gauchos, de grieta, nada de nada.

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