
De allí que los «parlamentos» que existen -a los que, con más precisión, debería llamarse asambleas o foros parlamentarios interprovinciales- no tengan ningún poder para sancionar normas jurídicas generales, abstractas y obligatorias.
El llamado Parlamento del NOA es un caso curioso, pues sus integrantes, que son conscientes -o deberían serlo- de la total nulidad e inefectividad de sus resoluciones y declaraciones, parecen empecinados en dar a sus deliberaciones un carácter oficial, solemne, como si se tratara de un verdadero poder del Estado.
Para que estemos en presencia de un poder del Estado, no es suficiente que quienes lo integran ostenten responsabilidades públicas y cargos electivos. Hace falta una Constitución o una norma fundamental que organice tal poder y hacen falta leyes que regulen su funcionamiento. Tal poder -por definición- es permanente y no ocasional, como el que dice ejercer el Parlamento del NOA, que, a pesar de la periodicidad de sus reuniones, aparece y desaparece cuando a sus integrantes les conviene.
Últimamente se le ha dado al Parlamento del NOA por efectuar declaraciones solemnes sobre temas que nada tienen que ver con la realidad de la región y, mucho menos, con la competencia real -y, por tanto, posible- de los funcionarios o cargos políticos que lo integran.
Por razones que tienen que ver más con su imagen que con la realidad, el Parlamento del NOA se involucra con temas tan alejados de su paupérrimo alcance institucional como la guerra en Ucrania, el conflicto en Siria, el terrorismo del Estado Islámico y las recomendaciones del Comité de Derechos Humanos de la ONU sobre los fondos buitre.
Estas declaraciones, puestas sobre un papel, pueden hacer quedar muy bien a los que la suscriben, entre ellos, pero provocan la sorna del ciudadano, que comprueba, sin mayor esfuerzo, que ni el presidente Poroshenko, ni el dictador el Assad o los terroristas iraquíes hacen el más mínimo caso a las vacuas exhortaciones de los parlamentarios del NOA.
Bien es cierto que a muchas de las resoluciones que adopta la Asamblea General de la ONU les pasa algo parecido. Pero al menos en esta Asamblea están representados casi todos los países soberanos del mundo y esta sola circunstancia justifica que la ONU delibere y resuelva sobre asuntos de interés para la seguridad y la paz en el mundo.
Aunque muchas veces inútiles, al presidente de Ucrania le puede interesar lo que diga la ONU sobre la penetración de sus fronteras por el ejército ruso, pero es casi seguro que el mismo presidente no le dirá a sus colaboradores: "Che, me extraña que Zottos aún no haya emitido una declaración de apoyo".
Por el momento y hasta que no cambien las circunstancias, el Parlamento del NOA seguirá siendo para muchos ciudadanos solamente una ocasión para que unos señores canosos con cara antigua de próceres de un siglo equivocado se hagan unas hermosas fotos con un fondo de coloridas banderas y que los mismos señores -esta vez acompañados por sus señoras- rematen la noche con opíparas cenas de eternas y reflexivas sobremesas, pues los pulsos gastronómicos al más alto nivel se han convertido en uno de los motores de estos encuentros.
Desde cualquier punto de vista, más valdría ahorrarse toda esa parafernalia y evitar gastar inútilmente los recursos públicos (incluido el tiempo de personas importantes que deberían dedicarse a otra cosa) en un Parlamento que hasta ahora solo ha demostrado utilidad para darle a los amarillentos vicegobernadores de la región una cierta visibilidad, que algunos no necesitan y otros, directamente, no merecen.