Elogio de la 'no-salteñidad' de Pamela Ares

  • Llega un momento en que los salteños y las salteñas no son tan acogedores, tan integradores, ni tan amables con el forastero como lo promocionan las agencias de viajes y las guías de turismo.
  • El chauvinismo salteño ha echado a andar

Sucede puntualmente cuando alguien que no ha nacido en nuestro territorio aspira a ocupar un cargo político electivo de cierta importancia y tiene la mala suerte de disputarse el sitio con otros u otras que se consideran a sí mismos frutos prístinos del terruño y presumen de llevar el poncho bien puesto.


La ferocidad con que estos lugareños defienden lo que creen que es suyo por derecho propio traspasa largamente los límites del chauvinismo más impresentable.

En estos días, la señora Pamela Ares enfrenta con encomiable valentía a quienes la acusan de no ser salteña. ¡Tremendo pecado! Pues ni aún en el supuesto de que San Juan Bautista bajara del cielo a este mundo y se decidiera a borrar el estigma original de Ares purificándola en las chocolatosas aguas del río Wierna, los salteños la considerarían una de los suyos.

Curioso es, por supuesto, que quienes condenan a la señora Ares al infierno en el que moran las almas pampeanas son los que desde hace más de un siglo aplauden que el mismísimo centro geométrico de la Plaza 9 de Julio de Salta se encuentre ocupado por la estatua ecuestre de un militar que nació en una población de Cantabria (Cabezón de la Sal) que tiene menos habitantes que La Merced.

Pero no hay una sola Pamela en estas elecciones. La otra tampoco ha nacido en Salta y sin embargo casi nadie le afea sus orígenes mendocinos, ni la considera incapacitada para representar a los salteños por haber nacido a más de mil kilómetros de distancia. Esta es -si se me permite- una variante vallista de la xenofobia selectiva de Vox en España.

Sin embargo, la costumbre de hurgar en el Registro Civil el origen geográfico de una persona jamás ha tenido utilidad ni razón en la política. A la señora Ares, como a cualquiera que ha nacido fuera de Salta, le basta con reunir las condiciones y cualidades que la Constitución exige para el desempeño de un cargo determinado. Nadie puede pedirle que maldiga a sus ancestros, que reniegue de su condición de pampeana o que cante la López Pereyra a grito pelado. Cada uno es como es, y es casi seguro que la señora Ares, como cualquier otra persona bien nacida, más que de ser de un lugar determinado, presume con orgullo de ser de papá y mamá.

Pero hay algo más en esta pequeña y sórdida historia. Y esto es que si la señora Ares fuera una especie de ombú trasplantado a nuestros valles, si fuese un ente con una capacidad de discernimiento casi marginal, si no hubiese sido bendecida por una aguda inteligencia y no tuviera una capacidad política superior a la media de nuestros salteñitos y salteñitas de a pie, a nadie le preocuparía que haya nacido en La Pampa.

Los ataques, injustos y desproporcionados, que aparentemente le son dirigidos por su condición de forastera en realidad son el resultado del pacto corporativo que protege a los mediocres nativos y que recela de cualquiera que sepa dos cosas más que ellos.

El que suscribe estas líneas no acostumbra a apoyar a ningún candidato ni a ningún partido. Pero si en este momento tuviera delante a la señora Ares, sin complejos de ninguna naturaleza y utilizando el mismo tono de Groucho Marx, le diría: «En su caso, estaré gustoso de hacer una excepción».

Mire señora Ares. Me parece usted, por lejos, la mejor y más preparada candidata a la Cámara de Senadores de Salta, no solo de estas elecciones sino de varias anteriores.

Poco más tengo que agregar a eso, excepto que durante años me he sentido desilusionado por la calidad -humana, política e intelectual- de muchos (y muchas) de los que se han sentado en los mismos asientos que ocupó mi padre allá por 1949, cuando fue electo senador provincial por el noble pueblo de Iruya, de donde mi padre por cierto no era nativo, pero que en el que jamás fue rechazado por haber nacido en la ciudad de Salta. Por la misma época, el mismo pueblo de Iruya lo honró eligiéndole convencional constituyente para redactar la Constitución que se sancionó aquel año y en cuya asamblea mi padre fue portavoz de la comisión redactora.

Seguramente no coincido con la actual candidata a senadora en casi nada. Nuestra forma de ver el mundo, los problemas del país y de la Provincia es -intuyo- muy diferente. Pero justamente, por serlo, creo que este apresurado elogio tiene un valor que trasciende la coyuntura.

Sinceramente espero y deseo que usted derrote a quienes hoy la descalifican por un hecho que ningún ser humano puede controlar (el lugar de su nacimiento) y que cuando enfrente problemas más graves que el del localismo exacerbado (lo que yo llamo la opería organizada) se acuerde usted de que todavía hay quien cree que la política necesita de personas valientes y comprometidas, sea que hayan nacido en Cerrillos o en cualquier lugar de nuestra titilante galaxia.

Sé que Pamela Ares no necesita defensa de ninguna naturaleza. Y es por ello que no me he planteado escribir estas líneas como una defensa sino como un simple y distante elogio, pronunciado en voz alta, con la sincera intención de que la simpatía que expresa no incomode de ningún modo a tan valiosa candidata.