La noticia que ha conmocionado a Salta en plena crisis del coronavirus

  • Desde Richard Nixon, pasando por Cacho Castaña (o Paulino Arroyo o Sergio Denis o Armando Jaime), hasta Silvio Marzolini, el diario El Tribuno de Salta atesora una larga lista de muertos que todavía no han muerto. Anuncios precadavéricos que solo sirven para sobresaltar a la gente y, de paso, para ofender a la familia.
  • Periodismo de altos vuelos

Hoy, el mismo triste día en que se ha sabido que el coronavirus se ha cebado con el ilustrísimo Cacho Fontana; que la cifra de muertos ha traspuesto la barrera de los 2.000 y que en Salta el número de contagiados se ha vuelto prácticamente incontrolable, el diario El Tribuno intercala esta sobrecogedora noticia de un señor que ha perdido las llaves de su auto y que «busca recuperarlas».


Cualquiera puede imaginar la sensación de vértigo que experimenta el lector/usuario que abre las páginas digitales del diario para enterarse desesperadamente de la marcha de la pandemia y ver cuáles son las últimas novedades (graves, por supuesto) en la evolución de la enfermedad, a su paso por nuestra Provincia, y se encuentra con una noticia tan shockeante como esta.

Perder las llaves de un auto es probablemente una de las cosas que a los seres humanos les sucede con más frecuencia. No es lo mismo, precisamente, que perder las llaves de toda la iglesia de San Francisco en un prostíbulo, como le sucedió alguna vez a un conocido sacristán, pero la sensación de desagrado es prácticamente la misma.

El hecho de que quien ha perdido las llaves se decida a «buscarlas» no es noticia. Probablemente lo hubiera sido si el afectado se presentaba a la redacción del diario diciendo: «Miren. He perdido las llaves de mi auto. Un auto caro, para más señas. Pero, ¡qué más da! No tengo ganas de buscarlas, así que aproveche quien se las haya encontrado».

Más curioso que todo esto es que, después de siete décadas de existencia, el diario siga sirviendo como sucedáneo de la Policía; es decir, que sobre sus mesas redactoras aterricen denuncias de mordeduras de perros, mujeres apaleadas por sus maridos borrachos, pequeños incendios, gente extraviada, carteras olvidadas en los colectivos y cosas por el estilo. Tan ingenuo es quien acude al diario a contar sus penas (con la esperanza de encontrar alivio) como el redactor o cronista que, en medio de una conmoción mundial como la que está provocando el coronavirus, se decide a publicar algo como esto, que no revela otra cosa que la capacidad de un medio de comunicación para convertirse en tablón de anuncios de lost&found; o lo que es lo mismo, para dejar al desnudo el pésimo momento periodístico que está atravesando.

Ése es el mismo diario que de tanto en tanto se rasga las vestiduras por los ataques a la libertad de prensa, el que dirige infames libelos contra diputados provinciales, el que percibe la parte del león de la publicidad oficial, el que tanto daño ha hecho en la fama y el honor de muchas personas y que tan pobres servicios ha prestado a la causa de la verdad, la transparencia y la honestidad. El mismo diario al que acuden -mansitos- una decena de «intelectuales decentes» que se llenan la boca hablando de «república», de «calidad institucional» o de «soberanía territorial», sin reparar en la profunda inmoralidad de quienes los han bendecido como columnistas de un diario que se revuelca en su propia decadencia.

Al menos, al sacristán de San Francisco no se le ocurrió ir al diario cuando perdió las llaves de la iglesia, del convento y del museo, todas juntas, en un tugurio de muy mala fama en el bajo salteño. Como corresponde, el hombre acudió a la Policía (no «concurrió» como le gusta decir a la Corte de Justicia) y cuando estaba en la entrada de la Comisaría (no en el «ingreso», como escriben algunos periodistas locales), fue inmediatamente preguntado por su domicilio.

Al responder el sacristán que su domicilio era la noble, decente y recoleta dirección de Córdoba 15, el sumariante lo miró con cara de desconfianza y le dijo: «Hmmm...Córdoba 1514 debe ser usted».