La inesperada dimensión histórica de Gustavo Sáenz

  • El virus lo ha cambiado todo en nuestra política doméstica; desde la percepción ciudadana de la utilidad de las instituciones del Estado hasta la forma en que evaluamos a nuestros gobernantes.
  • Efectos colaterales de la pandemia

Cuando comenzó su andadura, allá por diciembre de 2019, el gobierno de Gustavo Sáenz parecía -muy a su pesar- una caricatura enclenque de los fortísimos gobiernos que lo precedieron.


Atado de pies y manos por unos y otros, rodeado de compromisos (algunos de dudosa transparencia democrática) y colonizado a partes iguales por esporas bacterianas del autoritarismo y la ineficiencia, la instalación del gobierno de Sáenz fue muy parecida al anuncio de aquellas películas de relleno en una proyección continuada de blockbusters.

Las sucesivas crisis sanitarias han cambiado por completo el panorama. Aunque en la primera crisis (todavía no resuelta) el death toll es bastante abultado y los responsables todavía no aparecen, casi todo el mundo considera ahora que el padecimiento de los infantes wichi es un drama «estructural» y de muy de andar por casa, si lo comparamos con esta cruel pandemia que ha provocado cientos de miles de muertos en el mundo pero en que en Salta no ha matado a nadie -felizmente- ni se espera que lo haga.

Probablemente si Sáenz no enfrentaba estas dos situaciones límite, medio Salta le hubiera echado en cara su buena vibra con el presidente Alberto Fernández, el punto más alto de un kirchnerismo que Sáenz combatió a cara descubierta y de una forma tan intensa y loable que probablemente explica su éxito en las pasadas elecciones.

Era de prever que Sáenz en algún momento se buscase a sí mismo. ¡Y que tuviera la osadía de encontrarse! Lo que casi nadie podía pronosticar es que la necesidad de esa ardiente búsqueda interior llamara tan pronto a la puerta de un hombre señalado tanto por uno como otros -antes de los últimos sucesos, claro está- como «piloto de transición».

Tiempo habrá para que los ciudadanos de Salta evalúen tranquilamente si la gestión de las crisis (de las dos) ha sido eficiente o no lo ha sido. En algún momento habrá que debatir si las durísimas medidas que el gobierno ha adoptado en base a su sola voluntad respondían al criterio de proporcionalidad que debe presidir cualquier actuación restrictiva de derechos. Por más que quiera, Sáenz no podrá eludir la rendición de cuentas frente a una ciudadanía que ya no tema por su vida.

Si las cosas no se torcían, allá por la primera quincena del mes de marzo, Sáenz tenía todos las cédulas compradas para sacarse el primer premio a la inanidad política. Pero su silenciosa y discreta actitud de prolijo albacea ha sido bendecida por la varita mágica de la fortuna, por una lotería de Pascuas que lo ha colocado en una situación de inesperado privilegio. Sáenz tiene ahora al alcance de sus dedos la posibilidad de convertirse en el gran arquitecto de la restauración de las libertades perdidas en Salta.

Es verdad que ha sido él mismo quien las ha suprimido, pero en su defensa se puede decir que no ha sido por culpa suya sino del virus. Aunque tienen razón los que dicen que con un poco más de calidad institucional y con una política más flexible y menos «grietosa» no habrían sido necesarias muchas de las restricciones que padecemos, lo cierto es que hay ahora una tarea de reconstrucción por delante que no había antes y que esta carrera encuentra a Sáenz en la pole position.

Claro que el Gobernador puede tentarse y llevar a cabo lo que en la terminología hispanoamericana de los Derechos Reales se denomina interversión del título, y de ser un Gobernador democrático puede pasar a proclamarse dictador sin que casi nadie proteste, y extender así por un periodo largo el adormecimiento de las libertades, los derechos y las garantías de los ciudadanos de la Provincia.

Pero si lo que quiere Sáenz es salir por la puerta grande, ya mismo, sin perder un minuto, debe ir diseñando un nuevo mapa para las libertades de los salteños, con la más amplia participación de los ciudadanos y de sus organizaciones sociales y políticas. Es decir, debe preocuparse menos de si el gordito Betzel puede abrir las tiendas del centro o si las empanaderas pueden seguir vendiendo sus productos a una clientela hambrienta. Basta que Sáenz deje este tipo de decisiones al ministro Dib Ashur, que alguna satisfacción debería tener el pobre hombre después de que Elon Musk ignorara olímpicamente su tuit, con el mismo desprecio con que el ministro salteño ignora los de quienes se toman la pequeña atribución de mencionarlo.

Para que Saénz se erija en ese gran recuperador (olvidarse por un momento de los del vertedero San Javier) es necesario que se den una serie de circunstancias que ahora mismo no están presentes. Entre las más importantes de ellas, el que Sáenz expanda su círculo de confianza y que su figura como hombre público pueda resultar fiable y transparente también para otras personas que no sean aquellas con las que habitualmente intercambia audios altamente filtrables por WhatsApp.

Los ciudadanos de Salta, y Sáenz en particular, pueden salir muy favorecidos de esta coyuntura tan dramática que estamos viviendo. Pero para que este milagro se produzca es necesario generosidad, sacrificio, inteligencia y altura de miras. Si en Salta apenas hay barbijos, es dudoso que tengamos estas virtudes en abundancia, con el agravante de que una cooperativa de mujeres solidarias no puede fabricar virtudes como si fueran trapos de piso.

El razonamiento es muy sencillo: Si Sáenz ya tiene asegurado que las cosas van a ir a peor después de que el virus haya sido derrotado, si es consciente de que pase lo que pase su gobierno se va a mover en una limitada escala de grises, y que, de ocurrir algo como eso, su figura histórica se diluirá echando humos en la sopa ácida que le han servido en plato frío sus predecesores, qué mejor actitud que salir al encuentro de la historia, dar la vuelta a la página y hacer que Salta rediseñe de arriba a abajo sus instituciones, para potenciar la libertad y para que el disfrute de esta nos permita mejorar nuestras instituciones, conectarlas con la realidad y hacerlas compatibles con el interés general de las personas que viven junto a nosotros.

Si esta última y no otra es la elección de Sáenz, es que ya mismo los audios chalchaleros que acostumbra a distribuir entre sus incondicionales deberían abrirse a nuevos números telefónicos, a nuevas audiencias virtuales, a nuevas viralizaciones. Nuestro Gobernador necesita ahora abrirse y explorar nuevos apoyos. La alternativa que tiene es cerrarse y emperrarse en que con los limitados apoyos que tiene y que lo llevaron al poder harán posible unas maravillas que solo habitan en su imaginación.

Es mil veces preferible que los objetivos sean más modestos y asequibles, si de lo que se trata es de realizar las aspiraciones compartidas por la mayor cantidad de ciudadanos y de buscar coincidencias sólidas y duraderas con ellos. Solo así Sáenz se asegurará un lugar en la historia. De lo contrario, tiene media vida por delante para ser como Joe Frazier, un campeón de cartón piedra que sucumbirá ante el golpe ganador de «The Greatest».