
Hace algún tiempo, esa estupidez colectiva que algunos denominan con mayor acierto «orgullo salteño» había convertido a la otrora gris y desangelada calle Balcarce en un icono representativo de nuestras mejores tradiciones festivas.
Acostumbrados a que las diversiones estuvieran en «las orillas» (principalmente en la zona del Bajo, en donde proliferaron los cabarets y las casas de tolerancia), los salteños se vieron un día sorprendidos por el auge comercial de estas tres cuadras de la Balcarce, comprendidas entre la avenida Entre Ríos y la calle Ameghino.
Los salteños «bien» tenían ahora donde divertirse cerca de sus casas, sin tener que desplazarse, generalmente de incógnito, a lugares como La Tuerta Tota, La Cama i' Fierro, el Salón Verde o el mítico 1514. Nacía así en Salta un espacio vip, con restaurantes, bares de copas y salones de espectáculos, en el mismo lugar en donde no hace mucho tiempo atrás solo estaba el bar Madrid o el cine Balcarce, un refugio seguro para ferroviarios taciturnos y amantes del porno vintage de los años setenta.
Pero con esto de la democracia y de la «joda para todos y todas», la Balcarce ha dejado de ser un lugar selecto, un faro para gourmets, melómanos y estetas, un cruce de caminos para turistas y peregrinos a la Virgen del Cerro, para convertirse en una especie de circo romano en el que se enfrentan lo que la Policía llama, sin mucho rigor, «grupos antagónicos».
Los visitantes y usuarios de los servicios de esta calle ya no son los niños bien de los barrios más acomodados. A ellos se han sumado los barras bravas de ciertos barrios marginales, que encuentran aquí lo que antes buscaban en lugares más apartados del centro como la carpa El Patito, Lalo Musa o Atlético Cerrillos.
Y claro, esta especie de aluvión periférico le ha cambiado el rostro a la zona vip de Salta. Ahora son muy frecuentes las grescas colectivas y los ajustes de cuentas entre bandas rivales. Algo parecido a lo que sucedía en la época de los niños bien, pero a lo bestia.
La Policía de Salta tiene cámaras y agentes en la zona, pero el alcohol y las drogas son argumentos más poderosos que los recursos represivos. El resultado de este mix entre apertura social y desenfreno es un cóctel explosivo que generalmente degenera en violencia, con muertos y heridos por doquier.
Hace un poco más de una semana, un joven de 18 años moría apaleado en plena calle. Ayer, una gresca entre una veintena de personas dejó a ocho heridos de cierta gravedad. Según algunos medios, el vendaval de puñaladas produjo un auténtico triperío.
Así, la que fuera una pacífica calle transitada por ciclistas de modesta condición y luego frecuentada por bohemios pretenciosos de refinados gustos, es hoy un territorio hostil, una jungla en donde predomina la violencia y rige la ley del más fuerte.
Y todo, desde que el gobierno que dirige el «jodón» del gobernador Urtubey ha instituido a la diversión de masas y a los excesos como auténtica política de Estado.