
En realidad, salvo que en el Ministerio Público Fiscal de Salta los plazos se cuenten de una forma diferente a como lo dispone el Código Civil, «el año que viene» es el 2020, y es sabido casi por todos, que el general gaucho murió cuando promediaba el año de Nuestro Señor de 1821.
La pifia solo se explica por el hecho de que el doctor Cornejo podría haber tenido escrito su artículo con bastante anterioridad y pensado en publicarlo cuando en 2020 caducara su mandato como juez de la Corte de Justicia de Salta, un mandato que, como todo el mundo sabe, él mismo interrumpió con su renuncia, pero no para abandonar el protagonismo político que lo ha venido persiguiendo como una sombra fatal en los últimos veinte años, sino para que el Gobernador de la Provincia lo designara Procurador General, teóricamente por seis años.

Lo que no se sabe muy bien es cuáles son las honras «que corresponden» (expresión que se asemeja bastante a la de «como Dios manda») y qué diferencia práctica y ontológica habría entre conmemorar los 200 años de la muerte de Güemes y el desmesurado culto personal del que a diario el prócer es objeto por parte del gobierno, en las escuelas, en las calles, en los papeles públicos y hasta en el rincón más ignoto de territorio.
Tal vez, el güemesianista quejoso de la ausencia de un «plan» quiera contratar para la fecha el Allianz Arena de Munich o hacer que la Torre Eiffel se ilumine con los colores de bandera de Salta para la ocasión. Quizá se conformaría con que los técnicos del CIF, con esa tecnología tan excelsa, revivieran a Pavarotti para que cante el Himno a Güemes en las escalinatas de su monumento, pero no es posible saberlo de momento. Lo que sí se sabe ahora es que ni cuando se cumplieron los 2000 años de la muerte y resurrección de Jesucristo los cristianos hicieron unos aspavientos de semejante naturaleza.
Pero en Salta, nunca se sabe. Güemes está más allá de todo. Para los niños de las escuelas, el general gaucho es «un señor que dio la vida por nosotros». Como Jesucristo, e incluso más. Alejandro Magno era un simple aficionado a los juegos de guerra en un monte sin tuscas ni espinas.
La experiencia enseña que un «plan como corresponde» es un plan que satisfaga los deseos personales del doctor Cornejo, no otro. Y si a él no le satisface el plan, si no le cuadra, si le parece muy chirle, ya sabemos todos lo que pasa, pues es lo mismo que sucede cuando los demás no tienen en cuenta la finura de sus «otros» deseos.