Texto del Pacto de Fidelidad del Milagro 2015 en Salta

El siguiente es el texto completo del Pacto de Fidelidad del Pueblo de Salta con el Señor y la Virgen del Milagro, formulado por el Arzobispo de Salta, con ocasión de celebrarse ayer la Procesión de las Sagradas Imágenes.

I

“Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27)

Señor del Milagro, míranos en este lugar tan lleno de significado para Salta y para el país, acompañados por tu Madre, María del Milagro, la primera creyente. Ella nos une con el calor maternal de su presencia en la familia de tu Iglesia. Somos tuyos.

Tú eres el único que conoce al Padre. Permítenos que, como Felipe de Betsaida te digamos: “Muéstranos al Padre y eso nos basta” (Jn 14,8) te lo pedimos en este clima de Eucaristía prolongada, en el clima de la Última Cena en camino hacia el Congreso Eucarístico Nacional. Necesitamos la paz que quita inquietudes vanas. Tú nos dijiste “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí” (Jn 14,1).

Desde la paz que nos da sabernos amados por el Padre Dios, alabarlo y decir contigo: “Te alabamos Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt 11,25)

En el corazón de esta tarde de septiembre, al calor de la compañía de tantos hermanos, contemplamos nuestra bella ciudad, el entorno de su valle y nos dejamos llevar por la mirada que abraza la inmensa puna, los sorprendentes valles calchaquíes, la belleza bucólica del valle de Lerma, el feraz territorio de la selva tucumano oranense y el agreste Chaco salteño que laten con brillo especial en el corazón y en la mirada de los amadísimos peregrinos y desde aquí nos atrevemos a ir hacia la patria entera y el mundo inmenso que nos regalas y surge en todos nosotros el cántico de San Francisco:

“Alabado seas, mi Señor, con todas tus criaturas. especialmente el hermano sol, el cual hace el día y nos da la luz.

Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”.

Envueltos, pues, en el clima de familia que resplandece en tu presencia de Resucitado queremos reflexionar juntos en tres desafíos que, siendo importantes para todos, aparecen urgentes en esta hora de la humanidad y en el hoy de la historia de nuestra patria que se prepara a celebrar el Bicentenario de la Independencia Nacional el próximo 9 de julio de 2016.

1. Necesitamos cuidar lo creado haciendo de Salta una casa común.

2. Es impostergable cultivar entre todos los argentinos la cultura del encuentro que nos permita pensar y proyectar un futuro.

3. No podemos eludir el compromiso de dar el paso para convertirnos de habitantes en ciudadanos.

II

Cuidar la creación. Hemos convertido en un slogan publicitario la belleza de nuestra Salta. En lo que tiene de reconocimiento de una verdad dada por Dios a todos nosotros, la misma vale. Pero si sólo se convierte en eso: un slogan de propaganda, una excusa para entrar en una sociedad del consumo que nos devora, se convierte en un contrasentido. Cuidar la belleza de nuestra provincia, como la del mundo entero es un desafío que compromete también nuestra fe.

Ya el Beato Papa Pablo VI en 1971, presentó la problemática ecológica como una crisis que es una consecuencia dramática de la actividad descontrolada del ser humano. San Juan Pablo II y Benito XVI insistieron en la llamada. Y hoy nuestro querido Papa Francisco nos presenta el urgente, grande y hermoso desafío de proteger nuestra casa común.

El Papa denuncia la contaminación, la acumulación de la basura, el consumismo desenfrenado, el abuso del agua, la falta de agua potable para muchos lugares pobres y la destrucción de especies afectando la biodiversidad entre otros factores que están deteriorando la calidad de la vida humana y la sociedad toda. ¿Afecta esto a nuestra Salta, a nuestras provincias?. Sí, sin lugar a dudas. Es preocupante ver la basura en nuestras calles, el descuido de los espacios públicos, el deterioro de la calidad del agua de nuestros ríos, la falta de agua potable en algunas poblaciones. Es triste recorrer barrios sin árboles, jóvenes buscando comida en basurales, espacios que contaminan. ¿Podemos negar la insuficiencia de nuestro apoyo para vencer enfermedades como el dengue u otras que dependen del cuidado de nuestros espacios familiares, de cerrar canillas, de no dejar acumular agua estancada?. Cada uno de nosotros es testigo y algunos quizás seamos cómplices del descuido de nuestro hábitat. El cuidado estrictísimo de la contaminación del ambiente a la hora de extraer riquezas de la tierra no puede ser negociado.

Debemos ser honestos a la hora de mirar el problema y responsables cuando se trata de asumir el compromiso de cuidar la creación. Cada criatura tiene su valor y su significado en el proyecto del amor de Dios. El mundo es frágil y Dios lo ha confiado a nuestro cuidado. No podemos destruir impunemente la obra de Dios sin afectar la vida de los hermanos. Siendo el hombre señor de la creación no es su dueño arbitrario. El mundo nos ha sido confiado para que lo administremos como casa para todos, para los que hoy vivimos y para los que lo habitarán mañana.

Miremos a Jesús: admiró la belleza de los lirios del campo y de los amaneceres que lo acompañaban en su unión con el Padre. Vivía en tal armonía “que hasta el viento y el mar le obedecían” (Cfr. Mt 8,27). Trabajó con sus manos a lo largo de casi toda su vida dando forma a la materia creada por el Padre con su habilidad de artesano y transformó el trabajo en camino de santidad. Hoy, resucitado, envuelve misteriosamente el mundo que fue creado para El y reconciliado en Él para llenar de luz todo el universo.

Aprendamos de Jesús y abramos el corazón a un camino de conversión que mejore definitivamente nuestras relaciones con el mundo que nos rodea. Seamos agradecidos con el don de Dios y capaces de gratuidad en nuestra entrega. No podemos medir todo por el dinero. Ofrezcamos los talentos al servicio de una mejora de la vida del mundo. Superemos mezquindades y luchemos por liberarnos de una cultura del consumo que nos consume. “La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a los que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación de placeres”.

III

Cultivar la cultura del encuentro. En su loca carrera por dominarlo todo, los hombres vamos sosteniendo un clima inseguro y frágil en nuestras relaciones que han potenciado la fragmentación y la exclusión social, la inequidad, el crecimiento de la violencia y la agresividad, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre jóvenes y niños, la pérdida de identidad. Se rompen lazos de integración y de comunión social.

Alimenta este triste proceso un clima social y político que agranda los abismos haciéndonos olvidar que somos hermanos, conciudadanos de una misma tierra que es de todos nosotros, en la que hemos de reconocernos como hermanos y no como enemigos. La inseguridad que nos amenaza no es una sensación subjetiva, es una realidad destructora. La pobreza no es un dato estadístico, es una enfermedad que avanza excluyendo y frustrando presentes y futuros.