
Todavía no se sabe que la oposición política se haya pronunciado sobre el contenido de esta polémica afirmación. Lo que preocupa, sin embargo, es que no lo hayan hecho inmediatamente el Colegio de Psicólogos de Salta, la gerencia del Hospital Neuropsiquiátrico y la Asesora General de Incapaces de Salta.
Se trata de un caso casi cinematográfico de predestinación personal y de precocidad adivinatoria, pues a los 16 o 17 años cualquiera puede intuir con cierto grado de certeza que a uno le van a salir pelos en el pecho o que se va a ser gay, pero no que uno se va a convertir en Gobernador de la Provincia, por un gesto fatal del destino.
Lo que para cualquier adolescente puede ser un deseo (como el de los niños de ser bombero) o una aspiración (como la de cualquier ciudadano bienintencionado con vocación de servir a su prójimo), para el joven Urtubey fue un destino cantado; es decir, como si su padre en verdad fuera Jor-El, su madre Lara, y él supiera de antemano que había nacido para ser Superman, aunque bajo la identidad del aburridísimo Clark Kent.
En una ocasión anterior, Urtubey sorprendió a la comunidad científica de Kryptón con su prolija disertación acerca de la fatalidad genética que persigue a los hijos de los políticos, los que -según él- «ya vienen con el chip de la política incorporado».
Es más sorprendente todavía que esta predestinación, que mezcla el ADN con la microelectrónica, fuese ya una realidad en 1985 o 1986, diez años antes de la clonación de la oveja Dolly; es decir, cuando la ciencia de la genética apenas si era un capítulo balbuceante de la Biología, y cuando los circuitos integrados tenían el tamaño de un paquete de cigarrillos y procesaban menos instrucciones que un mozo de confitería.
Al parecer, la temprana certeza de que «tenía que ser» Gobernador influyó de modo notable para que el joven predestinado no pusiera en el empeño ningún esfuerzo. ¿Para qué hacer nada si, al final, uno «tiene que ser» nomás?
Es posible que esta certeza nos explique también la razón de la escasa afición al trabajo de algunas personas y nos sirva, de paso, para entender cuán inútiles son las elecciones en nuestra imperfecta democracia. Pues si alguien «tiene que ser Gobernador» y lo sabe desde hace nada menos que 20 años atrás, ¿para qué gastar las fortunas que nos gastamos en las elecciones?).
Ahora mismo, después de esta tremenda revelación, los expertos están escrutando desperadamente los astros y se han zambullido en las sagradas escrituras, para saber si el supremo hacedor del Universo, además de determinar que el joven Urtubey «tenía que ser», dispuso también, entre sus caprichosas previsiones, que el pequeño califato regido por el Mesías alcance el año 2015 de la era de Nuestro Señor sumergido en la mayor pobreza y disgregación social de su historia, acorralado por las mafias fronterizas que controlan el narcotráfico y la economía provincial, con la educación pública de sus niños y adolescentes en mínimos históricos de calidad, con las mujeres muertas como moscas en repetidos hechos de violencia machista, con los hospitales colapsados, con apenas energía para consumir en los hogares, con sus bosques talados, sus ríos contaminados y sus ciudades sucias, desbordadas y desarregladas.
Tal vez, a los 16 o 17 años Urtubey ya sabía también que su gobierno «tenía que ser» un absoluto fiasco.
Si llegara a comprobarse por medios científicos que efectivamente lo sabía, podremos empezar a pensar de verdad que somos unos afortunados por tener como Gobernador a un ser excepcional, al menos en cuanto al arte de la adivinación se refiere, y a un disciplinado siervo de Dios.
